miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Teletón bajo sospecha

Bernardo Barranco V. - Opinión
A pesar de haber dedicado muchos años de mi vida a fundaciones e iniciativas sociales que apoyan la lucha contra la pobreza y la discriminación, no puedo mirar sin recelo la metodología del Teletón. Como pocas veces, la emisión 2014 del Teletón topa con cuestionamientos cada vez más severos, evidentes en las redes sociales, como críticas de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Quizá mi reparo está motivado porque es una obra vinculada a los legionarios de Cristo, tal vez porque el Teletón está emparentado a la imagen de empeño social que quiere, contradictoriamente, difundir Televisa. Dos instituciones importantes en la sociedad mexicana que han generado poder y ambivalencias culturales.
En las memorias de Camilo Maccise, quien llegó a ser superior general de la orden de los carmelitas descalzos con residencia en Roma, lamentaba la soberbia de Marcial Maciel al fanfarronear: Bah!, nosotros en México tenemos el Teletón. El Teletón fue obra operada bajo el amparo, la gestión y relaciones de los legionarios, presumía el mismo Maciel. Me hace ruido esa manera de hacer filantropía desde las élites, desde el poder. Ese ver en los desamparados y excluidos un nicho de mercado para posicionarse y hacerse pasar por buenos, generosos y hasta piadosos. Pero la causa de los desamparados ha dejado de ser sólo marketing, porque ha mostrado que puede ser un jugoso negocio. El testimonio de Pablo Pérez Guajardo, ex legionario, dibuja muy bien el estado de ánimo del perverso Maciel, quien tenía un agudo olfato financiero más desarrollado que el espiritual; en repetidas veces se le escuchaba decir: No hay mejor negocio que los pobres. En esa perspectiva de dualidad y ambigüedad transitan obras legionarias como Compartamos y Mano Amiga; en esa contradicción navegan muchas obras que se hacen pasar por iniciativas de filantropía.
Hay un doble discurso que subyace en los actores del Teletón. Una Televisa cuyos directivos se profesan católicos y venden sus espacios a la agrupación religiosa más cuestionada de América Latina. Nos referimos a la Iglesia universal de reino de Dios, pare de sufrir. La fe y el fervor ceden ante la generosa oferta del mercado del dinero, el único y verdadero Dios en la era global. Un empresa que se dice o aparenta aparecer como socialmente responsable y vende la promoción de productos milagro y chatarra que afectan la salud de los mexicanos. La misma suerte corren los actores visibles que encarnan el espíritu del Teletón. La Lucerito que protagonizó en 1997 la boda del siglo con Mijares en el Colegio de las Vizcaínas, presidida por el también piadoso cardenal Norberto Rivera, con un rating de 52 puntos. Esta misma Lucero encabeza años después, en las revistas de chismes, traiciones e intrigas pasionales que culminan con matanzas en cacerías de animales. La imagen de dulzura y generosidad que muestra en los maratones televisivos contrasta con la cruel depredadora con su novio millonario Michel Kuri, quien además, y por si fuera poco, fue también la cara e imagen de la promoción del gobierno del estado de México del entonces gobernador Enrique Peña Nieto. Pedro Ferriz, otro personaje a quien la historia no sólo le jugó una mala pasada, sino que evidenció la doble moral y el doble discurso con que se mueven muchos actores públicos y líderes de opinión. El mismo Fernando Landeros, presidente de la Fundación Teletón –está muy seducido por la frivolidad con que las élites enfundan las casacas de buenos para salvar a los desprotegidos con esa chocante actitud mesiánica–, es muy dado a aparecer en revistas de moda y socialité.
La ONU tocó una de las fibras más sensibles de crítica al Teletón. El Comité de los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU criticó la entrega de recursos públicos al Teletón. El 3 de octubre pasado dijo: Al comité le preocupa que buena parte de los recursos para la rehabilitación de las personas con discapacidad del Estado sean objeto de administración en un ente privado como Teletón. Plantea que El comité observa que dicha campaña del Teletón promueve estereotipos de las personas con discapacidad como sujetos de caridad. Ha sido un golpe durísimo y contundente que aún no ha sido contrastado. Y es que la mayor parte de los recursos, como dicen los informes de la misma fundación, no provienen ni de las empresas ni del gobierno federal, sino de las pequeñas contribuciones individuales que personas de escasos recursos aportan conmovidas al Teletón. La sátira de Luis Estrada, La dictadura perfecta, hubiera coronado su crítica a la manipulación mediática parodiando el Teletón. Porque para estremecer a millones de personas de escasos recursos la técnica mediática utiliza la emoción hasta la hilaridad; se vale de todo: la sensiblería, los arrebatos, el llanto, la exaltación, la euforia, el éxtasis y hasta la cursilería para tocar y motivar al donante. Muchos especialistas coinciden en que hay paralelismos con los métodos pentecostales, así como de las llamadas iglesias electrónicas, muy de moda en los años 90, emisiones que pueden ser instrumentos hasta de pérdida de sentido de la realidad. Uno de los problemas de fondo que la ONU pone en evidencia es la sustentabilidad del programa Teletón a largo plazo, porque la venta en las emisiones es fundamentalmente la construcción de centros y unidades, pero el costo del mantenimiento a largo plazo no queda claro. ¿Cómo se van a financiar las estructuras, personal y renovación de equipos en el tiempo? Así que la intervención de las aportaciones de los gobiernos estatales resultan necesarias, y quizá condicionadas, a proyectos de mediano plazo. Por ejemplo, en noviembre de 2010, a iniciativa del gobernador Enrique Peña, la legislatura del estado de México, dominada ampliamente por el PRI, aprobó otorgar casi 900 millones de pesos repartidos en 10 años en favor de la Fundación Teletón a partir de 2012. El Teletón nos debe llevar a revisar, en la lógica de Estado y nuevas miradas, las categorías de caridad, altruismo, beneficencia y filantropía.

Fuente: La Jornada - Opinión