Lo más común cuando se habla de corrupción es que se señale a los gobiernos federal, estatal y municipal, a tribunales de justicia, a partidos, a sindicatos, a los medios, policías, a los narcos, por supuesto, y últimamente a la Iglesia y al deporte. Pocas veces se señala a la iniciativa privada, a grandes empresarios nacionales y extranjeros, a los mejor educados, organizados y representados.
Desde luego, el usuario común se topa a diario con la pequeña corrupción de
la mordidaen ventanillas, no ve la grande que cometen los altos funcionarios o sus representantes; los envilecidos abogados, especialistas por excelencia.
Los que menos se dejan ver en público son los grandes empresarios –pese a ser la base del sistema corrupto y la desigualdad–, porque usan a otros para hacer
la parte suciade los negocios y usan un lenguaje ladino poco conocido. Los líderes empresariales, el 13 de mayo, proponen a Felipe Calderón
bursatilizarlo que queda de las empresas estatales, o sea privatizarlas, lo que legalmente está prohibido por inconstitucional, en los casos de Pemex y CFE. Parecido fue lo que acordaron Calderón y Mario Sánchez del CCE, para extinguir a Luz y Fuerza del Centro, según declaración del segundo, nunca desmentida.
La gran coincidencia entre las cúpulas de PRI y PAN sobre la reforma laboral es con los grandes empresarios, los reales autores de ambos proyectos, para destrozar los derechos laborales. Queda claro por la redacción tan nítidamente neoliberal y por los propósitos de ambos proyectos de querer usar vilmente la ley laboral para elevar la productividad y competitividad mercantil. Para lo que no son las leyes del trabajo. Así, lo que no logran con la política económica, de 2 por ciento anual promedio de PIB en casi 30 años, lo quieren hacer a costa del trabajo. Evitemos que los neoliberales acaben de destruir la nación. Urge frenarlos.