Javier Flores - Opinión
El movimiento
estudiantil en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) ilustra los
graves problemas internos que existen en una de las más importantes y
emblemáticas instituciones de educación superior e investigación en
México. Pero este conflicto es, al mismo tiempo, la mayor oportunidad
que se ha presentado en las décadas recientes para la evolución positiva
de ese centro de estudios, transformación que, sin embargo, puede
frustrarse ante la falta de voluntad para distinguir entre lo que es
esencial y lo que es secundario.
El detonador del actual movimiento de jóvenes politécnicos fue la
decisión de las autoridades de ese instituto de modificar los programas
de estudio y el reglamento interno. Una decisión vertical que no fue
presentada previamente a la comunidad. Por esta falta de comunicación,
los contenidos de las nuevas disposiciones han sido interpretados de muy
distintas maneras; por ejemplo, como la intención de rebajar a los
ingenieros y arquitectos de un nivel profesional a uno puramente
técnico, o como producto de la injerencia externa (incluso trasnacional)
sobre el instituto.No estoy diciendo que esas interpretaciones sean acertadas o falsas. Creo que lo más importante aquí es que se pone de manifiesto que la comunidad politécnica (y me refiero no sólo a los estudiantes) no dispone de los instrumentos para autogobernarse, pues siente que todo le llega de arriba o de afuera. Entonces, si este es el origen de un conflicto que desde hace varias semanas mantiene cerrado uno de los centros educativos más importantes de México, la solución es, sin duda, discutir sobre bases académicas la autonomía del Instituto Politécnico Nacional… y eso es lo esencial.
Curiosamente, ese planteamiento, que cobró fuerza en las primeros días del conflicto y que fue visto con gran simpatía por distintos sectores sociales e incluso gubernamentales, ahora va quedando en los últimos lugares de un pliego petitorio que cambia a gran velocidad, en el que lo más importante deja de ser lo esencial para que ocupen su lugar aspectos tan secundarios como el auditorio en el que habrán de realizarse las reuniones entre autoridades y estudiantes.
Además de la fuerza intrínseca del movimiento estudiantil en el Politécnico, éste ocurre en un momento muy especial en la vida del país, en el que el asesinato de jóvenes y la desaparición de 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa ha traído consigo la indignación de todos los mexicanos. Esto ha puesto en movimiento a los estudiantes de casi todas las instituciones de educación superior e investigación en la ciudad de México y otras regiones del país.
Este marco de movilizaciones nacionales, en el que el centro
de atención se concentra en los acontecimientos ocurridos en Iguala,
Guerrero, resulta beneficioso para la causa politécnica –lo digo con
toda claridad, pues además es evidente para todo el mundo– y es del
mayor interés para el gobierno federal darle solución inmediata.
Casi desde el inicio del conflicto, el presidente de la República,
Enrique Peña Nieto, reconoció como justas las demandas de los
estudiantes y ha celebrado reuniones con parte de su gabinete para dar
respuestas a las demandas estudiantiles. El secretario de Gobernación ha
salido a la calle a dialogar con los jóvenes del IPN, y más
recientemente el secretario de Educación ha respondido a las demandas de
los jóvenes.
El tema de la autonomía del IPN debería ser el tema central a
discutir y yo veo que existen grandes posibilidades de que pudiera
conseguirse. Es ahora o nunca. Yo sé que para algunos intelectuales la
autonomía de las instituciones de educación superior es una especie de
mito, parte del atraso que vive nuestro país. Yo no estoy de acuerdo,
pues creo que son las comunidades académicas las más capacitadas para
definir el rumbo de sus instituciones ante el predominio del
conservadurismo y las posturas anticientíficas que abundan hoy en el
mundo.
Quiero dejar claro que la autonomía a la que me refiero debe estar
sustentada en criterios académicos, científicos y técnicos del más alto
nivel, basada en el autogobierno a través de órganos colegiados
conformados por los especialistas más destacados en las distintas áreas
del conocimiento, y no debe ser para convertir a este instituto en un
espacio político de permanente confrontación, por eso debe iniciarse una
amplia discusión académica (y no solamente política) sobre sus
características.
La existencia del IPN como institución vinculada a las decisiones del
gobierno ya no tiene razón de ser, como sí la había en la época
cardenista e incluso años después con la existencia de grandes empresas
estatales principalmente en el área energética. Pero éste, que es el
tema esencial, podría fracasar si la parte gubernamental no adopta una
posición más flexible, o si el movimiento estudiantil entra en el
círculo infiltración-control-inactivación, que ya hemos presenciado en
otras partes.
En 1929, un movimiento estudiantil logró la autonomía de la
Universidad Nacional de México, y quizá hoy otro movimiento estudiantil
pueda lograr lo mismo para el Instituto Politécnico Nacional, a menos
que, como hoy, se detenga en aspectos puramente secundarios.