Corrupción de clase mundial
Jolivudismo choricero
Julio Hernández López | Astillero | La Jornada
En días recientes –justo cuando se agudiza en Los Pinos el sabido síndrome del fin de sexenio, que suele potenciar los rasgos más negativos del paciente en turno– el licenciado Felipe Calderón ha dado en difundir como credo imperativo su peculiar teoría de la verdad en sus dimensiones real y jurídica, cansado, se dijo ayer, de estar haciendo las cosas bien una y otra vez (casi hasta el infinito), mientras los otros, los malos, los no verdaderos, los que piensan, juzgan y actúan distinto, le echan a perder las cosas.
Tales fórmulas de golpismo conceptual pintan de cuerpo entero lo que ha sido el ejercicio calderónico del poder público: la verdad es verdadera en función de lo que él y su equipo piensan y deciden. Todo lo que se ajuste a esa verdad revelada corresponde al plano defendible de lo real, mientras todo aquello que se oponga ha de ser considerado solamente formal, acaso impecable en términos de técnica jurídica pero inaceptable, combatible, conforme a los trazos definidos por el (mal) iluminado sexenal. Extraño es que ese abierto llamado a mandar al diablo las instituciones provenga de alguien que haiga sido como haiga sido juró cumplir los preceptos constitucionales en términos sustanciales y procesales, pero aún más extraño es el silencio de los titulares o responsables de esa institucionalidad agredida.
Silencio peligroso que convalida arranques no sólo sin fundamentos sino incluso con efecto bumerán incluido: Felipe se enoja porque un juez dejó libre bajo caución al grandísimo defraudador Néstor Moreno, que estuvo durante años en la CFE en posición de robar y al que ahora se ha acusado de un delito, enriquecimiento ilícito, que permite esa salida fácil de la cárcel y que es una minucia comparado con el monto de las corruptelas de un funcionario de tercer o cuarto nivel que seguiría impune y en su cargo si Estados Unidos no lo hubiera exhibido. Candil de los jueces y oscuridad de la Secretaría de la Función Pública. Ver la paja en el ojo judicial y legislativo sin ver la viga en el ejecutivo. Enojos y exabruptos autoritarios, predictatoriales, en busca de tapar con el dedo de un expediente mal armado el sol de la corrupción campeante en el gabinete de los grandes negocios (muchísimo más que un yate y un Bruno, perdón, un Ferrari).
Pareciera que los ánimos belicistas del comandante Calderón han llegado, a pocas semanas de que su poder de por sí minimalista entre en declive real, a extremos en los que de serle posible echaría al bote de la basura lo institucional que le es ajeno o adverso y emprendería una purificación nacional por la fuerza, desde arriba, desde su personalísima concepción de las cosas, destituyendo y encarcelando a jueces corruptos y a legisladores flojos e irresponsables, generalísimo en franco combate contra los que piensan diferente, civil militarizado con ganas de instaurar una santísima junta de gobierno que queme a los malvados e impíos y se solace en la recreación de sus verdades verdaderas, las propias, las únicas.
Menos complicado, Enrique Peña Nieto ha cedido buena parte de su porción declaratoria de presuntas verdades a su fuente sabida y comprobada de poder: la pantalla. Dejad que los videos hablen por mí, sentenció el saliente gobernador del estado de México en lo que fue su último informe de labores y el virtual arranque de su campaña por la Presidencia de la República. Videocracia con aires de entrega de los Quique: danza de millones convertida en bonitas filmaciones a las que el maestro de ceremonias del espectáculo copetón daba paso mediante palabrería menor, pues una imagen dice más que mil demagogias: te lo filmo aunque te lo incumpla.
Bien hecho, por lo demás, que Peña Nieto redujera lo más que le fuera posible su riesgosa exposición al problema de las ideas y su difusión pública. El discurso de despedida estuvo lleno de lugares comunes y su, ejem, plataforma filosófica e ideológica fue tan profunda y elaborada (un gobierno eficaz, como si fuera antiácido efervescente) como la conducción de un programa de concursos de la matriz intelectual peñanietista, la televisión. ¡Un carro!, podría haberse escuchado como premio luego de la producción videográfica de ayer, pero los asistentes más bien aspiraban, por lo pronto, a hacerse presentes para ir integrando la lista de aspirantes al futuro reparto de la piñata soñada. Allí estaban 16 gobernadores priístas y el "opositor" Ángel Aguirre, compadre de Peña Nieto y carta de éste por el PRI para Guerrero que gracias al marcelismo-chuchismo acabó conquistando por la vía del PRD y anexos. Atrasito del Primer Copete del País (PCP), en las butacas, el garante de los tratos corleónicos entre Carlos Salinas y el partido de blanco y azul, el radiante jefe Diego.
No todo fue gel sobre hojuelas: al fasto del jolivudismo choricero habría de oponerse la terca realidad verdadera de las inundaciones en parte del valle de México, en especial en Cuautitlán. La desgracia tantas veces repetida, y tantas veces anunciada como ya irrepetible, emitía imágenes verdaderas que contrastaban con las verdades formales, discursivas, del estudio televisivo donde rifaban futuro político.
Al sentencioso Calderón tampoco se le acomodaron bien los planetas. Peña Nieto y su nuevo programa de variedades le ganaron audiencia notablemente, de tal manera que el ya un poco repetitivo chou de Chapultepec no tuvo tanto jalón, a pesar de que se incorporó parte de un elenco universitario en busca de que su jefe sea electo para un nuevo periodo y de que, de ser posible, asome en alguna candidatura el "ciudadano" antecesor en la rectoría. Tampoco le salió bien el numerito de los presuntos diálogos libres con ciudadanos: la primera entrega se grabó con decenas de cómodos asistentes que supuestamente planteaban preguntas espontáneas; ayer ya nomás fue acompañado por un afelpado "entrevistador" frente a una pantalla de la que se leían preguntas cómodas, y tal vez en el siguiente episodio salga Felipe frente a un espejo, exhortando a preguntarse libremente lo que él ni se imagine. ¡Hasta mañana!