
Vespasiano dijo: “pecunia non olet” (el dinero no huele), a pesar de que provenía de las letrinas.
Marcos Chávez - Contralinea
Los 290 mil millones de pesos reales recibidos por Instituto Nacional Electoral (INE), el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade) y los partidos entre 1991 y 2016 no han evitado el descrédito de las elecciones, de los partidos y de las autoridades encargadas de velar por una inexistente “democracia electoral. Lo único que existe es el viejo autoritarismo compartido por todos los partidos.
Marcos Chávez - Contralinea
Los 290 mil millones de pesos reales recibidos por Instituto Nacional Electoral (INE), el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade) y los partidos entre 1991 y 2016 no han evitado el descrédito de las elecciones, de los partidos y de las autoridades encargadas de velar por una inexistente “democracia electoral. Lo único que existe es el viejo autoritarismo compartido por todos los partidos.
Se suponía que con la misa de réquiem para el viejo y achacoso
sistema presidencialista autoritario de partido único, la
institucionalización de los partidos de oposición y su alternancia en
los gobiernos de los municipios, los estados y el federal, el pluralismo
en el Congreso, los filosos colmillos de los cancerberos electorales o las reformas en las leyes en la materia, entre otros aspectos, todo cambiaría.
Como en los cuentos de hadas, mágicamente
florecería la democracia plebiscitaria. Se estimularía el sistema de
pesos y contrapesos y la sana distancia soberana entre los poderes
Ejecutivo, Legislativo –que por primera vez representaría a sus
representados–, Judicial –que también por primera vez velaría por el
imperio de las leyes–, y las autoridades electorales –por fin libres del
vasallaje presidencial–. Todos, como buenos demócratas y aprendices del
Centro de Investigación y Seguridad Nacional que fisgonea legal e
ilegalmente a la sociedad, se vigilarían republicanamente, lo que
desalentaría la expansión de plagas como la corrupción y la
impunidad institucionales y sistémicas que, como la peste, carcomían las
estructuras del antiguo régimen, prácticas que serían arrinconadas como
ratas temerosas por las sanciones y los castigos de los garantes del
estado de derecho. Con el financiamiento público de los partidos se
neutralizaría el uso del dinero sucio, proveniente del Estado,
los grupos de poder y la otra delincuencia. Se estimularía la
participación masiva, pero pasiva –porque es más fácil de manipular–, de
la población en la vida política del país, a través de los partidos de
“interés público” y los procesos electorales, una vez liberada del
despotismo que ensombreció y ensangrentó la vida del país durante 71
años ininterrumpidos, que le impedía adquirir el estatus de ciudadano y
gozar de las libertades democráticas.
Esas y otras ilusiones más, típicas de esa clase de fábulas.
Pero en el caso de México, el desenlace
fue desdichado. Distinto al final feliz del guión tradicional de las
ficciones y se convirtió en una historieta de terror.

Los juicios de Luis Carlos Ugalde sobre la malparida “democracia” electorera mexicana dejan mal parada a la quimera.
Debe reconocerse que algo sabe al
respecto. Al igual que José Woldenberg, Andrés Albo, Leonardo Valdés y
Lorenzo Córdova, fue titular del “autónomo” instituto electoral en
2003-2007. Como aquellos, Ugalde se benefició de las escandalosas
remuneraciones pagadas a los que participaron e intervienen en la farsa
electoral que han agraviado y zahieren groseramente a millones de
votantes y cuando menos a 35 millones de personas ocupadas (el 67 por
ciento de 56 millones) que no reciben ingresos o apenas ganan hasta tres
veces el salario mínimo que los condena, al igual que sus familias, a
vivir quién sabe cómo en el submundo de la miseria. Se vio involucrado
en el chiquero en que se encumbró Felipe Calderón, el cual ensució
y cuestionó la supuesta independencia e imparcialidad de los organismos
electorales, lo mostró como una cuerpo blando de condición, dúctil,
moldeable, y manchó el plumaje del consejero presidente.
De Woldenberg a Córdova, nadie ha escapado a ese turbio y oprobioso destino. Pero vendieron caro su desdoro en el mercado del envilecimiento.

