domingo, 25 de septiembre de 2011

Crisis de empleo: cambiar el rumbo

25 septiembre 2011 | La Jornada Editorial
En el marco de la reunión anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el director general de la Organización Internacional del Trabajo, Juan Somavía, advirtió ayer que el desempleo afecta actualmente a 200 millones de personas en el mundo, a pesar de que entre finales de 2010 y principios de este año la economía del planeta atravesó por un periodo de relativo crecimiento, con el consecuente impacto positivo en la generación de plazas laborales.
Adicionalmente, ante los barruntos de recesión que se manifiestan en la hora presente, el funcionario advirtió que puede ser un serio error interpretar los momentos críticos que vivimos como si se tratara sólo de una crisis de confianza en los mercados financieros.

Es ilusorio pensar que el actual ciclo de desaceleración económica pueda ser fácilmente superado en una circunstancia en la que el desempleo afecta al equivalente de dos veces la población de nuestro país. Por el contrario, el alza en los niveles de desocupación está asociada con un ensanchamiento de los sectores informales de la economía, con una mayor inseguridad laboral y abatimiento de los salarios para quienes mantienen sus puestos de trabajo; con la disminución de los niveles de consumo y, en suma, con la agudización de las crisis.

Ahora bien, y habida cuenta de que el déficit de plazas de trabajo persiste aun en los periodos de relativa bonanza económica, es inevitable suponer que la economía planetaria enfrenta algo más que una simple contracción coyuntural del mercado laboral. Antes al contrario, da la impresión de que el mundo se encamina a una pérdida estructural de puestos de trabajo relacionada, ciertamente, a la automatización de procesos que se ha vivido en distintas ramas de la economía, pero también a otros rasgos autodestructivos del modelo rentista, especulador y voraz que prevalece en el mundo.

En efecto, en la lógica del precepto neoliberal de la máxima rentabilidad, el desempleo y el subempleo son vistos como formas para lograr al abaratamiento de los salarios, en la medida en que multiplican la oferta laboral disponible. En países como el nuestro, por añadidura, la devaluación del trabajo se ha realizado, desde el poder público, por la vía de las políticas de contención salarial, instrumentadas con el argumento de combatir la inflación, y mediante una deliberada falta de inversiones gubernamentales suficientes en enseñanza y capacitación. Este círculo vicioso ha resultado catastrófico para la mayoría de la población, la cual debe ajustar sus mejores expectativas a la obtención de ocupaciones mal remuneradas; ha hundido en la desesperanza a millones de personas en edad productiva en todo el mundo y, en contraparte, ha permitido a diversas corporaciones e individuos incrementar sus fortunas y su poder fáctico.

Tal perspectiva es desoladora no sólo desde el punto de vista económico, sino también desde la óptica de una gobernabilidad amenazada por el desencanto y la desesperanza masivos. Así ha quedado de manifiesto con los estallidos de movilizaciones sociales en Europa y el mundo árabe, los cuales, más allá de las especificidades políticas, sociales y culturales, han tenido como denominador común la frustración popular hacia los estragos de la globalización económica, la carestía y el desempleo.

La carencia de puestos de trabajo es, pues, un tema muy complicado como para dejar su solución a merced de los vaivenes del mercado: en cambio, se requiere de un gran consenso mundial que conlleve a la reformulación del modelo económico vigente que redirija las prioridades al beneficio del principal actor de la economía mundial: la población. Si hasta ahora no se ha escatimado en destinar cifras millonarias de recursos públicos para rescatar al sector financiero –con resultados más que cuestionables, por cierto–, lo menos que puede esperarse es que se haga otro tanto para beneficiar a la gente.