Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET
En días pasados el secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón, afirmó que “se requieren cinco mexicanos para producir lo que un irlandés”. Afirmó que la productividad en el país es muy baja y que “las altas tasas de desocupación se deben a la desvinculación entre educación y vida laboral”. Afectan a la productividad, según él, la rigidez de contratación, el pago de salarios vencidos en los juicios laborales y los mecanismos para demandar el despido injustificado.
Puntualizó que la solución a esta realidad está en el trabajo por horas y en la contratación a prueba, por temporada o por capacitación. Es decir, según su punto de vista, no habría problemas laborales si en vez de trabajadores hubiera esclavos dispuestos a obedecer a sus amos sin chistar.
Puntualizó que la solución a esta realidad está en el trabajo por horas y en la contratación a prueba, por temporada o por capacitación. Es decir, según su punto de vista, no habría problemas laborales si en vez de trabajadores hubiera esclavos dispuestos a obedecer a sus amos sin chistar.
Luego regañó a Marcelo Ebrard porque no ha querido desalojar del Zócalo a los obreros despedidos del Sindicato Mexicano de Electricistas, para concluir: “Y claro que por eso Ebrard me invoca en esta difícil situación, pues sabe que sé tomar decisiones y ejecutarlas sin que me tiemble la mano”. Vemos así, por si quedaba alguna duda, que Lozano es un émulo de los esclavistas del siglo diecinueve, para quienes los obreros y jornaleros no eran más que simples animales que lamentablemente debían ser alimentados. Comprobamos, con sus propias palabras, que la reforma laboral que tan tercamente quiere que sea puesta en vigor, no es más que un instrumento “legal” para ajustarle cuentas a los trabajadores y obligarlos a minimizar sus derechos.
En efecto, a Lozano al igual que a su jefe, no les tiembla la mano para dañar a las clases mayoritarias, con el fin expreso de quitarles los pocos beneficios de que aún disfrutan gracias a una Ley Federal del Trabajo de la época del Estado benefactor, la que sin embargo se ha estado reduciendo en los hechos de manera por demás injusta. A la fecha es casi letra muerta, pero aun así el “gobierno” panista, los tecnócratas del PRI, la quieren echar al cesto de la basura. Casi lo consiguen, por eso el interés de Lozano en presionar a los legisladores para que esta Legislatura no termine sin haber logrado ese anhelado objetivo de la oligarquía.
Obviamente, sería un desastre mayor que eso llegara a suceder, pues si en la actualidad el poder adquisitivo de los trabajadores es raquítico, con lo que se afecta de manera considerable el mercado interno, con la reforma laboral fascista habría más penurias en los hogares mexicanos y se reduciría aún más la productividad. Entonces se necesitarían diez obreros para tener la productividad de un irlandés, según Lozano, sin ponerse a pensar en la diferencia salarial abismal entre unos y otros. Tal argumento lo maneja la oligarquía, y lo repite Lozano, para justificar la explotación inmisericorde de sus trabajadores.
En el colmo del cinismo y la desvergüenza, el titular del Trabajo quiere que Ebrard le haga el trabajo sucio de desalojar a los trabajadores electricistas del Zócalo, a quienes Calderón despidió de sus empleos de la manera más vil. Por supuesto, el jefe del Gobierno capitalino no tiene por qué ensuciarse las manos cuando el problema lo generó la contraparte federal sin parar mientes en las consecuencias de tal canallada. No debería temblarles la mano, a Calderón y a Lozano, para parar las embestidas del gobierno estadounidense contra la soberanía nacional. Entonces sí serían dignos de admiración. Pero resulta que el inquilino de Los Pinos es quien ha solicitado la intervención de la Casa Blanca, cuando menos es lo que afirmó el subsecretario de Estado, William Burns, durante su visita al Distrito Federal.
Afirmó que la ayuda que ha proporcionado Washington a Calderón lo ha sido bajo la petición expresa de éste, y que su gobierno es respetuoso de la soberanía de México. No debería temblarle la mano a Calderón para desmentirlo y puntualizar que no acepta limosnas como las que se han otorgado bajo la inútil Iniciativa Mérida. Pero claro está que no abrirá la boca, sino que obedecerá a pie juntillas las órdenes que le dé el funcionario estadounidense, quien dejó muy claro antes de marcharse, su interés en “seguir trabajando en conjunto, para ayudar a fortalecer la capacidad de las fuerzas policiacas locales”.
Es que les interesa mucho el futuro de los mexicanos, les duele la situación que prevalece en México, aunque de acuerdo con Noam Chomsky, en reciente entrevista hecha en Estados Unidos, el negocio del narcotráfico tiene sus raíces en su país. “En el extranjero es una campaña de contrainsurgencia; en casa, una forma de deshacerse de la población superflua”. Aclaró las cosas así: “Si (Calderón) desea detener el negocio de las drogas, considero que sabe como proceder, y no es con la acción militar. Se debe ir al corazón del asunto”. Eso lo debe saber muy bien el inquilino de Los Pinos, sólo que le tiembla la mano para actuar en defensa de la soberanía nacional, o de plano está imposibilitado para hacerlo, porque simple y llanamente es un asunto que le tiene sin cuidado, como a Lozano el futuro de los trabajadores mexicanos.
Fuente: Revista Emet
Fuente: Revista Emet