El presupuesto crece día a día
El milagro de la “democracia” electoral ha sido la socialización de la corrupción entre la élites político-empresarial.
En su trabajo ¿Por qué más democracia significa más corrupción?, de febrero de 2015, Ugalde delinea un panorama sombrío, perverso, el cual es compartido por otros analistas.
En ausencia de un orden legal previo que
inhibiera y sancionara los abusos de poder (lo que tenemos es un
sistema de “patas jurídicas mochas”), con “un estado débil de derecho” y
sin instituciones sólidas de procuración de justicia, la alternancia en
el gobierno y el pluripartidismo, dice Ugalde, se convirtieron en una
invitación “a la parranda sin control”, sin “reglas de respeto ni
límites al ejercicio del derecho a beber”.
“Por eso en México –agrega Ugalde– los
engranajes de la teoría democrática no han surtido efecto e incluso el
experimento asemeja un reloj con las manecillas en sentido contrario: en
lugar de que la democracia hubiera estimulado el mecanismo reductor de
la corrupción, más pluralismo parece justamente haber detonado más
avaricia de los políticos y más niveles de corrupción”.
El milagro fue que México se convirtió en uno de los países más corruptos de América Latina y del mundo. Según el Índice de Estado de Derecho 2014
del World Justice Project, el país ocupó el lugar 78 entre 99 naciones y
el 12 de 15 en América Latina en materia de sobornos. Mundialmente se
codea con Pakistán, Afganistán y Liberia, estados de ánimo; en
Latinoamérica convive con aquellos donde la corrupción es moneda común.
De acuerdo con la politóloga de derecha
María Amparo Casar –que vendió sus amores al Santiago Creel y que renta
sus oficios a los neofachos del Instituto Mexicano para la
Competitividad, Valentín Diez Morodo, Gerardo Gutiérrez Candiani y
Daniel Servitje–, México se ubica entre los países con servidores
públicos más corruptos. Entre ellos el de Vicente Fox al cual sirvió
Casar a través de Creel.
La ñora señaló en su trabajo Anatomía de la corrupción,
de 2015: “gobiernos y funcionarios de todos los colores partidarios y
de todos los niveles jerárquicos han estado inmiscuidos en denuncias
públicas que involucran el uso y abuso del poder para beneficio
privado”.
La única democratización clara con el
pluripartidismo y la alternancia ha sido codicia y la corrupción,
convertidas en crímenes sin castigo.
La competencia electoral se transformó
en un torneo para ver cuál de los actores involucrados se hunde más en
el estercolero institucionalizado, cómo se encubren, cruzan el fango,
sobreviven, transitan de un partido a otro, porque los negocios se
sobrepusieron a la ideología y los principios, y, la mayoría, se recicla
en el sistema político sin perecer en el desprestigiado intento.
Según Ugalde, la corrupción durante el
autoritarismo priísta se explicaba por la concentración del poder en la
presidencia y a la falta de contrapesos al Ejecutivo. Actualmente, por
la dispersión del poder y la apertura de muchas ventanillas para hacer
negocios. Antes tenía que tocarse la puerta de Los Pinos. Ahora se
volvió “competitiva”, con la participación de “los poderes legislativos,
los gobiernos estatales y los ayuntamientos. La democratización ha
significado la pulverización de los puntos de acceso para lucrar con la
influencia política de muchos jugadores que hoy tienen una palabra o un
voto para definir leyes, contratos, permisos y presupuestos”. Ni los
partidos, ni las autoridades electorales ni el poder judicial se escapan
de esa cortesana “democracia”.
El cohecho legal e ilegal se volvió
exuberante en sus formas de expresión, merced a la falta de
transparencia, de mecanismos de rendición de cuentas y de sanciones.
