
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Será porque el informe del Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes me parece uno de los
documentos más valiosos que ha aparecido en México en mucho tiempo. Será
porque conozco la trayectoria profesional –impecable y prominente– de
quienes lo elaboraron. Será porque vi la reacción de los padres de 43
hijos desaparecidos cuando escucharon la explicación provista y tuvieron
confianza en ella.
Será porque entrevistaron a decenas de testigos y sobrevivientes, revisaron 115 volúmenes de documentos del caso, y llevaron a cabo peritajes que ni la propia PGR había pedido. Será porque evidenciaron una investigación oficial tan viciada, tan fallida, tan incompleta. Por todo ello, agradezco al GIEI su presencia y su profesionalismo.
Será porque entrevistaron a decenas de testigos y sobrevivientes, revisaron 115 volúmenes de documentos del caso, y llevaron a cabo peritajes que ni la propia PGR había pedido. Será porque evidenciaron una investigación oficial tan viciada, tan fallida, tan incompleta. Por todo ello, agradezco al GIEI su presencia y su profesionalismo.
Y también por ello me parece tan importante
combatir el esfuerzo de algunos por desacreditar lo que han hecho con
argumentos espurios. Con argumentos tramposos. Con argumentos de mala fe
cuyo único objetivo es apuntalar la “verdad histórica” que se ha vuelto
indefendible. Argumentos como que el secretario ejecutivo de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Emilio Álvarez Icaza, tiene
un conflicto de interés y por ello el trabajo del GIEI debe ser
desechado. O que el informe contiene errores que lo desacreditan. O que
el Grupo debe salir del país y ser reemplazado por alguna otra instancia
nacional o internacional. O que las instituciones mexicanas son lo
suficientemente sólidas para lidiar con Ayotzinapa por sí mismas. O que
el caso de los normalistas debe ser visto como uno de secuestro y no
desaparición forzada.
Uno por uno, estos argumentos tramposos no resisten el escrutinio.
Para empezar, Emilio Álvarez Icaza no ha incurrido en conflicto de
interés alguno. Tiene un papel administrativo en un organismo
internacional desde el cual no se involucra en cuestiones políticas ni
tiene voz ni voto. Por su trayectoria en el ámbito de los derechos
humanos, conoce y ha tratado a personas y a organizaciones a lo largo
del país. Eso no significa que él haya ordenado las medidas cautelares
de la CIDH ni que haya nombrado a los miembros del GIEI ni que tenga una
agenda política vinculada a la del PRD. Como señala el artículo de la
académica del CIDE, Ximena Medellín Urquiaga, en el artículo “¿Cúal es,
en realidad, la naturaleza jurídica del GIEI-Ayotzinapa?”, el diálogo
entre el Estado mexicano, los representantes de las víctimas y la CIDH
condujo a la adopción de un acuerdo de “asistencia técnica
internacional” como parte de las medidas cautelares dictadas ante la
desaparición de los muchachos. No fue una ocurrencia o una imposición de
Álvarez Icaza como algunos –de mala fe– han argumentado.
Las
partes convinieron en la creación del famoso GIEI cuyo mandato era y
sigue siendo: 1) la búsqueda con vida de las personas desaparecidas; 2)
el análisis de las líneas de investigación criminal; 3) el análisis
técnico del Plan de Atención Integral a Víctimas.
El propio
Estado mexicano solicitó la ayuda, pero al GIEI se le dotó de autonomía
técnica y de gestión de las partes, incluyendo vis a vis la propia
Comisión Interamericana. No es un grupo que haya sido nombrado por
Álvarez Icaza ni esté bajo sus órdenes. Sugerirlo es demeritar la
trayectoria destacada y admirable de cada uno de sus miembros,
incluyendo Claudia Paz –exfiscal guatemalteca– que ya no puede vivir en
su propio país por el trabajo contra la corrupción que llevó a cabo
allí. Ninguno de los miembros del Grupo ha recibido pagos de ONG
mexicanas, como ha sido sugerido, y su independencia es incuestionable.
Llegaron a México con la sola agenda de encontrar la verdad y proveer de
reparación a las víctimas.
En segundo lugar, se afirma que el
trabajo del GIEI no ha sido hecho con bases científicas. Quien dice eso
no ha leído con cuidado el informe ni reconoce las credenciales
profesionales del perito José Torero ni ha visitado el basurero de
Cocula. Y sí, en México hay excelentes peritos pero quienes fueron
contratados por la PGR para hacer los estudios sobre la supuesta
incineración de los 43 o se equivocaron o mintieron. Si permanecen dudas
sobre qué ocurrió en el basurero, Torero y otros de talla internacional
e independencia probada deben estar presentes. El tema de la
incineración –reforzado por confesiones contradictorias o extraídas bajo
tortura– es el que ha sido utilizado con mayor frecuencia para poner en
tela de juicio el resto del informe. Y la politización ha sido generada
por aliados del gobierno. ya sea por parte de ONG que reciben
financiameinto público o por medios que hace tiempo renunciaron a su
independencia.
En tercer lugar se dice que el GIEI no es el grupo
indicado para llevar el caso desde el punto de vista de la
investigación, que no cuenta con las facultades para llevar a cabo
indagaciones de índole penal. Quien afirma eso no conoce su mandato ni
cómo se inserta en la normatividad internacional en torno a los derechos
humanos. Al Grupo se le dio la facultad para “actuar como coadyuvante
en las investigaciones, así como para presentar las denuncias penales
para la persecución del delito que corresponda ante las autoridades
competentes (…).” Y así lo ha hecho.
¿Qué descubrieron en su
investigación? Una PGR que no siguió líneas de investigación que debió
haber abierto. Una PGR que manejó mal la evidencia y la cadena de
custodia con restos, huesos, cenizas, ropa, balas. Una PGR que en la
versión de la “verdad histórica” negó el involucramiento o la presencia
de la Policía Federal y el Ejército en Iguala esa noche. Una PGR que
negó la existencia del quinto autobús, que sugiere hipótesis
alternativas sobre las razones detrás de la desaparición de los
normalistas. Una PGR que basó sus conclusiones en confesiones hechas con
base en tortura. Una PGR que intentó darle carpetazo al caso a pesar de
las múltiples incongruencias en los expedientes. Una PGR que –además–
siembra armas.
Preocupa entonces el esfuerzo por poner en tela de
juicio un informe sobre Ayotzinapa riguroso, sistemático, imparcial y
profesional. Preocupa que se intente tumbar una versión que esclarece y
busca llegar a una hipótesis compartida en un país polarizado. En lugar
de rechazar al GIEI deberíamos arroparlo y apoyarlo para que pueda
continuar lo que comenzó. Deberíamos fortalecer su mandato, reorientar
la investigación, allanarle el camino y exigir un nuevo grupo de
investigación dentro de la PGR. Porque si el Estado mexicano tuviera la
fortaleza institucional para lidiar con Ayotzinapa, no se habría
producido una “verdad histórica” que resultó ser una mentira monumental.
Ahora habrá que erradicarla y eso sólo se logrará echando a andar una
maquinaria moral colectiva, oxidada y en desuso. En el país de la duda
permanente, puede y debe existir la verdad. A encontrarla, pues.
Fuente: Proceso
Fuente: Proceso