La sobreproducción en el ámbito mundial,
la caída de la demanda debido a la desaceleración del crecimiento
global, el alza de las cotizaciones del dólar, así como la explotación a
través del aceite que otorga el hidrocarburo esquisto bituminoso (grupo
de rocas sedimentarias con la suficiente abundancia en material
orgánico querógeno como para producir petróleo a través de la
destilación), son factores que han repercutido en la caída sostenida de
las cotizaciones del oro negro desde mediados de 2014.
Es
indudable que la abrupta disminución del precio ha generado
incertidumbre en los países miembros de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP), mismos que sostienen sus presupuestos
públicos bajo perspectivas de un rango de precios que oscila entre los
100 y 110 dólares por barril. En la actualidad, sin embargo, los precios
se han estabilizado en una banda que va de los 50 hasta los 70 dólares
en sus variedades West Texas Intermediate (WTI) y Brent.
Todo parece indicar que la cotización del
energético seguirá enfrentando presiones a la baja en el corto plazo, o
al menos con tarifas muy por debajo de las observadas entre 2002 y
junio del año pasado (después de la quiebra de Lehman Brothers en
septiembre de 2008, las cotizaciones del mercado petrolero mundial se
desplomaron, meses después volvieron aumentar ante el valor refugio que
los títulos vinculados al petróleo representaron para las inversiones en
la esfera financiera).
Hay que destacar que la caída en los precios del petróleo (así como del resto de los commodities,
a excepción de los alimentos) no se trata únicamente de una fluctuación
menor, sino que constituye, en realidad, una tendencia crónica y de
largo plazo que nos plantea un nuevo escenario geopolítico global. ¿Qué
naciones se ven perjudicadas y cuáles se ven beneficiadas tras este
nuevo ordenamiento que podría revolucionar, de manera paulatina, el mapa
energético mundial?
Dentro de los beneficiados se encuentran a
grandes rasgos los mercados importadores de crudo. En esencia, los
territorios donde se encuentran los mayores yacimientos de shale oil
o lutitas bituminosas del mundo, posicionándose Australia en primer
lugar, seguido de cerca por la Federación Rusa, Estados Unidos,
Argentina y Libia, según datos de la Agencia Internacional de Energía
(IEA, por su sigla en inglés).
No obstante, debido tanto a factores
económicos como medioambientales, ninguno de estos países (a excepción
de Estados Unidos) ha destinado un monto de inversiones significativo
para el desarrollo tecnológico en la exploración y explotación de estas
piedras metamórficas arcillosas procedentes de la fauna y la flora
acuática. Es, por lo tanto, Estados Unidos quien se encamina a
posicionarse, de manera aparente, como el productor mundial de
referencia gracias al aumento sostenido de su producción desde 2013.
Sin embargo, en cuanto los efectos
derivados de la caída de los precios, los casos de Estados Unidos y la
Unión Europea ameritan especial atención. Si bien es cierto que por un
lado los ingresos de las familias se han visto aliviados por la caída
del precio de las gasolinas, por otro lado no obstante, el desplome en
las cotizaciones de los productos energéticos ha consolidado la
deflación (caída de precios) de la economía en su conjunto y con ello,
incrementado los riesgos de caer en una recesión prolongada o peor aún,
una depresión económica.
Asimismo, dentro del grupo de naciones
más perjudicadas se encuentran Rusia, Irán, Argelia y Arabia Saudita.
Mientras que en América Latina destacan los casos de Venezuela y
Ecuador, entre otros países. No obstante, esta disminución en los
ingresos parece no afectar tan gravemente a Arabia Saudita (líder
mundial en la extracción de petróleo a través de fuentes
convencionales), que optó por descartar una reducción en la producción
del oro negro en el marco de las reuniones de la OPEP como vía
para evitar el desplome de las cotizaciones, aceptando incluso,
disminuir la tarifa de precios a sus clientes asiáticos.
La jugada estratégica del país
árabe tiene dos objetivos. En primer lugar, busca conservar su cuota de
venta en el mercado petrolero mundial. Y en segundo lugar, constituye un
intento por desestabilizar económicamente a Irán, país con el cual
mantiene una histórica relación disonante por poseer mayorías musulmanas
chiítas en vez de seguidores sunitas, que es como entiende al Islam el
Reino Saudí.
