Al enterarse Felipe Calderón que se había descarrilado la reforma laboral pidió auxilio a los empresarios el 11 de abril para que la impulsaran. Recurrió a los más interesados en la reforma, con quienes se identifica, nunca a los trabajadores, que son mayoría del país. Javier Lozano, por su lado, expresó su profundo malestar y señaló el centro de la reforma: los contratos a prueba, capacitación inicial y temporal. O sea, el corazón de los intereses patronales, sin máscaras.
El PRI, obviamente, se dividió, porque desde 1982 llegó a su dirección un grupo neoliberal destinado a destruir el modelo constitucional para sustituirlo por el moderno que aprendió en Estados Unidos –en lo que coincide con el PAN. Pero el tricolor tiene en su seno a la mayoría de los sindicatos de la nación, y el PAN apenas los está conociendo. Esa es la contradicción que enfrenta el PRI: ¿podrá ganar las elecciones del estado de México sin sindicatos y trabajadores?
Porque el modelo laboral en el que coincidieron las cúpulas partidistas es para destruir los puestos de planta, la estabilidad en el empleo; facilitar y abaratar los despidos; crear empresas de mano de obra y sustituir a los patrones por subcontratistas para reducir más el valor de la mano de obra. Con todo lo cual, inevitablemente, también se destruyen los sindicatos, para hacerlos de obreros eventuales y por horas. Sindicatos muy débiles que ya conocen parcialmente la CTM y CROC, con tercerización y contratos colectivos de protección patronal. Lo cual, bien visto, sería el suicidio de esas centrales y de todos los sindicatos.
Los autores de la reforma ocultaron que con ella destruyen o debilitan a los sindicatos, únicos organismos de defensa del trabajo. ¿Arriesgan igual el PRI y el PAN con la misma reforma laboral que diseñaron los patrones?
Por la ANAD: Manuel Fuentes, Estela Ríos, Jesús Campos Linas, Óscar Alzaga.