José Antonio Rojas Nieto | Opinión-La Jornada
Una de las principales promesas de la reforma energética –dice la publicidad gubernamental– es la disminución de precios de gas y electricidad. Pues una mañana de estas me atajan estudiantes en los pasillos de la Facultad de Economía de la UNAM y me preguntan. Profesor Rojas, ¿cómo van a bajar los precios? ¿Y por qué? Y, una de mis estudiantes me dice. ¿Qué gas va a bajar? ¿El natural, ese que se entrega a las viviendas por tubería? ¿O el licuado del petróleo (gas LP), que se surte a tanques móviles o estacionarios? Y pregunta otro más que –comenta– se especializará en economía ambiental para estudiar lo del cambio climático. ¿No nos mostró usted, que la tendencia del precio de los bienes que provienen de recursos naturales –y casi cita los capítulos de Malthus, Smith, David Ricardo y Marx, en los que se debate la influencia de fertilidad y situación en el precio de los primos”– es al alza, salvo cambios técnicos sorprendentes, descubrimientos y ubicaciones mejores, o finalmente, “abandono social” de estos bienes?
Rápido atajo la animada avalancha de preguntas y comentarios. Sugiero ir por partes. Primero, el caso del gas. Dudo que el gobierno aluda al gas LP. Por la tendencia a la elevación del precio internacional del crudo. Y los invito a profundizar en –al menos– cuatro puntos: 1) disponibilidad y características –fertilidad y ubicación– de nuevos yacimientos petroleros, y su relación con la evolución –aún ascendente– de la demanda de crudo, en lo fundamental por la creciente demanda del transporte. Pero –aclara uno de ellos– sin otro tipo de transporte eso puede cambiar.
Claro –acota una de mis estudiantes– aunque si se trata de transporte eléctrico enfrentaríamos la problemática de los combustibles con que se generaría esa electricidad. Y la de los costos todavía crecientes para el control de gases de efecto invernadero… Y –añade otro– de otras emisiones y partículas, pese a la creciente incorporación de energías renovables o limpias no fósiles; 2) la evolución tecnológica en la exploración, desarrollo y explotación de yacimientos petroleros, donde sobresalen –indica otro de mis estudiantes– los yacimientos de aguas profundas y ultra-profundas, los que el gobierno quiere ceder a empresas extranjeras –añade otro más en el pasillo de mi Facultad– ; 3) los costos de producción eficientes –como gustan decir cuando hablan en serio los documentos oficiales–, y que evalúan los organismos financieros para estudiar la petición de fondos de petroleras que desean explotar yacimiento, llamados marginales de largo plazo: 4) el de la política de precios administrados –imprescindible–, en la que difícilmente este o cualquier gobierno podría garantizar sacrificios fiscales y dar precios por debajo de los internacionales, asunto en el que los costos de producción del crudo y la productividad de las refinerías en México siguen siendo determinantes.
Todo esto me permite concluir –les señalo– la dificultad para que los precios del gas LP bajen. Entonces, profe –dice una de mis estudiantes– bajará el gas natural. ¿No es así? Pues sí. Pero –interrumpe otro– escuché decir en una de las conferencias de todos los jueves sobre la reforma energética, que organizan en la Facultad los profesores Eliezer Morales, Juan José Dávalos y Lorenzo Gutiérrez, que hay alertas críticas por desabasto y que se importa gas natural licuado por Manzanillo a precios superiores a 15 dólares por millón de unidad térmica británica –cercano al precio de los derivados del crudo–. Pero en Reynosa los precios son de menos de cuatro dólares.
El problema –les indico– es que hoy no producimos suficiente gas natural. Y no tenemos gasoductos para traerlo de Estados Unidos, donde –dice uno de ellos– se vive un boom por el llamado gas de lutitas (gas shale) lo que –según funcionarios gubernamentales, añade– será aprovechado con nuevos ductos que permitirán disponer de más de 2 mil millones de pies cúbicos de gas natural diarios en 2017 o 2018, mientras –sigue citando a funcionarios– las compañías extranjeras que vendrán con el cambio de la Constitución, explotan nuestro gas de lutitas, de Veracruz, Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.
Esto, por cierto, hace pensar –dice otro– en que, de bajar los precios, sería hasta que ese gas importado llegue. Pero –pregunta una de las estudiantes reunidas en este diálogo de pasillo– ¿cuál será su precio, si se sigue vendiendo en Japón a esos 15 dólares o más, y en Europa a más de 10 dólares? ¿Se sostendrá el bajo precio estadunidense, a pesar de que hay miles de reclamos por el desaseo de la explotación de esos yacimientos de lutitas, y que –dicen– en el momento en que Estados Unidos exporte gas natural a Europa subirán los precios allá y, en consecuencia, aquí?
Y –ya con cierta prisa por salir de la Facultad– les digo que hay mucha incertidumbre sobre los precios internacionales del gas natural. Pero –me dice uno de ellos– antes de que se vaya coméntenos si las tarifas eléctricas van a bajar, como dice la publicidad gubernamental. Ese asunto –les digo– exige más tiempo. Pero lo comentamos luego. Mientras –sugiero– consulten la metodología aprobada por la Comisión Reguladora de Energía, la del costo total de corto plazo (CTCP) que se utiliza para el pago de la energía eléctrica que entreguen los permisionarios a la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Y –sugiero– vean el comportamiento de este costo en los reportes mensuales que publica la CFE en su página web, sobre cada uno de los más de cuarenta “nodos” (lugares de la red, hora por hora y día por día). Verán que difícilmente, mientras se genere electricidad con derivados de petróleo (combustóleo y diesel) y este tenga alto precio, bajarán las tarifas.
Profe, profe –me dice una de mis estudiantes–, pero se podrían cerrar las plantas que usan combustóleo o diesel. Y usar puro gas natural. Así bajarían las tarifas, porque bajaría ese CTCP. Termino de prisa el diálogo. Y prometo una segunda conversación. Aunque les pregunto: ¿quién pagará los costos hundidos del cierre de esas plantas? Bueno, profe –me dice uno que también ya sale de la Facultad– los impuestos. Pero –mire– hagamos una segunda ronda para lo de la electricidad. ¿Le parece? Pues claro, contesto y salgo corriendo hacia la estación Copilco del Metro.
Fuente: La Jornada
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