domingo, 8 de mayo de 2011

Menores en las minas, algo común en la Carbonífera

Cronista de Sabinas asegura que las explosiones en los pozos son frecuentes en la zona
Domingo 08 de mayo de 2011Hilda Fernández y Thelma Gómez/ Corresponsal y enviada | El Universal
A los 15 años el cuerpo aún no tiene las fuerzas para trabajar en una mina de carbón. Eso no vale en estas tierras. En estos pueblos, los hombres andan con la cara tiznada desde que son adolescentes. Aquí la vida como “carboneros” comienza en cuando se termina la infancia.


Jesús Fernando Lara Ruiz comenzaba su vida como “carbonero” —como aquí les llaman a los hombres que trabajan en la extracción del carbón— cuando la explosión del pozo lo dejó sin su brazo derecho.
Él tiene 15 años de edad. Hace unas semanas comenzó a trabajar en el pozo 3 del ejido de Sabinas, de la empresa Binsa, cuando el martes 3 de mayo una explosión sepultó a los 14 mineros que estaban dentro del pozo. Jesús era “ganchero”, así le dicen a quienes se encargan de recibir el tambo con carbón que sacan los mineros. Ese es el trabajo que hacen los más jóvenes.
Y no son pocos los adolescentes que trabajan en los pozos, la forma más rudimentaria, barata y peligrosa para sacar el carbón. “Hay muchos chiquillos trabajando en los ‘pocitos’. En cada ‘ pocito’ hay dos o tres”, dice Juan Sánchez, quien inició a trabajar como “carbonero” cuando tenía 16 años.
A los menores de edad no sólo los emplean como “gancheros”, también son “malacateros” —los que jalan las cuerdas que suben el tambo— o como “hueseros” —encargados de limpiar el carbón—. Incluso, en el pozo que explotó el pasado martes, el “huesero” acababa de cumplir 18 años, asegura su familia. El día del accidente, los primeros familiares en llegar al lugar miraron cómo “se quedó ahí, sentadito, llorando, porque su papá estaba adentro”.
La Ley Federal del Trabajo prohíbe que menores de 16 años sean empleados en la minería.

Siempre ha sido así
Rogelio Robledo Mendoza es “carbonero”. Tiene 54 años, pero se ve mucho mayor. Así es aquí, los mineros de 30 años parecen de 40. “Yo empecé a los 16 años en un ‘pocito’, como casi todos los de aquí”, dice este hombre que la noche del viernes pasado recibió el cadáver de su hijo. Se llamaba igual que él y tenía 30 años, la edad en la que los mineros del carbón tienen su máxima productividad, cuando pueden sacar hasta 25 toneladas de carbón a la semana. Después, el cuerpo ya no da más.
Por ejemplo, Rogelio, el de 54 años, ahora vive con sus rodillas “echas pedazos… Pero a mí me fue bien, porque no quedé dentro de un pozo”, dice.
A Raúl Villasana Cantú no le fue bien. Él empezó en las minas de carbón a los 17 años. Murió de 32, junto con 65 de sus compañeros, en la explosión de la Mina de Pasta de Conchos, el 19 de febrero de 2006. Su madre, María Trinidad Cantú, no se ha cansado de exigir que saquen su cadáver.
“No hay otros medios de trabajo para la región, por eso todos se van a trabajar ahí desde chicos. No tiene idea del hambre, de la necesidad de poder tener otras fuentes de empleo”, explica María Trinidad. Al año, en promedio, tres millones 300 mil toneladas de carbón salen de esta región.
Ramiro Flores Morales, cronista de Sabinas, dice que hay dos compradores principales del carbón: La Compañía Federal de Electricidad (CFE), que lo utiliza para las carboeléctricas, las cuales generan 14% de la electricidad de todo el país. Y las fundidoras, como Altos Hornos de México y Peñoles.
El mismo cronista asegura que desde 1884, a la fecha, en la región carbonífera han muerto poco más de mil 400 mineros en 117 explosiones. La que dejó más víctimas ocurrió el 31 de marzo de 1969, en Barroterán. Ahí murieron 154 mineros.
Y aunque la minería y sus tragedias forman parte de la historia de esta región, Ramiro Flores, advierte que ha sido en los últimos años cuando “como nunca” han existido tantos “pocitos”, extracciones que se realizan de manera informal, sin cumplir con las medidas de seguridad; en donde los mineros no cuentan con las prestaciones de ley.
Estos “pocitos” sólo funcionan entre seis meses y un año. “Sacan el carbón que hay y cierran. Después abren otro, y lo mismo”, dice Rogelio Robledo.
Los “carboneros” prefieren trabajar en los “pocitos” que en las minas grandes, donde supuestamente existen mayores medidas de seguridad, porque ganan más. En una mina, el pago es de 700 pesos a la semana, en promedio. En un pozo puede ser de mil 200 a mil 500 a la semana.
“Aquí sólo hay de dos: o te arriesgas la vida o te mueres de hambre”.
A los menores de edad les pagan alrededor de 600 pesos a la semana.
“Muchos empiezan a trabajar en cuanto salen de la secundaria. Los dejan un tiempo como ‘hueseros’, ‘malacateros’ o ‘gancheros’, después los meten al pozo”, dice Yesenia Robles, hermana de Rogelio, uno de los 14 mineros que murieron en la explosión.

De SLP a la zona carbonífera
Jesús García Ayala empezó como minero cuando tenía 16 años. El 20 de mayo próximo se cumplirá un año de que murió, cuando el pozo de la vertical 4, de Progreso, se inundó y él estaba adentro. Falleció a los 33 años.
Su papá, Fermín García, también era “carbonero”. Él tiene 65 años de edad y es de los pocos que se pudo jubilar. Su pensión es de 66 pesos, insuficiente para cubrir los achaques de las rodillas y la espalda que le dejaron las minas.
En el pozo donde murió Jesús también estaba Francisco Zamora, de 29 años de edad; él resultó con una fractura en el cráneo y las costillas. Apenas el día que llegó a la clínica había sido dado de alta ante el IMSS.
Él es originario de Real de Catorce, San Luis Potosí. Llegó a esta zona carbonera cuando tenía 16 años.
“Cuando me vine, fue el hermano del patrón por nosotros allá. Iba hasta San Luis Potosí a traer gente. A veces se venían como 15 o 20. Algunos tenían 14 años”, cuenta Francisco, quien desde el accidente se quedó sin trabajo.
Él repite lo mismo que dicen todos en esta región: “Aquí trabajan muchos que son chicos, pero trabajan a escondidas. Los patrones los esconden”.
El pasado martes 3 de mayo, cuando sucedió la explosión en Sabinas, el patrón no tuvo tiempo de esconder a Jesús Fernando Lara Ruiz, el adolescente de 15 años que perdió su brazo.