
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Ellos. Los otros. Los que viven con
menos de un dólar al día, no comen a diario y cuando enferman toman agua
hervida para paliar el dolor. Los olvidados de la tierra. Los pobres de
este país. Contabilizados en cifras, manipulados en elecciones, usados
cuando es necesario e ignorados cuando es conveniente. La subclase
permanente con la cual México se ha acostumbrado a vivir como si fuera
normal. Como si fuera hábito y costumbre coexistir con la miseria de
tantos. Como si no fuera una vergüenza nacional, una herida supurante,
una humillación que debería ser compartida. Porque la pobreza no es un
fracaso personal; es el fracaso de un sistema político, de una
estructura económica. La pobreza también refleja a quienes no son
pobres.
Refleja a un México descuidado, un México desinteresado, un México
que no voltea a ver a quienes tienen que caminar horas para llegar a la
escuela. A quienes sobreviven sin servicios básicos, como agua y
electricidad. A quienes los programas sociales –la Cruzada contra el
Hambre y Prospera– les pasan de lado o apenas rozan. Tantos mexicanos
habitando comunidades que no generan fuentes de empleo, donde la tierra
ya no es fértil, en los municipios más pobres, en los estados más
pobres. Los olvidados de los olvidados que cobran cuerpo y presencia
gracias al esfuerzo de un grupo de periodistas empeñados en recordarnos
que existen. Los autores del libro El Lado B de la Lista de Millonarios:
Los Doce Mexicanos Más Pobres.
Doce historias de desigualdad. Doce historias de connacionales que
ejemplifican lo que muchos preferirían no ver. Doce mexicanos que
pertenecen, en palabras de Juan Villoro, al “lado B de la lista Forbes”
de multimillonarios. Una lista que anualmente nos revela quiénes son los
más ricos. Quienes han acumulado vastas fortunas al amparo del Estado.
Quienes han prosperado en sectores concesionados y concentran 46.6% de
la riqueza. Quienes –en realidad– gobiernan. Esa lista conocida,
comentada, diseminada, retrata al país de privilegios, pero en la otra
lista están aquellos, los de abajo, cuya sonrisa y cuyo nombre nadie
conoce. Los sin nombre, sin rostro, sin historia, por fin puestos en el
escenario para que México pueda mirarse a sí mismo con más honestidad y
ver cuán desigual es. Posicionado entre los 25 países más desiguales
del planeta, superado tan sólo por algunas naciones africanas, Haití,
Honduras y El Salvador.
55.3 millones de mexicanos. 55.3 millones de ciudadanos. Retratados a
través de 12 representantes de los 10 municipios con mayor pobreza
extrema de los 10 estados con más carencias del país. Retratados en una
apuesta por escuchar, visibilizar, entender a los de abajo. Historias
como la de Juan Manuel Díaz, cortador de limones de 34 años, de
Huimanguillo, Tabasco. Cuyo hijo, con zapatos demasiado grandes porque
no son suyos, “siempre se está cayendo” por desnutrición. Proveniente de
un lugar donde una de cada cuatro personas vive en pobreza extrema; un
lugar donde aprendió a mendigar y simular lágrimas, porque si volvía sin
dinero, su madre lo golpeaba. Hoy su mayor ingreso en un día con suerte
puede ser de 150 pesos, pero los días de trabajo son escasos. Su
pensamiento está tan ligado a la supervivencia que no se permite
siquiera soñar.
Historias como la de Marisol Rivera Huitrón, estudiante de 16 años de
Nocupétaro, Michoacán. Ha abandonado a su familia en la ranchería El
Platanal para venir a trabajar en una casa a cambio de techo y comida.
Creció sin televisión, sin refrigerador, sin energía eléctrica. Creció
sin agua potable y sin drenaje. Creció en el estado con el sexto lugar
de rezago en el país, y en el municipio donde 48.7% de la población vive
en pobreza extrema, en medio de una espiral de hambruna. No tuvo dos
pesos para pagar las fotocopias del examen múltiple de informática en la
preparatoria en la cual estudia, y cuando pudo hacerlo, lo reprobó
porque sólo había tocado una computadora en dos ocasiones fugaces en su
vida. De niña caminaba dos horas de ida y dos horas de regreso para
llegar a la primaria más cercana. A pesar de que Nocupétaro fue la sede
del lanzamiento estatal de la Cruzada Nacional contra el Hambre, ha sido
un simulacro porque era dinero ya etiquetado de distintos programas
sociales que no han hecho mella. Pero a Marisol se le ilumina la cara
cuando puede jugar futbol y meter goles, aunque no tenga uniforme.
O cómo no pensar en Esperanza Bolaños Méndez, de San Miguel
Eloxochitlán, en Puebla. Viuda, sola, manteniendo a sus seis hijos,
trabajando en una vieja choza de madera de tres por cuatro metros, con
techo bajo, una sola puerta y dos ventanas sin vidrios. Una madre para
la cual es difícil comprar cuadernos y vestir a quienes cuida, con manos
metidas siempre en el nixtamal. Una madre que rasca pesitos para criar
niños en un lugar donde las carencias de alimentación alcanzan a 36% de
las personas. Abandonada por las autoridades, sobreviviendo gracias a lo
que sus dos hijos migrantes le envían desde California.
Doce perfiles que son arquetipos de lo que se vive y se padece aquí y
allá. Esos otros países dentro del mismo país. Los muchos Méxicos que
coexisten con el país de privilegiados que ha descrito Gerardo Esquivel
en su magistral estudio sobre la desigualdad en México. El mirreinato
donde al 1% más rico le corresponde 21% de los ingresos; donde el 10%
más rico concentra 64.4% de toda la riqueza del país; donde la riqueza
de los millonarios creció 32% entre 2007 y 2012, y excede por mucho las
fortunas de otros en el resto del mundo. El país plutocrático en el cual
la fortuna de 16 multimillonarios en 2002 representaba 2% del PIB; en
2014 ese porcentaje subió a 9%.
Mientras en Oaxaca, en Michoacán, en Yucatán, en Tabasco, en Puebla,
en Veracruz, en Chiapas, en Hidalgo, en Guerrero, los habitantes del
Lado B viven en la angustia constante, en la indignidad permanente,
Invisibles para tantos. Al margen de la conciencia colectiva, exiliados
en su propio país. Pobres que son discriminados, pobres que son odiados,
pobres que son vilipendiados. Con pocos que los defiendan y hablen por
ellos. Gracias entonces a los autores de esta obra por iluminarlos, por
recordarnos aquella frase de Pericles: “La verdadera desgracia de la
pobreza no es que exista, sino que no se luche contra ella”. De a
deveras. Para que los del Lado B puedan salir de allí y tener el derecho
de soñar.