El derroche del financiamiento público
en los congresos nacional y estatales, en los partidos y los órganos
electorales, se convirtió en una fuente de corruptelas y de
enriquecimiento: las altas percepciones legales, claras o ambiguamente
definidas en su cuantía (salarios, compensaciones, prestaciones,
seguros, automóviles, telefonía, gastos en alimentos y otros conceptos),
y las clandestinas, desviadas de otras partidas presupuestales o de
origen desconocido; el “agujero negro” de las llamadas “subvenciones”
ordinarias y extraordinarias del Congreso, convertidas en las opacas
“cajas chicas” de los coordinadores de los grupos parlamentarios”,
usadas y repartidas arbitrariamente, sin comprobación nítida, sin el
riesgo de penalización económica, inhabilitación de la función pública o
juicio penal –se estima que éstas sumaron 6.5 mil millones de pesos en
62 legislaturas (septiembre de 2012-agosto de 2015–; la compra de
conciencias y de votos de dirigentes de los partidos, de vulgares y
ambiciosos legisladores levantadedos y sus líderes parlamentarios –a “billetazos”,
en especie, con favores, obras públicas o empleos a amigos o parientes,
con cuotas de poder e impunidad– para que aprueben determinadas leyes,
sin cambios significativos, anheladas por el Ejecutivo –al cabo, directa
o indirectamente, de él dependen sus carreras políticas, incluso los de
la oposición– y en beneficio de los empresarios –la reprivatización
energética, la laboral, etcétera– o blanqueen los ilícitos de
las cuentas públicas de los diferentes órdenes de gobierno que se
convierten en quebrantos y adeudos que la sociedad pagará.

Entre éstos últimos destaca un jugoso “patrón de negocios”, o “clientelismo presupuestal”: la apertura pública –y de la chequera– al capital privado que ha democratizado otras exquisiteces que, por pudorosa humildad, los involucrados prefieren esconder al escrutinio público: los sobornos de los proveedores y contratistas; las comisiones (“diezmos”) cobradas para asignar directamente los contratos o amañar las subastas; la “inflación” de costos; el empleo de materiales de mala calidad; la sub/sobrefacturación; los ajustes en los presupuestos asignados; los suministros u obras defectuosos o fantasmas y otras manifestaciones de la “creatividad” contable y fiscal.
En Brasil, se registra una crisis
política debido a la corrupción que priva en los funcionarios del
Ejecutivo y los legisladores y varios de ellos han sido encarcelados o
proceso. En Argentina varios de ellos siguieron el mismo destino por dar
y recibir sobornos para aprobar la contrarreforma neoliberal laboral
(como la peñista) durante el gobierno de Fernando de la Rúa (1999-2001).
En México, afortunadamente se
manchan el plumaje y no pasa nada. En 2013, Ricardo Monreal y Zuleyma
Huidobro, de Movimiento Ciudadano (MC), denunciaron que diputados de los
partidos Revolucionario Institucional (PRI), de Acción Nacional (PAN),
Verde Ecologista de México (PVEM) y Nueva Alianza (Panal) recibieron
“bonos especiales” después de la aprobación de las peñistas leyes
laboral, de telecomunicaciones, la fiscal, la financiera y la
energética. Los involucrados, empero, dijeron que los recursos recibidos
correspondieron a asignaciones legales.
En cualquier caso, nadie investigó esa
situación que apesta a corrupción. Ni se investiga el hecho de que esa
mayoría del Congreso convierta bovinamente en leyes las iniciativas del
Ejecutivo, a menudo contrarias a los intereses de sus votantes y de la
nación, en escaso tiempo, sin leerlas, en la mayoría de los casos, con
algunos cambios cosméticos. O que los cabilderos de las grandes
empresas, una manada de hienas hambrientas, merodeen por los pasillos de
las cámaras. El reculón legislativo en las telecomunicaciones, después
de aprobarse, benefició a los monopolios que, supuestamente, pretendía
afectarse: Televisa y TV Azteca.
La aprobación de la peñista Ley federal
de transparencia será el próximo acto de envilecimiento del peñista
“partido pacto por México” (PRI, PAN, PRD, PVEM, Panal, PES), la cual
asegurará “la opacidad en los negocios y en los asuntos que sabemos
dónde hay empresarios y políticos corruptos”, como dijo Rogerio Castro,
de Morena,
Al cabo, los legisladores son generosamente pagados y sus tropelías son solapadas.
