Néstor de Buen - Opinión
Acabo de leer un libro
que me envió una amiga y clienta, Ana Sofía Araico, escrito por el
diputado Ricardo Monreal, cuyo título más que expresivo es: La privatización del petróleo. El robo del siglo, que
me ha impresionado profundamente. En realidad ha actualizado mis
previas opiniones sobre este acto, recientemente construido en el
Congreso de la Unión, sobre una iniciativa del presidente Enrique Peña
Nieto, y que gracias a la asociación del PRI y el PAN ha logrado las
mayorías necesarias para la aprobación constitucional y su
reglamentación, contra el voto notablemente minoritario del PRD, que
actúa como representante de una izquierda históricamente desplazada del
poder que bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas fue la característica
que marcó la política nacional e internacional de México.
Ciertamente ha sido una tendencia de muy poco alcance. Desde la presidencia de Manuel Ávila Camacho (1940-l946) fue notable el dominio de una derecha que a partir de entonces gobierna nuestro país y que ahora, en esa combinación deprimente que da nombre al grupo dominante, PRIAN, ha tomado descaradamente el control de la nación y ha cancelado el principal avance revolucionario que fue la expropiación petrolera.
A lo largo de los años, a partir de 1946, con la llegada al poder presidencial de Miguel Alemán, México se ha desplazado –primero con cierta discreción y ahora con un descaro total– hacia la derecha; con presidencias panistas, Fox y Calderón, y con la actual, formalmente priísta pero que mantiene la hegemonía conservadora puesta sobre todo de manifiesto en la reforma laboral de Calderón de 2012, y ahora en la entrega a inversionistas privados –nacionales y extranjeros– de nuestro petróleo.
El libro de Monreal Ávila es más que expresivo de lo que está pasando. Hace referencia a la denuncia que se ha presentado ante la Procuraduría General de la República por Andrés Manuel López Obrador y los integrantes del consejo nacional del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), en contra del Presidente de la República, al que acusan de traición a la patria por haber puesto el petróleo en manos privadas y extranjeras.
No deja de llamar la atención esta denuncia, cuyas
perspectivas no parecen precisamente viables. Estados Unidos de América
es el principal interesado en que prospere la reforma constitucional y
legal, que le permitirá recuperar el control del petróleo que perdió
cuando el presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación. Y eso no
deja de ser un elemento de fuerza.
En aquellos tiempos llegué a México. No a bordo del Cuba, en
el que viajábamos desde Burdeos (junio de 1940) con rumbo a la
República Dominicana, pero que gracias a la decisión del dictador
Trujillo de que no pudiéramos desembarcar, eso nos hizo finalmente
llegar en otro buque a Coatzacoalcos el 26 de junio del mismo año
(¡afortunadamente!), donde nos enteramos de la expropiación y del
intento frustrado de golpe de Estado del general Saturnino Cedillo.
Nuestra idea era que la política mexicana era totalmente de izquierda,
como efectivamente lo era, pero dejó de serlo muy pronto al asumir la
presidencia Manuel Ávila Camacho.
Ciertamente la política de México debe cambiar. Hoy representa, sin
la menor duda, el dominio del capitalismo nacional y extranjero, lo que
ciertamente corresponde a las corrientes neoliberales que inundan al
mundo. En forma específica, el derecho del trabajo, nacional e
internacional, ha abandonado las ideas que le dieron origen, hace ya
muchos años, y ese mismo impulso ha conducido a la política por los
rumbos incómodos del conservadurismo.
Me pregunto, con lamentable presunción de la respuesta, cuánto va a
durar esa tendencia. A lo mejor me obliga a volver de lleno al derecho
civil, lo que no sería del todo malo. Por lo menos, es puro derecho. En
cambio el laboral es pura derecha. ¿Qué pensaría Mario de la Cueva?