
MÉXICO, DF (apro).- Las elecciones legislativas del pasado domingo 6
en Venezuela fueron rotundas: el chavismo y su heredero, el madurismo,
perdieron la mayoría en el Congreso frente a una amplia coalición
opositora denominada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que contó con
el innegable apoyo de los medios internacionales y de las principales
cadenas y medios privados de televisión.
Los opositores del MUD afirmaron haber ganado 112 del total de 167 escaños de la Asamblea Nacional que les daría la mayoría calificada para evitar nuevos decretos del presidente Maduro. Hasta la madrugada del lunes 7, el Consejo Nacional Electoral le otorgó 107 diputados a la oposición y 55 al oficialismo del Partido Socialista Unido de Venezuela. La oposición también ganó en 17 de los 23 estados, incluidos bastiones históricos del chavismo.
“Ganó la guerra económica”, afirmó Nicolás Maduro,
para subrayar que su mandato ha vivido el acoso y la asfixia, y de paso
evitar cualquier autocrítica a su errática conducción en el gobierno, a
la represión a opositores y a la fragmentación que se aceleró en el
partido oficial a la muerte de Hugo Chávez.
En términos
estrictos, se inaugura un gobierno dividido en Venezuela: con una
mayoría opositora en el Congreso y en las entidades. En sentido inverso,
el caso es muy similar al panorama de Argentina tras las elecciones del
22 de noviembre: el kichnerismo pierde la presidencia de la República,
concentra una mayoría en el Congreso y en las entidades, mientras que
Mauricio Macri, del PRO y la coalición opositora de centro-derecha
Cambiemos, ocupa la presidencia de la República y el gobierno federal.
Las elecciones en Venezuela concentraron la atención internacional
porque se produjeron tras el primer giro electoral ocurrido en
Argentina, donde culminan 12 años de kichnerismo y en medio de la actual
crisis que vive el gobierno de Dilma Roussef en Brasil.
En
Argentina, como en Venezuela, la izquierda en el gobierno se enfrascó en
una guerra mediática con las principales televisoras y sus réplicas en
medios impresos y radiofónicos. El resultado electoral en el caso
argentino fue mucho más cerrado en la segunda vuelta de lo que
pronosticaron la mayoría de los medios y sus encuestas (¿recuerdan el
caso Peña Nieto en 2012?).
Macri le ganó a Daniel Scioli con
menos de tres puntos de ventaja en lugar de los más de 10 puntos que le
daban los sondeos. La derrota es innegable para el kichnerismo y
pronostica una nueva recomposición en el peronismo y sus distintas
variantes.
Macri cometió su primera pifia como presidente electo
justo en relación con Venezuela. Promovió pedir la cláusula democrática
del Mercosur para expulsar a Venezuela de esa alianza económica
regional. A la prisa de Macri le correspondió un rotundo “no” de sus
homólogos de Uruguay, Tabaré Vázquez, del gobernante Frente Amplio de
izquierda, y de Brasil, Dilma Roussef.
Macri se vuelve la novedad
y la apuesta a seguir para la nueva ola de políticos de la
centro-derecha y la derecha empresarial de origen gerencial que aspira a
formar en la región gobiernos al estilo de las Sociedades Anónimas: ex
gerentes y empresarios de franquicias y trasnacionales que pretenden
desplazar a los gobiernos de izquierda que están en franco agotamiento
político tras más de una década de mandato.
Se trata de ganar por
la vía electoral y ya no mediante los golpes militares que generaron
dos décadas de oscuridad y represión en Argentina, Uruguay, Brasil,
Chile, Venezuela y Bolivia.
Frente a esta nueva era de gobiernos
S.A. (que en México ya vivimos con el ascenso y ostentoso derrumbe de
Vicente Fox), la izquierda en los gobiernos de Sudamérica vive momentos
de profunda crisis y replanteamiento. Sus innegables logros en el
terreno social, en mitigar la brutal desigualdad, en la creación de una
nueva clase media (que paradójicamente vota ahora por las opciones de
centro-derecha), en la expansión de los derechos civiles, le está
cobrando una factura o un voto de castigo frente a los otros expedientes
no resueltos: la impunidad frente a los casos de corrupción, la falta
de una cultura de rendición de cuentas, los excesos personalistas de los
mandatarios y presidentas y la trampa que significó enfrascarse en las
guerras mediáticas con las grandes corporaciones de la región.
