Perdió Calderón su última oportunidad de pedir disculpas. A lo más que llegó fue a pedir un minuto de silencio por los muertos en la lucha contra la delincuencia. Ni el menor asomo de autocrítica aunque solo fuera como intento de aproximación al México tendido detrás de la tribuna.
5 septiembre 2011 | Bucareli | Jacobo Zabludovsky | El universal
A los pies de Coatlicue, madre de Huitzilopochtli, se repitió el rito anual de tributo a la voz, establecido hace décadas y prolongado, sin cambios importantes, hasta hoy. El mensaje de hogaño es, como el de antaño, la enumeración de logros y buenos propósitos.
Perdió el presidente Felipe Calderón su última oportunidad de pedir disculpas. A lo más que llegó fue a pedir un minuto de silencio por los muertos en la lucha contra la delincuencia. Ni el menor asomo de autocrítica aunque solo fuera como intento de aproximación al México tendido detrás de la tribuna.
El del viernes fue en teoría el penúltimo mensaje relacionado al Informe de su sexenio. En la práctica es el último: el próximo será dicho cuando la esfera del poder se habrá deslizado a la órbita de su sucesor, presidente electo tal vez de otro partido, y su contenido habrá perdido la importancia dudosa de hace tres días.
La trayectoria política y geográfica de la ceremonia errante es una especie de vía dolorosa del otoño sexenal. Cumplido el deber jurídico de entregar a los legisladores el documento se estableció la costumbre de cacarear el huevo mediante un discurso que se supone de ideas, sustituto del farragoso relato de hechos reales e imaginados, de cifras y exhortos a la unidad nacional y a la defensa de los sagrados valores que, por supuesto, nos son comunes, de los que se nutrían los informes de un pasado no tan lejano. Sería el 2 de septiembre. El problema no era cuándo sino dónde.
Lo lógico, si el documento se entrega a diputados y senadores, es que la glosa sea en alguno de sus palacios, pues cada cámara tiene el suyo. El de los senadores no se acaba de acabar y el otro alienta a algunos diputados, que están en su casa y por lo tanto hacen lo que se les pega la gana, a interrumpir al orador con verdades molestas y a mostrar ante las cámaras carteles y mantas que la televisión corta apenas asoman. Se escogió el patio central del Palacio Nacional y se llamó a los escenógrafos que con floreros de las telenovelas tapan los murales de Diego, tan ofensivos para la Iglesia y los cúpulos empresariales cuya presencia, junto a políticos, líderes obreros, militares y marinos, prueba que las fuerzas vivas están presentes.
El problema del Palacio Nacional es de tragedia griega: el presidente no puede llegar a él. El Zócalo está ocupado desde hace meses por obreros que no lo quieren porque le atribuyen haberlos dejado sin chamba. Claro que los soldados abrirían una brecha, pero, ¿qué pasa con los invitados y sus guaruras y con periodistas y fotógrafos que atienden, a veces, a los gritos y pancartas de los agresivos cesantes y sus familias? Un riesgo.
Se escogió, entonces, el Auditorio Nacional, tan cerca de su residencia que don Felipe podría ir a pie si quisiera. Se enviaron 10 mil invitaciones. El día 25 se registra la tragedia del casino de Monterrey y se decretan tres días de duelo oficial, pero no se cancelan ni el maratón de aplausos ni el bullicio del Auditorio hasta la tarde del 29. ¿Por qué hasta ese día y no antes? Rafael Cardona en La Crónica lo atribuye a mi “Bucareli” de esa mañana, que empezaba: “El estado que guarda el país exige una disculpa, no un informe, señor presidente Felipe Calderón”, y en el que sugería cancelar la pompa habitual del festejo, porque la novia no está para tafetanes. Se llevaron la función al Museo de Antropología y se redujeron a mil las invitaciones. Cardona atribuye la rectificación a mis críticas ante el anunciado desfiguro y dice que evité (no del todo): “Un informe pomposo, suntuoso y de aplaudidores zalameros”. Lo equipara a la cancelación del tranvía en el Centro Histórico. Gracias. Por cierto, esa columna establece un nuevo récord de visitantes por internet a un trabajo periodístico: en la semana que se cumple hoy alrededor de 120 mil lectores la visitaron.
Signo de los tiempos son dos entregas simultáneas el 1 de septiembre: mientras los diputados recibían el informe escrito, las familias y todo un gremio recogían cadáveres de dos periodistas asesinadas con lujo de crueldad en la ciudad de México.
Ana María Marcela Yarce Viveros y Rocío González Trápaga pagaron su tributo al ejercicio de una profesión riesgosa en este país. Una semana antes otro periodista fue secuestrado y muerto de un tiro en la nuca. Y son casi 80 los sacrificados en esta guerra. Hay una intención perversa de eliminar investigaciones y opiniones incómodas. Daños colaterales que no fueron detallados en el mensaje.
En resumen, se mantiene la antigua tradición operística: unos cantan mientras otros mueren.
Telón lento.