(Crónica) | Por Enrique Cisneros Luján | Machetearte
Llegamos al pueblo de Cherán ubicado en el estado de Michoacán y pareciera que allí todo fuera normal. Salvo las barricadas y los retenes, desde la señora que vende helados hasta los que ofrecen garbanzos verdes laboran como si nada sucediera. Sin embargo, una calma chicha se respira en el ambiente.
Cuando entramos al patio de la iglesia, flanqueado por bellas trojes hechas de maderas preciosas, que bien se puede decir preciosas maderas, se empieza a vivir el ambiente de colaboración, de comunidad, de lucha: en grandes cacharros se prepara comida mientras una cuadrilla de voluntarios descarga e inventaría víveres que llenan una camioneta de redilas. Recordamos Atenco en días de resistencia o la UNAM durante la huelga del CGH. Las personas son otras pero el ambiente es el mismo: alegría, camaradería, de esa que sólo nace como producto del trabajo solidario y colectivo.
Nos ofrecen un guiso con papas y una rica salsa. Se disculpan pues no hay cubiertos pero sobran las tortillas y las corundas que suplen a las cucharas. Nos acompañan estudiantes de la Universidad Nicolaita y la compañera del legendario Mosh, el de la UNAM quien estuvo con nosotros esa mañana en la Normal Rural de Tiripetío, pero que no pudo viajar a Cherán pues para sostener a su hijo de 6 años trabaja como conserje de una primaria, a la vez de que estudia la carrera de Economía en la Universidad de Michoacán. Encontrar al Mosh no es algo fortuito, así como él, miles de los que nacieron en la lucha del CGH están incrustados en cientos de luchas sociales, de esas que calladitas, están construyendo la resistencia y preparando la ofensiva.
Hace mucho calor, por lo que la plaza está aparentemente vacía. Con la mayoría de los negocios cerrados los lugareños buscan los resquicios de sombra, pero allí están esperando a ser convocados. Un magnífico equipo de sonido está en el kiosco tocando música que resulta extraña para muchos pobladores. Se escuchan canciones de Silvio Rodríguez y José de Molina intercaladas con algunas pirecuas y corridos. Desde el centro de la plaza se observan los cerros, algunos ya talados, otros con árboles en pie que parecen guerreros que resisten a los talamontes.
“Por esta calle, durante diez años -nos dice uno de nuestros anfitriones- vimos pasar diariamente un promedio de 200 camiones cargados de madera, de nuestra madera. Veíamos como nos la robaban y sumisos bajábamos la mirada. De 30 mil hectáreas desforestaron 20,000 y no podíamos hacer nada pues el “crimen organizado” cobraba $1,000 por camión a cambio de darle protección armada a los talamontes. Pero “tanto va el cántaro al agua hasta que se queda adentro” y cuando talaron árboles que están alrededor del ojo de agua, la gente comprendió que a los talamontes no les importa la vida y bajo la divisa de “ellos o nosotros”, el pueblo, Fuenteovejuna, detuvo y quemó una veintena de camiones”.
Después nos narró como los del “crimen organizado” llegaron al pueblo con armas de alto poder para tomar represalias y fueron enfrentados por la organización popular haciéndolos correr al ver a los pobladores decididos a todo.
Cuando el equipo de sonido convocó al festival donde actuarían Makario, cantautor de Uruapan y El Llanero Solitito, los portales se fueron llenando y rebozos azules hicieron serpentinas de guirnaldas que colorearon la plaza. El festival fue un poema de solidaridad mutua. La energía recorrió de los actores al público que gozaba cuando les narramos las actuaciones de la organización Cleta en Atenco o los programas dominicales en la Casa del Lago. El sueño del teatro fue realidad de vida que trasmitió energía y al final, después de casi dos horas de arte popular un ambiente de fiesta copó la plaza.
Muchos nos acercaron sus sonrisas junto con atole blanco para compartir ricos buñuelos. Por todos lados la dignidad afloró y se hizo orgullo.
Ya empezaba a anochecer y en las calles se prendían fogatas para dormir a la intemperie pues hacerlo en las casas es peligroso, por aquello de los “levantones”. Al estar en Michoacán pensamos en el grupo de “la Familia” y nos dijeron que no, que no eran ellos, que eran grupos perfectamente identificados que vivían en los pueblos cercanos y que tenían arreglos con “la ley”, por eso a pesar de que todo mundo sabe quiénes son, se pasean por la región impunemente. “Por ello ni el ejército, ni la PFP, ni los policías estatales se acercan para proteger al pueblo ahora que lo tenemos tomado tal parece que poco les importa que suceda una masacre”, afirmaron con convicción de que hay que preparase para todo.
Uno de los compañeros nos confesó que habían invitado a varios grupos artísticos, “de esos revolucionarios de los que le mientan la madre al gobierno en sus canciones”, pero que más de uno declinó diciendo abiertamente que les daba miedo. Y es para dar miedo pero ¿hasta cuándo soportaremos impasibles el robo, la explotación y la injusticia?
Cuando salimos del pueblo vimos una camioneta abierta con chavos armados, así como las de la PFP pero ésta era un vehículo desvencijado. Nos dijeron: no se espanten son de los nuestros, son del pueblo.
Poco ha hablado la prensa de esta lucha y los que lo hacen no se atreven a decir la verdad de lo que sucede en Cherán: es un pueblo heroico levantado en armas. Seguramente intentan impedir que vaya a cundir el ejemplo.
Pero la dignidad y el heroísmo del pueblo se contagian a pesar de los que quieren ocultarlo.
Muchos pensamientos volaron a nuestro alrededor incluyendo la posibilidad de que algún ofendido “rafagueara” el modesto vehículo en que viajábamos rumbo a Morelia, pero íbamos con la cabeza alta, así como se nos mostraron los campesinos y campesinas de Cherán.