Existe una razón de fondo para que acepten la servidumbre voluntaria: su vida y su muerte política depende del Ejecutivo.
“Como nunca han estado en el poder quieren robar más rápido”.
Con el neoliberalismo, el poder político
y el económico estrechan férreamente las manos de los negocios, a costa
de la población y de los bienes de la nación.
La empresa española OHL, una de las
empresas predilectas del peñismo, mexiquense, es un ejemplo
paradigmático de lo anterior. Otra es el Grupo Higa. El de las casas de
Peña Nieto y su pareja y la de Luis Videgaray. Blanqueadas por la
Secretaría de la Función Pública
Las relaciones anteriores, en un proceso
lógico, son las excrecencias del funcionamiento de los partidos
políticos y de los procesos electorales.

La crisis de credibilidad del sistema y de sus autoridades
Adocenados financieramente (para sus
actividades ordinarias y extraordinarias, en promedio, el 90 por ciento
de sus ingresos legales son públicos y el resto de aportaciones de sus
militantes y privadas), los partidos, dejaron de cumplir sus compromisos
que los justifican como entes de “interés público”, según el Artículo
41 constitucional: “promover la participación del pueblo en la vida
democrática, contribuir a la integración de la representación nacional y
como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de estos al
ejercicio del poder público”.
Datos de Latínbarómetro 2015 y del
Instituto Federal Electoral-Instituto Nacional Electoral (IFE-INE)
evidencian la crisis de credibilidad del sistema de partidos.
Entre 1994 y 2012, la participación de
los votantes en las elecciones presidenciales cae de 75.6 por ciento a
62.7 por ciento (votos totales, que incluye los válidos, los nulos y los
no registrados, contra la lista nominal. Si se considera sólo los votos
válidos, el porcentaje pasa de 73.4 por ciento a 59.5 por ciento.
En las elecciones intermedias
–renovación de diputados–, los porcentajes se reducen de 65.5 por ciento
a 47 por ciento, y de 62.4 por ciento a 44.6 por ciento, entre 1991 y
2015.
El 74 por ciento de la población considera que las elecciones sucias. El 83 por ciento no se siente representado por el congreso ni por los partidos políticos (68 por ciento).
Salvo el caso del novel Movimiento de
Regeneración Nacional (Morena), todos los partidos han perdido sus señas
de identidad, ideológicas y políticas.
Todos se dicen de “centro”. Pero los tres principales, el PRI, el PAN y el PRD, de los chuchos,
son militantes del neoliberalismo económico y el autoritarismo
político. Sus diferencias son de grados. Los dos primeros son radicales y
se identifican con los intereses de la extrema derecha local y
transnacional. El otro matiza con el gasto social y los negocios
oligárquicos la violencia neoliberal-autoritaria.
El resto de los partidos, los “verdes”,
del Trabajo (PT, engendro salinista y resucitado por el peñismo), Panal,
creado para los usos privados de Elba Esther Gordillo), (MC) y
Encuentro Social (PES), son simples mercenarios, franquicias al mejor
postor para los intereses particulares de sus líderes.
Por cuatro monedas presupuestales, por
mezquinas cuotas de poder, por beneficios tribales, no dudan compartir
el lecho electoral con el PRI, el PAN y el PRD para asegurar su registro
electoral.
La izquierda agonizó con Cuauhtémoc
Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Marcelo Ebrard y Miguel Mancera
aceleraron su muerte, con garrotazos peñistas a los descontentos de esa
“izquierda” bastarda, alejada de quienes los eligieron.
Los partidos, como recordara el politólogo Octavio Rodríguez Araujo, se transforman en catch-all party parties. En partidos atrapalotodo. En partidos escoba.
Sólo buscan atraer a los votantes de cualquier ideología, por lo que
relajan o abandonan las propias, y por cualquier medio, lo que degrada
la política a un simple trámite o medio para ganar cargos y puestos en
la representación política y en los gobiernos. Sin importar las demandas
y necesidades de las mayorías, que serán subordinadas a los interés de
la elite política-económica.
Lo demás carece de importancia.
