lunes, 28 de febrero de 2011

La política del Gatopardo

GERARDO SEGURA
Lunes, 28 de Febrero de 2011
Gerardo Fernández Noroña me recuerda a aquellos a quienes se les ha llamado subversivos por quienes, como el Gatopardo, buscan mover todo para que nada se mueva. No obstante, una vez triunfada su causa son llamados héroes, mártires o caudillos.
He escuchado los discursos y las intervenciones al ahora diputado Fernández Noroña; durante un par de años lo he buscado en youtube, he leído sus declaraciones en La Jornada y/o Proceso, lo he seguido y me parece un hombre lúcido, y un político esencialmente valiente, congruente y un luchador social con dignidad.
También he escuchado denostarlo a personas a quienes les he preguntado por qué lo hacen, y en ningún caso he recibido una sola respuesta sólida, una razón "razonable". Por el contrario, la descalificación proviene de terceras fuentes, que a la postre son dos confesas: López Dóriga y Ferriz de Con. A éste lo escucho desde hace años, día tras día, lo que me ha llevado a admirar su inteligencia innegable, su amplísimo rango de información --habla con soltura de química, aeronáutica, historia, finanzas, economía, y con conocimientos serios de ingeniería, matemáticas--, por lo que me pregunto ¿por qué un ser brillante como él carece de escrúpulos, moral, ética, caballerosidad y decencia? ¿Por qué alguien dotado por la naturaleza para hacer el bien, acepta ser vocero del poder?
A éstos dos comunicadores, como sabemos, hace eco una serie inagotable de medios, de comentaristas, de editorialistas, de reporteros y uno que otro chupatinta, que y quienes operan como una tan sonora como inmensa caja de resonancia capaz de acallar la "harmonía y número de la música del Universo", que discurría Pitágoras.
A mis amigos y conocidos, detractores del diputado Noroña, formulo dos preguntas: a) crees que López Dóriga y/o Ferriz posean la capacidad para reflexionar tan harmónicamente (la H es adrede), y orquestar la detracción del diputado, o b) quién está detrás de ellos.
De la multiplicidad de réplicas recibidas conservo dos inolvidables: 1.- "A guevo, qué no ves que (López Dóriga) es bien culto". 2:- (detrás de ellos está) "el presidente, porque el presidente es México".
Casualmente quienes se llaman a ira patriótica por las acciones del diputado Fernández Noroña, son los mismos comunicadores que atacaron a palos y con los dientes a Andrés Manuel López Obrador. Estoy seguro que también son los mismos que por las noches en el silencio nebuloso de sus coches, mientras vuelven a casa, y van atestiguando, calle tras calle, qué ha hecho la pobreza y la violencia en su ciudad; o en la oscuridad de su habitación, mientras les llega la respiración fiada de su familia, admiten en su más profunda e inconfesable intimidad, la desgracia a la que ha llevado al país la ruindad de la política mexicana. La política del Gatopardo.
Y sin embargo, siempre hemos vivido esta forma de hacer política. Desconocemos cualquier otra forma de practicarla, de manera que es la única tocada que nos sabemos. Y cuando sale una nota diferente por fuerza es discordante, y, como la oveja negra, es rápidamente pasada por las armas.
Hoy es el diputado Fernández Noroña, o el SME, el discordante. Antes fue Andrés Manuel, antes Cuauhtémoc Cárdenas, Maquío, o Heberto Castillo, antes Demetrio Vallejo, antes… Siempre ha habido un ser valiente y libre, y en consecuencia rebelde, y para identificarlo sólo basta mirar el gesto agrio de los poderosos. A mayor acritud mayor libertad del discordante.
Ya Aristóteles lo decía, refiriéndose a la teoría del sonido universal de Pitágoras, que esa música no la escuchamos porque ahí ha estado desde antes de nuestro nacimiento y para caer en su cuenta sería necesario que en algún momento sobreviniera el silencio.
Qué pasará cuando impongamos un minuto de silencio a López Dóriga, Ferriz de Con y a tantos otros comunicadores, y su inmensa caja de resonancia, y escuchemos otra voz. Tal vez nos guste y nos convenza. Tal vez no. Pero cualquier que sea el resultado habremos ejercido nuestro criterio, que es, a final de cuentas, tan esencial que otros se lo andan peleando para hacernos pensar lo que quieren que pensemos.