Sólo en Uruguay, el Frente Amplio mantiene un claro consenso favorable,
tras la salida de Pepe Mújica, quizá el expresidente más popular de toda
la región, y el retorno de Tabaré Vázquez. El secreto uruguayo radica
en la no prolongación continua del poder, aunque también padece el mismo
fenómeno que otros gobiernos de izquierda: la falta de nuevos
liderazgos jóvenes que compitan con los productos de la derecha S.A. que
se promueven como opciones de gobierno a partir de una intensa
mercadotecnia mediática.
¿Qué sucederá con estos gobiernos de centro-izquierda y con la tendencia hacia los gobiernos S.A.?
Hay cinco tendencias presentes:
1.-Empieza un nuevo ciclo político en Sudamérica. No se trata de darle
el triunfo o el control absoluto a una sola fuerza. Al contrario. Hay
una suerte de contrapesos y equilibrios muy frágiles que llevarán a
disputas entre los Congresos y el Poder Ejecutivo. ¿Qué papel jugarán
las Cortes constitucionales, tradicionalmente bastiones conservadores?
La sombra de los golpes militares ya no está presente. Ahora se trata
de otro tipo de golpes: los mediáticos y con una clara orientación en la
defensa de intereses corporativos.
2.-La lucha contra la
corrupción y contra la impunidad no es una excentricidad sino una
necesidad. El mal del sistema mexicano se ha expandido a Sudamérica. La
corrupción es uno de los puntos centrales que genera un voto de castigo.
Esta demanda se acentuará con gobiernos nuevos, de corte gerencial, un
experimento que muestra ya en el caso de Enrique Peña Nieto los dos
principales problemas: el abierto favoritismo a un grupo de empresarios y
el enriquecimiento de una clase política anclada en el autoritarismo.
3.-La comunicación política se vuelve también una prioridad. Hubo un
descuido claro de los gobiernos de Argentina, Venezuela y Brasil en esta
materia. La comunicación política no es propaganda. Tampoco es el
control informativo de los medios de recursos públicos para combatir a
los monopolios privados. Es la construcción de un sistema democrático de
medios públicos que no son propiedad de los gobernantes ni de los
partidos. Es trascender la confrontación con los medios privados y
aceptar ser cuestionados e investigados por la prensa. Algo muy difícil
en sistemas políticos que vienen de décadas de dictaduras militares, de
dictaduras de partido o de sistemas monolíticos.
4.-La creación
de nuevos liderazgos. Los gobiernos de izquierda se anquilosaron y no
generaron nuevos cuadros. El personalismo, el culto al líder que no se
equivoca o la centralización del mando son los grandes problemas de las
izquierdas en México, Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, Chile y
Uruguay. Peor aún cuando los nuevos liderazgos de la izquierda tratan de
reproducir los mismos vicios de los jóvenes políticos de la derecha: la
mercantilización de la política.
5.-Los ciudadanos en estos
países ya son menos clientelas y más votantes inciertos, más audiencias
deliberativas y menos espectadores pasivos. Con la excepción notable y
terrible de México, en la mayoría de los países de América Latina no se
pone en duda el resultado electoral no porque las prácticas fraudulentas
no existan, sino porque el fraude y la compra y coacción del voto no
constituyen el nudo del sistema. A Venezuela le dijeron dictadura en
todos los sentidos, pero es claro que es un régimen que ha ido a las
urnas con todos los errores y aciertos del sistema.
El sufragio
efectivo reclama ciudadanos deliberativos. El debate más rico se está
dando en las redes sociales y en las nuevas formas de comunicación
horizontales y no en los medios tradicionales. Falta mucha información y
sobra propaganda, pero si algo positivo trae este nuevo giro hacia la
derecha en algunos países es que también hay ciudadanos más críticos y
vigilantes, que difícilmente aceptarán retrocesos en los derechos ya
ganados.
Fuente: Proceso
Fuente: Proceso