Los partidos se convirtieron en una
ficción burocrática, sin democracia interna. Son dominados por castas
(las “tribus” que no son exclusivas del PRD), sin relación con sus
mandantes, lo que explica su deserción, rechazo y rebelión ante esas
organizaciones y los procesos electorales. Esos burócratas apenas se
acuerdan de los electores cuando las requieren comprar sus votos. Sin
escatimar los recursos, al margen de su origen, legal o ilegal. Sus
compromisos son con los grupos de poder.
Recuérdese al viejo priísmo. Por
ejemplo, la desviación de dinero de Petróleos Mexicanos para beneficiar
al fracasado Francisco Labastida. O la triangulación financiera (Monex,
Soriana y demás) de Peña Nieto, digna de los lavadores del
llamado crimen organizado, cuya campaña electoral triplicó sus fondos
que legalmente le correspondían –más de 4 mil millones de pesos (mmp)
ejercidos contra 1.3 mmmp que le correspondían por ley.
O al panismo. Vicente Fox, cuya familia terminó envuelta en escandalosos casos de corrupción, y Felipe Calderón.
El estado de derecho fue arrojado al
bote de basura –en realidad, siempre ha estado en ese lugar–, lo que
validó un principio “democrático” inaugurado por el antiguo régimen de
partido único.
Tasada en el mercado negro, resulta
barato ganar la Presidencia a cualquier costo, sin excluir los métodos
delincuenciales, comparado con las modestas sanciones monetarias
impuestas por los guardianes electorales, y que serán pagadas con los
impuestos de quienes defraudaron.
Esa mecánica resultó exitosa para Calderón y Peña Nieto.
Lo fue gracias al IFE-INE, el Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF-TEPJF) y la
Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos (Fepade). Más que
imponer el imperio de las leyes, legalizaron esa simpática forma de
ganar la Presidencia, lo que arrojó al caño su credibilidad y su
supuesta autonomía.
Quizá por esas razones son generosamente
remunerados. De por sí, la elección de sus directivos (impuestos por el
Ejecutivo, negociado por los partidos y aprobados por la mayoría
legislativa) cuestiona su imparcialidad.
En un estudio realizado en 2013 por el Centro de Análisis de Políticas México Evalúa, El costo de las elecciones presidenciales de 2012, se lee lo siguiente: “La transparencia de recursos dirigidos a partidos políticos señala a México entre el grupo de países que presentan una opacidad significativa
[destacado en el original]. Por su modelo de rendición de cuentas, la
información disponible de sus partidos y los mecanismos para su
publicidad, México se encuentra a la par de naciones africanas como
Botswana, Gambia, Kenia y Namibia”.
México se equipara con los parias del
mundo justo cuando el financiamiento electoral crece exageradamente y en
relación inversa a sus resultados. Cuando, como dice Ugalde, “creció
notablemente el problema de la malversación de fondos públicos en los
gobiernos locales”. Se “consolidó la práctica de los ‘moches’ en los
poderes legislativos (legisladores que cobran parte del dinero público
que asignan), se disparó el problema del financiamiento paralelo de
campañas políticas [el dinero sucio], y se multiplicó el gasto
en publicidad oficial que contribuyó a que un segmento de la prensa se
haya convertido en cómplice silencioso de la corrupción gubernamental,
más que su denunciadora”.
Justo cuando, como recuerda la analista Helen Hatley en su trabajo ¿Cuánto cuesta votar? La democracia de los millonarios accesorios,
“en los noventa del siglo pasado se decidió que el financiamiento de
las elecciones mexicanas debería ser preponderantemente público para
evitar que el flujo de capital privado determinara los resultados. Ese
temor fundado y nunca expulsado de la escena nacional se evidenció con
la desaparición de 43 normalistas de la normal rural de Ayotzinapa al
amparo de autoridades municipales que llegaron al poder merced a sus
vínculos con una organización criminal”.
