martes, 22 de noviembre de 2011

¿El fin de qué? ¿Bueno para quién?

¿Dónde y cuándo se había visto que el gobierno nacional participe de una maniobra descaradamente comercial, con nombre y apellidos? ¿Dónde y cuándo se había visto que el Poder Ejecutivo de la nación se vea convertido, por voluntad propia, en carnada, en un pelele, en elemento publicitario a manos de las empresas de marketing?
22 noviembre 2011 | Excelsior | Marcelino Perelló*
A mí, esa historia del "El Buen Fin" me suena a pompas fúnebres. Un local con velatorios e incluso horno crematorio como en Auschwitz, o con la renta a perpetuidad de nichos en una cajonera de cemento.
Supongo que los publicistas, porque de publicidad se trata, le pusieron "fin", así nomás, sin especificar de qué final se trataba, para poder aludir al fin de semana, con puente incluido, al fin de año, al fin de sexenio y, por supuesto, al fin de la vida. El mensaje subliminal viene siendo: "No ande ahorrando a lo pendejo. Ni en el Cielo ni en el Infierno, aceptan divisas terrenales. No se las lleve al sepulcro, y menos aún, no lo ande heredando a esa caterva de vagos que sólo andan cruzando los dedos para que cruce usted la delgada línea que nos separa del más allá lo antes posible".

Así pues, es el fin. Fue el fin, debo decir, pues terminó ayer. Una pantallota de plasma de 34 mil pesos podía usted comprarla en 30 mil. Como quien dice, regalada. Si ni para eso le alcanzaba, recuerde que, en algunos sitios -sólo en algunos, aunque tuviera usted que ir en pesero-, el kilo de ejotes, en lugar de diez, costaba sólo nueve pesos. Toda una ganga.

Al margen de eufemismos macabros, la operación "El Buen Fin" que, mientras se conmemora a Madero, Carranza, Villa, Zapata y Felipe Ángeles (todos ellos muertos a balazos) aprovecha para venderle pesos a tostón. Se trata de una campaña comercial banal, mil veces repetida, que en mis tiempos se llamaba sencillamente una barata.

Recuerdo con nostalgia los anuncios que en mi infancia escuchaba en la radio, anunciando las baratas de Almacenes Blanco, unos como El Palacio de Hierro (serían más bien como Viana si no vendieran ropa) para pobres. A cada rato estaban en "liquidación", y ofrecían descuentos descomunales. Los locutores no lo decían, lo gritaban, con una frecuencia insoportable. Acabaron desapareciendo de verdad, aprovechando mi ausencia, en los años 70. Al igual que Al Puerto de Veracruz (¿la recuerda usted?) Nadie les ha de haber creído. La sabida historia de "ahí viene el lobo".

Pero todas las tiendas y "almacenes", relativamente grandes, recurrían a la misma técnica, con tal de agenciarse unos morlacos. Nada nuevo bajo el sol. Entre dimes y diretes, en este gran puente hubo una gran barata (tal vez debieron llamarla "El buen puente" para evitar connotaciones sombrías, pero a lo mejor de eso se trataba; los designios de la publicidad son insondables).

En esta sobada campaña de marketing, sin embargo, y sé más bien poco, hubo dos elementos inéditos, es decir que, hasta donde yo sé, no habían tenido lugar antes: uno, que tuviera lugar en noviembre, un mes antes del pico del consumo que se produce normalmente en diciembre, en vísperas de Navidad, y dos, que en la susodicha campaña participara el gobierno. Y no cualquier gobierno: el gobierno federal.

Por un lado se han adelantado los aguinaldos, ingeniosa estratagema para que, para las fiestas, la gente gaste menos. Y no van a gastar porque no van a tener qué. Ni dónde caerse muertos. En la cena de Nochebuena, en lugar de guajolote (dicen que hay que decir "pavo"), pollo rostizado, una pieza por persona, y papas chip, ocho por persona. Y en lugar de bacalao atún Calmex con chícharos Del Fuerte. Eso, claro, si han tenido la precaución de comprar las latas ayer, aprovechando las fabulosas ofertas. Es preciso estimular el ahorro familiar. Bravo.

Y por otra parte, ¿dónde y cuándo se había visto que el gobierno nacional participe de una maniobra descaradamente comercial, con nombre y apellidos? ¿Dónde y cuándo se había visto que el Poder Ejecutivo de la nación se vea convertido, por voluntad propia, en carnada, en un pelele, en elemento publicitario a manos de las empresas de marketing?

Espero, sinceramente, que Liverpool, Sears o El Palacio de Hierro le pasen una corta a la Presidencia de la República por su aporte invaluable a esta campaña comercial. De otra manera no tendría sentido.

La economía es una ciencia complicada. Que ni qué. Y afortunadamente nuestros dirigentes, políticos y empresariales (aunque lo parezcan no son los mismos. O sí, bueno) saben perfectamente que en situaciones de crisis es preciso adoptar medidas anticrisis.

Existen dos conceptos fundamentales: la inflación cuando, en plan de simplificar (que no digan nuestros gobernantes que se las ponemos difícil), hay más mercancías que dinero. Es decir, cuando disminuye el valor adquisitivo. La deflación, en cambio, es la situación en la que hay más dinero que mercancías. Se produce un descenso generalizado de los precios y al mismo tiempo una brusca caída de la demanda. Se reducen los beneficios empresariales y, por lo tanto, se produce la detención de los sueldos y un recorte de puestos de trabajo.

Tampoco es tan complicado. Es decir, entenderlo no lo es, enfrentarlo y resolverlo lo es más. Aquí entre nos, puede ser diabólicamente espinoso. La llamada crisis, así, sin adjetivos, se produce cuando ambas, inflación y deflación, se producen simultáneamente. Es decir, al unísono no, sino de manera alternada, la primera conduce a la segunda y la segunda a la primera. Es lo que se llama un ciclo crítico.

En los países donde hay gente que sabe y piensa, y entre esa gente que sabe y piensa están aquellos que prescriben y aplican medidas contra los ciclos críticos, se adoptan medidas anti o contracíclicas. Estas medidas consisten en inyectar circulante en las inflexiones inflacionarias y en facilitar la producción en las deflacionarias.

En fin, no es éste el espacio ni soy yo el adecuado para explicar tan escabrosos laberintos. Lo que sí se puede y se debe decir, es que la historia esta del buen fin en nombre de la economía y de la patria es una sublime imbecilidad, que sólo beneficia a los que venden, contra los que compran. Es ésta una verdad establecida desde hace 200 años. Adam Ferguson, David Hume, Adam Smith, y después Jeremy Bentham, creyeron haberlo dejado claro. Yo también lo creí.

Pero hacer gastar al buen cliente la poca o mucha lana que posee no es ciertamente una medida contracíclica. Su dinero, depositado en una cuenta bancaria o bajo el colchón, debe ser considerado circulante.

No se trata, no debería tratarse, de fregar al consumidor, sino de impulsarlo y sostenerlo. Mal fin.

*Matemático