El sindicato minero ha sufrido el más feroz combate a manos del Estado, que no ha logrado ni logrará destruirlo, y la misma suerte le ha tocado al Sindicato Mexicano de Electricistas, en pie de guerra en su combate permanente contra el Estado.
Néstor de Buen
Las perspectivas a partir del resultado de las elecciones no parece que sean favorables al sindicalismo. Basta repasar los años transcurridos desde la Revolución para advertir que, salvo en la aprobación del artículo 123 constitucional, de notable influencia de Salvador Alvarado y de su representante en el Constituyente: Héctor Victoria, lo que siguió, fundamentalmente a partir del presidente Plutarco Elías Calles, fue el nacimiento y desarrollo del sindicalismo corporativo representado principalmente por la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), que convirtió a Luis N. Morones en personaje principal.
No cambiaron mucho las cosas con el nacimiento, en 1936, de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), dirigida originalmente por Vicente Lombardo Toledano, pero que manifestó desde un principio su lealtad absoluta con el gobierno dirigido entonces nada menos que por Lázaro Cárdenas.
La presencia, años después, de Manuel Ávila Camacho y, sobre todo, de Miguel Alemán, no sólo no cambió las cosas, sino que las complicó de manera evidente cuando Lombardo Toledano fue expulsado de la CTM y su puesto lo asumió después de un breve periodo nada menos que el inmortal Fidel Velázquez. Desde entonces el sindicalismo se convirtió en un apéndice del Estado, como sigue siendo en este momento.
Los diversos gobiernos del PRI, nombre que asumió el partido en el poder, en una notable contradicción terminológica, desde entonces han hecho todo lo posible por destruir al sindicalismo. Con López Mateos fue evidente la agresión inmunda contra el sindicato ferrocarrilero, y a lo largo de los años, las perpetuadas contra los sindicatos democráticos, bien mediante la represión directa, en los hechos; contra el reconocimiento de sus derechos mediante maniobras de la Secretaría del Trabajo, al desconocer los resultados de sus asambleas democráticas; mediante actos de su instrumento habitual: la Secretaría del Trabajo y de la Previsión Social, con la negativa de sus registros o de la toma de nota de sus dirigentes.
El PRI demostró fehacientemente ser enemigo rotundo de la clase obrera, poniendo en duda permanentemente el sentido revolucionario invocado en su nombre, que más que nombre parece apodo.
Ahora el PRI vuelve al poder y todo hace pensar que repetirá la hazaña en las ya cercanas elecciones presidenciales. Hay que reconocer que el PAN se ha lucido con sus hazañas en el mismo terreno. El sindicato minero ha sufrido el más feroz combate a manos del Estado, que no ha logrado ni logrará destruirlo, y la misma suerte le ha tocado al Sindicato Mexicano de Electricistas, en pie de guerra en su combate permanente contra el Estado.
Es evidente que las razones del problema están, además, en la misma Ley Federal del Trabajo y en esa combinación dramática entre el Poder Ejecutivo y el poder jurisdiccional en materia laboral. Naturalmente que la última palabra la tendrán los mismos trabajadores, y hoy en día es cada vez más notable la solidaridad internacional.