Sin embargo, la estrategia únicamente privilegia los intereses de la Tierra de las Mezquitas Sagradas,
mientras que al mismo tiempo provoca graves desequilibrios económicos
en los demás miembros de la OPEP. Venezuela y Ecuador, países que
pertenecen a la región con la segunda reserva petrolera más importante
del mundo, sólo después de Oriente Medio, han sido testigos del
desvanecimiento de una tercera parte de su principal fuente de ingresos.
En la actualidad, Venezuela obtiene 96
por ciento de sus divisas de las exportaciones de crudo. Según cálculos
de Barclays, cada vez que el precio del barril se reduce en 1 dólar, el
país deja de recibir alrededor de 720 millones de dólares al año. Por
otro lado, según los datos más recientes del banco central de Ecuador,
las exportaciones cayeron en 805 millones de dólares entre 2013 y 2014.
En consecuencia, el gobierno del presidente Rafael Correa anunció
recortes por un monto de 1 mil 420 millones de dólares al presupuesto de
2015.
¿Deja esta experiencia algún aprendizaje
para Sudamérica? Es indudable. Se ha vuelto imperativo generar una mayor
diversificación en la composición del comercio exterior. Los gobiernos
de la región deben concentrar sus esfuerzos en la construcción de
cadenas industriales y tecnológicas horizontales que promuevan, en la
medida de lo posible, la producción de bienes de alto valor agregado.
Asimismo, es necesario poner en marcha
cuanto antes el Banco del Sur, ampliar los recursos del Fondo
Latinoamericano de Reservas y masificar el uso del Sistema Único de
Compensación Regional, los tres pilares de la arquitectura financiera
sudamericana que, de manera decisiva, ayudarían a capear el temporal que
amenaza con subsumir a las economías de la región.
Hay que destacar que el petróleo no sólo
cumple una función energética, sino que además actúa como un arma de
orden geopolítico. La caída de los precios del crudo (es necesario
enfatizar que no sólo deriva de la recesión global sino a una estrategia
política a largo plazo impulsada por el capitalismo central) dejó al
descubierto el carácter vulnerable de las economías sudamericanas, las
cuales no han generado estructuras productivas que estimulen la
ampliación del mercado interno ni el aumento de los flujos de comercio e
inversión al interior de la región, para así enfrentar con mayor
resiliencia las fluctuaciones a la baja del ciclo económico.
En lugar de ello, se han orientado (a
través de la imposición por golpes militares) hacia una mayor
dependencia de las exportaciones, situación que aunada a la
revalorización del dólar, aumenta de manera exponencial las deudas
externas denominadas en la divisa estadunidense de los países
periféricos.
En conclusión, a 6 años de distancia del
inicio de la crisis, la tendencia deflacionaria cobró fuerza y alcanzó
las cotizaciones del mercado petrolero mundial. Los efectos del desplome
son diferenciados entre países; y en el caso de las economías
suramericanas, reproducen su carácter dependiente en el mercado mundial
al transferir parte del 0.5 por ciento del producto interno bruto global
a las economías industrializadas. Esta problemática no sólo afectará a
Suramérica: también podría disminuir la demanda de manufacturas
importadas desde China y Europa, lo que repercutiría en una espiral
deflacionista de mayor vigor en el viejo continente.
Finalmente, el escenario geopolítico
global, más que favorecer cambios de posiciones en el sistema
internacional, apuntalará la conformación de zonas de influencia y
dominación internacional, situación que las economías latinoamericanas
podrán encarar mejor a través del reforzamiento de los procesos de
integración regional, que dotan de un mayor poder de negociación frente a
otros bloques en la toma de decisiones. En definitiva, sumar esfuerzos y
comprometer una agenda regional es quizás una de las vías para salir
avante en medio de la guerra de precios y crisis mundial que nos aqueja.
Ariel Noyola Rodríguez*/Gabriela Riveros Medina**
*Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México
**Economista egresada de la Universidad de Santiago de Chile
Fuente: Contralinea