Pero apoyo sucio también llega
de otro crimen organizado institucionalizado. Los empresarios que
apoyaron a Fox, Calderón o Peña Nieto: Soriana, Monex, Televisa, TV
Azteca y otros, y que tenía como objeto evitar a cualquier costo el
triunfo de Cárdenas y López Obrador, que, eventualmente, pondría en
juego el modelo político-económico que tanto ha beneficiado sus
intereses oligárquicos (monopólicos y sus fortunas tribales), los cuales
crecieron a la sombra de los gobiernos priístas y panistas.
El dinero
Según los Servicios de Investigación y
Análisis de la Cámara de Diputados, entre 2000 y 2015 el presupuesto
público federal ejercido por los órganos electorales fue de 186.2 mmp.
El destinado a los partidos políticos y campañas electorales sumaron 27
mmp.
De manera agregada a los 19 partidos
nacionales se les concedieron 54.7 mmp: 42.8 mmp para sus actividades
ordinarias; 9.9 mmp para la búsqueda del voto; y 1.2 mmp para sus tareas
específicas.
A los órganos electorales les
correspondieron 21.8 mmp: 18.6 mmp al INE; mmp; 3 mmp al TEPJF; 152
millones de pesos (mp) a la Fepade (Alma E Muñoz, La Jornada, 27 de marzo de 2016).
En un periodo más amplio (1991-2016), el
presupuesto acumulado destinado al IFE-INE, que incluye a los partidos
políticos, la Fepade y el TEPJF-TEPJF, fue de 291 mmp reales, 11.2 mmp
en promedio anual (en realidad es de orden de 300 mmp, dado que de éste
último no fue posible disponer cifras para 1994-1999).


Si se agrega el del Congreso, el monto
es del orden de 500 mmp, según la información de Hacienda y de los
organismos referidos, poco más de 19 mmp cada año.
En el caso del IFE-INE, su presupuesto
pasa de 8 mmp reales a 12.6 mmp en los años de referencia, lo que
implica un aumento de 57 por ciento. De manera acumulada, el organismo
recibió 58 mmp, o 9.9 mmp en promedio anual.
Sin descontar la inflación, su
presupuesto nominal para 2016 será de 15.4 mmp. Esos recursos incluyen
el dinero correspondiente a los partidos y al propio IFE-INE y supera al
conjunto del dinero que recibirán los hospitales nacionales de
cardiología, pediatría, infantil, cancerología, nutrición y de
enfermedades respiratorias.
Si se excluye la parte correspondiente a
los partidos, el gasto operativo del IFE-INE, entre 2006 y 2016
asciende a 84.2 mmp, 7.7 mmp en promedio anual. En dicho lapso, si se
agrega el de los partidos, el total suma 126 mmp, y la parte
correspondiente al IFE-INE equivale al 67 por ciento. En promedio, el 63
por ciento de su gasto operativo del cancerbero mayor es devorado por los servicios personales de sus empleados que en 2016 sumaron 9 mil 642 personas.
En el caso del TEPJF-TEPJF, como
dependencia del poder judicial, su presupuesto real acumulado entre 2000
y 2016 es de 28.6 mmp. La evolución de sus ingresos no ha sido
significativa: pasa de 2 mmp a 2.2 mmp. Es decir, apenas se eleva en 5.4
por ciento. El 80 por ciento de sus recursos son para los servicios
personales.
En cambio, la Fepade, dependiente de la Procuraduría General de la República desde 1994, es el cancerbero
humilde y en proceso de abandono. Con excepción de algunos años, su
presupuesto real declina en poco más de la mitad entre 1994 y 2016. Cae
de 315 mp reales a 140 mp. En esos años acumuló 9.2 mmp. De su
presupuesto nominal de 2016 (171 mp), el 87 por ciento es absorbido por
los servicios personales.
Quizá su menor presupuesto se deba a que
bajaron los delitos electorales. O porque es un órgano ineficiente. O
porque de todos modos no importa demasiado las tropelías electorales de
los partidos. A veces ellas resueltas con modestas sanciones. A veces
son eximidas y los (presuntos) delincuentes gobiernan y caminan
tranquilamente por las calles y regresan a cada tanto a la escena del
crimen. Con un guiño de ojos a los desdentados cancerberos.
Marcos Chávez M.