México SA-Carlos Fernández-Vega
Con la novedad de que la coyuntura” atacó de nuevo, y en septiembre pasado la desocupación abierta en el país alcanzó el nivel más alto en siete meses, al afectar nacionalmente a 5.29 por ciento de la población económicamente activa (PEA), o lo que es lo mismo a cerca de 2 millones 800 mil mexicanos. Para el caso concreto de las 32 ciudades más grandes del país (aquellas con más de 100 mil habitantes), tal indicador se ubicó en 5.9 por ciento.
Lo anterior confirma el profundo cuan permanente deterioro del mercado laboral mexicano, el cual ni de lejos ha sido capaz de satisfacer las necesidades de los mexicanos. El problema sería superable si se tratara de un “atorón”, de un asunto de “coyuntura” (la palabra preferida de la sagrada familia financiera de esta República de discursos), de algo de corto plazo, solucionable con medidas rápidas y adecuadas.
Pero no. Se trata de un gravísimo problema estructural que nadie pretende corregir, porque es consustancial al modelo económico impuesto 30 años atrás, y forma parte, desde luego, del esquema de “utilidad rápida y ampliada” que tanto gusta al voraz empresariado nacional y foráneo que opera en México.
Muestra de lo anterior, por citar un ejemplo, es que de enero de 1994 (último año de Salinas en Los Pinos) a septiembre de 2013 (el primero de Enrique Peña Nieto), oficialmente (cifras de la Secretaría del Trabajo y del IMSS) se generaron, en números cerrados, 5.4 millones de empleos en el sector formal de la economía (eventuales 20 por ciento de ellos), cuando en igual periodo la población económicamente activa se incrementó en casi 18 millones. Así, en ese lapso sólo tres de cada 10 mexicanos en edad y condición de laborar lograron obtener un empleo formal. Los siete restantes quedaron en el aire; es decir, alrededor de 12 millones de personas quedaron fuera de la jugada.
Lo anterior no obsta para que la sagrada familia financiera asegure que “no se nos ha descompuesto la situación” y que la economía mexicana “atraviesa por una buena racha” (Agustín Carstens dixit). Por ello, de nueva cuenta la falta de empleo es atribuida a la “coyuntura” económica “internacional” (porque aquí adentro todo va de maravilla, según la versión oficial). El problema, dicen, “viene de afuera”. Sin embargo, los comparativos ni de lejos permiten sostener la cómoda tesis gubernamental, y la numeralia respectiva corresponde al Banco de México y al Inegi.
En diciembre de 1982, cuando Miguel de la Madrid y sus tecnócratas llegaron a Los Pinos, la tasa oficial de desocupación abierta fue de 4.2 por ciento (en aquel entonces para tales efectos sólo se consideraba el desempleo urbano; a partir de 2005 la medición es nacional). Después de cinco inquilinos de Los Pinos, miles de privatizaciones favorables a los amigos del régimen, decenas de “reformas modernizadoras” y trillones de discursos, ese mismo indicador se ubicó en 5.9 por ciento (también en términos urbanos) al cierre de septiembre de 2013, es decir un incremento de 40 por ciento en el periodo.
También en 1982, la población económicamente activa sumó 21.6 millones de mexicanos; poco más de 30 años después, la PEA se aproxima a 52.4 millones (un incremento de 143 por ciento en el periodo), y de ellos apenas 16.5 millones (incluidos los eventuales urbanos y del campo) laboran en la economía formal (inscritos en el IMSS), es decir, tres de cada 10. ¿Y dónde quedaron los 35.9 millones restantes? “Coyunturalmente” en la informalidad (en todas sus variantes), en el desempleo abierto o en el exilio económico (no se olvide que en tiempos del “cambio”, por cada minuto que Fox permaneció en Los Pinos un mexicano emigró al extranjero, especialmente a Estados Unidos. ¡Y no había crisis!).
A estas alturas es recurrente escuchar a gobernantes y empresarios afines que “gracias a las reformas” y a las “modernizaciones” muy atrás quedaron aquellos tiempos (como los de Miguel de la Madrid) de altísima inflación, crisis permanente, finanzas públicas destrozadas y demás calamidades (lo que sucedió en 2008, y que no se ha ido, “vino de afuera”, según dicen), pero a la vuelta de tres décadas cuando menos en materia de empleo la situación se modificó, sí, pero para muchísimo peor.
Carlos Salinas de Gortari llegó a Los Pinos con una tasa oficial de desempleo de 3.5 por ciento de la PEA; cuando se fue tal indicador era de 3.7 por ciento, y el sexenio de Zedillo cerró en 2.2 por ciento (el Banco de México presumía entonces que “la tasa de desempleo en las áreas urbanas se ubicó en sus niveles históricos más bajos”). Pero llegó Fox y esa tasa (urbana) creció a 4.99 por ciento en diciembre de 2012, un crecimiento de 127 por ciento entre una administración y otra.
Y a Los Pinos arribó el autodenominado “presidente del empleo”, quien le sumó un punto porcentual al desempleo urbano, para heredar a Enrique Peña Nieto una tasa de 5.9 por ciento, quien –tras 10 meses de estadía en la residencia oficial– la mantiene en esa misma proporción. He allí, pues, la “coyuntura” del mercado laboral mexicano.
A partir de enero de 2005, el Inegi contabiliza la desocupación abierta a nivel nacional (antes la medición se limitaba a las 32 ciudades más pobladas del país), y en esa fecha la tasa respectiva fue de 4.14 por ciento de la PEA. Para septiembre de 2013 (la información oficial más reciente), esa misma tasa fue de 5.29 por ciento, o lo que es lo mismo un incremento de 28 por ciento en el periodo, y contando. ¿Y los “excedentes” de mano de obra? Bueno, pues la “solución” del régimen ha sido la informalidad, cada día más gruesa.
Y en el balance de 10 meses de gobierno peñanietista, los datos oficiales indican que en ese lapso se generaron 213 mil 909 empleos formales (permanentes y eventuales), es decir, apenas 20 por ciento de los requeridos. Entonces, qué bueno que las “reformas estructurales” y la “modernización” del país han permitido superar los viejos problemas. Como dice el gobernador del Banco de México, es excelente que “no se nos ha descompuesto la situación”, porque la economía mexicana “atraviesa por una buena racha”.
Las rebanadas del pastel
Se equivoca rotundamente el verde diputado Arturo Escobar cuando afirma que “el PAN odia a los pobres”. Es tanto el cariño que el blanquiazul les tiene, que sólo en el sexenio de Felipe Calderón incorporaron a 15 millones de mexicanos al ejército de depauperados. Entonces, ¿cuál odio? ¡Eso es amor!
Fuente: La Jornada
Fuente: La Jornada