René Avilés Fabila | Opinión
2011-05-02
El primero de mayo es fecha de glorioso recuerdo para las luchas laborales revolucionarias. El nombre proviene de una marcha de obreros, fundamentalmente anarquistas de Chicago, masacrados en esa ciudad Norteamérica en 1886. Su mayor aportación fue la jornada laboral de 8 horas y un día festivo que los obreros, al menos en México, utilizan indistintamente para apoyar al líder de su gremio y descansar. Buena parte de las naciones del orbe festeja ese día como tributo a la clase obrera. La pregunta es ¿qué hacen los trabajadores mexicanos para seguir mereciendo tal festejo, aparte de gritar consignas que nunca se llevarán a cabo?
Marx y Lenin, entre muchos otros pensadores políticos de alto nivel, imaginaron un mundo gobernado por la clase obrera. La veían crecer en todos los países industrializados, en tanto la burguesía, los dueños de los medios de producción, eran unas cuantas familias. Lenin conformó todo un magno proyecto, sustentado en el marxismo, para que los obreros tuvieran una herramienta adecuada, dar la gran batalla política y concluir de una vez por todas con la lucha de clases. Lo único que los obreros, encabezados por Lenin y los bolcheviques, consiguieron fue una burocracia brutal que en seis décadas dio al traste con el proyecto de Marx y Engels.
Los obreros no hicieron la revolución prevista en ninguna parte, en China fueron los campesinos, aún poseedores de un sentido de propiedad privada (su propia parcela) los que siguieron a Mao. Algo semejante se hizo en Vietnam y en Cuba un osado grupo de personas de clase media con acceso a la cultura y a una formación política tomó el poder. En México, en el momento cumbre de Carranza, se incorporaron a la revolución algunos cientos de obreros agrupados en los Batallones rojos. Todo era una marejada campesina que demandaba tierra, justicia social y libertad. Muy pocos fueron capaces de ir más allá y pensar en una sociedad sin clases, sin propiedad privada y sin Estado. La dictadura del proletariado estaba prevista, pero no de la manera brutal como la entendía Stalin, quien llegó a representar no sólo a los trabajadores de la naciente URSS sino de todo el mundo.
El primer desfile nacional para conmemorar la gesta de los trabajadores de Chicago que vi, fue asombroso, interminable, eterno: todos los obreros, conducidos por Fidel Velázquez, vitoreaban al presidente en turno y le agradecían sus conquistas laborales, triunfos que yo no veía por ningún sitio. Predominaban las mantas y pancartas que señalaban a la poderosa CTM, hoy arrumbada a un costado del recientemente arruinado Monumento a la Revolución. En las marchas más recientes campean las ofensas al presidente, a la derecha y a medio México, pero sin ningún contenido socialista de tipo marxista. Las demandas son tímidas o inexistentes, a nadie le interesa tomar el poder para transformar al país. Los actuales sindicatos son charros o negocios, pero se resisten a remojar sus barbas luego de lo ocurrido al SME. El Partido Comunista fue modesto, tuvo entre sus militantes a unos cuantos obreros, los demás eran de origen clasemediero e intelectual. Pocos realmente soñaban con transformar a México en un país socialista. Por el contrario, en París, vi dos o tres manifestaciones impresionantes con lemas revolucionarios que demandaban el poder para los obreros. Un compañero de estudios, más anarquista que comunista, me dijo irónico: Lo que quieren es el poder, no cambiar a la humanidad. Tenía razón.
No tiene ya mucho caso conmemorar el primero de mayo. Los obreros llegaron hasta dónde podían y listo. Ahora aquellos que hablan de socialismo, piensan en todo menos en Marx o Lenin, invocan a Dios y hacen tratos con el capitalismo. Por allí caminan Lula, Evo y Chávez. Este último, habla de un socialismo bolivariano, como si eso existiera. En México el PRD no tiene más obreros que aquellos que manipulan líderes inescrupulosos que desean ser diputados o senadores para acrecentar su poderío. Ninguno piensa en la lucha de clases. Su idea es perpetuarse en el poder. A su vez, los trabajadores siguen tan enajenados como los vio Marx hace más de 150 años. Lo que llaman izquierda en México es un grupo heterogéneo de estudiantes, ancianos desprotegidos, mujeres desconcertadas y nadie tiene claro qué modelo político quieren, a lo sumo erigir un líder supremo que será salvador. Ayer fue Cárdenas, hoy es Obrador, mañana podrá ser otro distinto pero asimismo alejado de una ideología que piense en los obreros. Los vimos marchar nuevamente. No llegaron más allá de consignas baratas y de proferir insultos contra Calderón y su partido, con quienes de una u otra forma hacen alianzas para tener aquí o allá una cuota de poder y mantener una idea ramplona de país “progresista”.
Los trabajadores han pagado una cuota de sangre muy alta en todo el mundo, y todo para seguir igual o para vivir en el capitalismo desarrollado, cómodos y felices, subordinados a la burguesía. La lucha de clases resulta algo agresivo, en su lugar ahora invocan amor, felicidad y demagogia. No, mejor nos sumergimos en la historia y listo: estaba llena de sueños y utopías.