
Emilio Godoy/Tierramérica/IPS - Contralinea
Hace unos siglos, la industria de biotecnología hubiera podido comprar una bula para expiar sus pecados y obtener la redención. Pero en su ecológica encíclica Laudato si, el papa Francisco condenó a los organismos genéticamente modificados (OGM) sin perdón posible.
En
su primera carta circular a los católicos desde que inició su
pontificado, el 24 de mayo de 2013, el argentino Jorge Mario Bergoglio
critica a los OGM por sus impactos agrarios, sociales y económicos y
demanda un debate amplio y científico sobre ellos.
Laudato si (“Alabado seas” en
italiano antiguo) toma el título de un cántico de Francisco de Asís que
reza: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra Madre Tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”.
Es la primera encíclica en la historia dedicada a la situación ambiental y a reflexionar sobre “la casa común” de la humanidad, el planeta.
El documento reconoce la falta de
“comprobación contundente” acerca del daño que podrían causar los OGM a
los seres humanos, pero destaca que existen “dificultades importantes
que no deben ser relativizadas”.
“En muchos lugares, tras la introducción
de estos cultivos, se constata una concentración de tierras productivas
en manos de pocos debido a la progresiva desaparición de pequeños
productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras
explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción
directa”, cita la encíclica.
A causa de ello, el primer papa
latinoamericano denuncia la precarización del empleo, la migración rural
hacia zonas urbanas, el arrasamiento de los ecosistemas y el
surgimiento de oligopolios semilleros y de insumos.
Ante ese contexto, Francisco propone “una
discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de
considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su
nombre”, porque “a veces no se pone sobre la mesa la totalidad de la
información, que se selecciona de acuerdo con los propios intereses,
sean políticos, económicos o ideológicos”.
Es el tipo de debate faltante en torno a
los OGM y en el cual la industria biotecnológica se ha negado a abrir
sus bases de datos para comprobar si son inocuos o no.
Ese debate necesita, argumenta la
encíclica, “espacios de discusión donde todos aquellos que de algún modo
se pudieran ver directa o indirectamente afectados (agricultores,
consumidores, autoridades, científicos, productores y vendedores de
semillas, poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros) puedan
exponer sus problemáticas o acceder a información amplia y fidedigna
para tomar decisiones tendientes al bien común presente y futuro”.
“México es ya una referencia en la lucha
por la ‘justiciabilidad’ del derecho a un ambiente sano, por la
constancia decidida de las organizaciones sociales. Nuestra demanda
colectiva se robustece con la encíclica”, dice a Tierramérica el
sacerdote Miguel Concha, director del no gubernamental Centro de
Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, OP, AC.
El religioso católico hace suyas las
palabras de la encíclica de que los transgénicos tienen implicaciones
sociales, económicas, legales y éticas.
La encíclica reviste especial importancia
para naciones como México, escenario de una intensa lucha sobre los
transgénicos, principalmente en el caso del maíz, grano de gran
simbolismo cultural para este país latinoamericano, además de ser base
de su alimentación.
E igualmente para Guatemala, El Salvador,
Honduras, Nicaragua y Costa Rica, que con el Sur de México conforman
Mesoamérica, asiento de la civilización maya.
El papa conoce de cerca el impacto de los
cultivos transgénicos, porque Argentina, su país, es –según los
expertos– donde las semillas modificadas más han alterado la agricultura
tradicional dentro de América Latina. Un ejemplo es el del cultivo de
la soya, pues de los 31 millones de hectáreas cultivadas en el país,
20.2 millones son de semillas modificadas.
El monocultivo soyero desplaza a los
productores locales, genera alta concentración en el sector y crea “un
círculo vicioso altamente peligroso para la sustentabilidad de nuestros
sistemas productivos”, explica a Tierramérica el académico e ingeniero
agrónomo argentino Carlos Toledo.
Casi toda la producción de OGM se
concentra en 10 países: Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá,
India, China, Paraguay, Sudáfrica, Pakistán y Uruguay, en ese orden. La
mayoría de esos cultivos se destina a forraje para pecuaria industrial,
pero México pretende que el maíz entre en la cadena alimenticia humana.
En México rige desde 2013 una suspensión
judicial de autorizaciones para sembrar comercialmente maíz transgénico,
al acogerse una demanda de acción colectiva promovida en julio de ese
año por 53 particulares y 20 organizaciones de la sociedad civil.
Además, desde marzo de 2014,
organizaciones de apicultores y comunidades indígenas han obtenido otros
dos amparos provisionales contra la plantación comercial de soya
genéticamente modificada en los surorientales estados de Campeche y
Yucatán.
El 30 de abril de 2014, ocho científicos
de seis países enviaron una carta abierta a Francisco para llamar su
atención sobre la situación de los OGM, especialmente la cruzada en
territorio mexicano.
En su misiva, los expertos denuncian las
secuelas ambientales, económicas, agrícolas, culturales y sociales de
los OGM y cuestionan sus resultados.
Los científicos plantearon la “enorme
trascendencia” de que Francisco “se expresara críticamente sobre los
transgénicos y en apoyo a la agricultura campesina, lo que sería una
importante ayuda para salvar a los pueblos y al planeta de la amenaza
que significa el control de la vida por parte de empresas que
monopolizan las semillas, llave de toda la red alimentaria”.
En Laudato si, el pontífice evidencia que escuchó su plegaria.
“La encíclica es muy esperanzadora, porque ha expresado una postura ecologista. Toca fibras muy sensibles,
la situación es terrible y amerita la intervención papal. Nos da fuerza
moral para seguir en la lucha”, declara a Tierramérica la académica
Argelia Arriaga, del Centro Universitario para la Prevención de
Desastres, de la pública Universidad Autónoma de Puebla.
Pero las acciones legales no han frenado las ansias del sector biotecnológico en México.
En 2014, el Servicio Nacional de Sanidad,
Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica) recibió de la industria
biotecnológica y de centros investigadores públicos cuatro solicitudes
para siembra experimental de maíz transgénico, sobre casi 10 hectáreas.
Además, se introdujeron 30 requerimientos
para la plantación piloto de algodón, experimental y comercial, para un
total de 1.18 millones de hectáreas. Se sumaron una solicitud de
frijol, cinco de trigo, tres de limón y una de soya, todas
experimentales.
Senasica también procesa cinco
solicitudes de la industria para plantar algodón y alfalfa transgénicos a
nivel comercial y experimental sobre más de 200 mil hectáreas.
“Se trata de un modelo económico y de desarrollo que ignora la producción de alimentos”, destaca el sacerdote Concha.
Luego de lograr que tribunales federales
desechasen 22 amparos interpuestos por el gobierno y empresas en contra
de la decisión judicial de suspender temporalmente los permisos, los
participantes en la demanda se alistan para abordar el juicio, que
decidirá el futuro de los OGM en el país.
En la encíclica, Arriaga aprecia un
enfoque que va más allá del maíz y los transgénicos, pues involucra a
otras luchas ambientales. “Para la gente en las comunidades, es
importante el mensaje papal, porque les dice que tienen que cuidar los
recursos. Desarrolla más conciencia”, explica.
Emilio Godoy/Tierramérica/IPS
[BLOQUE: ANÁLISIS] [SECCIÓN AMBIENTAL]
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Contralínea 455 / del 21 al 27 de Septiembre 2015