La confesión del asesor
presidencial (Aurelio Nuño) no fue inocente al afirmar que no
apreciaron la dimensión del problema que representaba el crimen
organizado. Bien pudo decir que lo menospreciaron, pero no llegó a tanto
su alcance visual. Lo asumieron, en su estrategia inicial, como simple
asunto de imagen, manejable mediáticamente. En realidad no quisieron ver
(y puede ser que, en verdad, desconocieran) su real implantación en
amplísimas zonas del país. Menos aún esperaron las trágicas
consecuencias que les acarrearía al explotarles en el mero rostro de
modernidad que tanto se ufanaron en presentar ante cualquier auditorio.