Bernardo Bátiz V. | Periodico La Jornada - Opinión | Lunes 7 de Noviembre 2011
De acuerdo con la organización Transparencia Internacional (TI), México, China y Rusia se encuentran entre los países cuyas empresas entregan sobornos en el extranjero para obtener en su favor contratos, pedidos u obras de otros estados o de otras empresas. TI no precisa, cuando menos en los reportes de prensa, si los sobornados son sólo los gobiernos o también lo son otras empresas privadas; seguramente ejemplos de ambas posibilidades habrá a montones.
Entre los tres países, México no es el más mal ubicado. Rusia está en el primer lugar de sociedades con este feo vicio, China en segundo y México en tercero; por ahí andan no muy lejos de estos campeones de la corrupción otros, como España, Francia, Brasil y Estados Unidos.
Siendo procurador, en una reunión con abogados de uno de los colegios en que se agrupan mis colegas me reclamaron porque, en su opinión, agentes del Ministerio Público eran corruptos y pedían dinero para hacer su trabajo; les contesté que por cada agente del Ministerio Público que caía en la tentación había al menos, del otro lado, un litigante corruptor, que era su cómplice, y frecuentemente dos, uno por cada parte en el litigio.
La corrupción es originada principalmente por la competencia feroz que se da en el mundo de los negocios, incrementada en los últimos tiempos por el casi universalmente adoptado sistema capitalista, en el cual, para alcanzar riquezas, no basta con el trabajo y con los negocios equitativos y lícitos; así no se consigue vencer a los rivales y, bajo el impulso de la competencia, para muchos, como en la guerra y el amor, en negocios todo se vale.
Alguna vez escuché, hace ya años, que quienes iban a tramitar los pagos que Pemex debía a proveedores o a contratistas sabían de memoria éste cínico apotegma:
En años posteriores se instauró la nueva costumbre de contratar a influyentes para que fueran los intermediarios con las dependencias públicas y las empresas estatales; de un célebre abogado y político se decía que era un zorro de la jurisprudencia y un coyote en los tribunales y las cortes, supremas y no tan supremas; por su naturaleza dual, podía haber sido un ejemplo de la zoología fantástica.
Siendo procurador, en una reunión con abogados de uno de los colegios en que se agrupan mis colegas me reclamaron porque, en su opinión, agentes del Ministerio Público eran corruptos y pedían dinero para hacer su trabajo; les contesté que por cada agente del Ministerio Público que caía en la tentación había al menos, del otro lado, un litigante corruptor, que era su cómplice, y frecuentemente dos, uno por cada parte en el litigio.
La corrupción es originada principalmente por la competencia feroz que se da en el mundo de los negocios, incrementada en los últimos tiempos por el casi universalmente adoptado sistema capitalista, en el cual, para alcanzar riquezas, no basta con el trabajo y con los negocios equitativos y lícitos; así no se consigue vencer a los rivales y, bajo el impulso de la competencia, para muchos, como en la guerra y el amor, en negocios todo se vale.
Alguna vez escuché, hace ya años, que quienes iban a tramitar los pagos que Pemex debía a proveedores o a contratistas sabían de memoria éste cínico apotegma:
El 10 por ciento es sagrado; de ahí para arriba, es estímulo al funcionarioy, por supuesto, no era esta empresa descentralizada la única en cuyas ventanillas de pagos se tenía que pasar por las horcas caudinas del soborno; era cierto también que quienes sobornaban obtenían a cambio contratos muy jugosos, en los que ganaban por encima de lo que normalmente hubieran obtenido sin tener que pasar por ellas, pero entonces recordaban otro refrán que los tranquilizaba,
la vergüenza pasa, la ganancia queda en casa.
En años posteriores se instauró la nueva costumbre de contratar a influyentes para que fueran los intermediarios con las dependencias públicas y las empresas estatales; de un célebre abogado y político se decía que era un zorro de la jurisprudencia y un coyote en los tribunales y las cortes, supremas y no tan supremas; por su naturaleza dual, podía haber sido un ejemplo de la zoología fantástica.
Una de las argumentaciones más socorridas para combatir la participación del Estado en la economía ha sido el señalamiento de que en el poder público hay ineficacia y corrupción; ciertamente en México, por un sistema monolítico y antidemocrático, se consolidó la corrupción en muchas de las empresas públicas, pero lo lamentable es que al llegar el PAN al poder ni pudo ni quiso corregir el vicio y frecuentemente lo incrementó y sofisticó.
El sistema de economía mixta, vigente en nuestra Constitución (artículo 25), establece que hay tres sectores que concurrirán con responsabilidad social al desarrollo económico de la nación el público, el privado y el social. Sobre los tres, el Estado tiene la rectoría, es decir, la responsabilidad de evitar abusos, desequilibrios e injusticias. Las herramientas para mantener las riendas de la economía tomadas con firmeza, son muchas y variadas; sólo se requiere voluntad política y convicción ética para usarlas en bien de la nación.
Si, lamentablemente, como señala Transparencia Internacional, en México las empresas son corruptoras y pagan sobornos, es porque en los gobiernos, el nuestro y otros, se tolera la práctica o, lo que puede ser peor, se alienta. Por eso, además de las razones dogmáticas del liberalismo para entregar toda la economía a la iniciativa privada, se encuentra detrás del proceso de privatización que sufre México desde hace ya cuatro sexenios la ambición de los funcionarios, que quieren enriquecerse a toda costa sin importarles las consecuencias.
Esas consecuencias han sido que las áreas estratégicas, y las áreas prioritarias de la economía con las que México pudiera defenderse en el proceloso mar de la globalización, ya no estén en manos del Estado y ni siquiera de mexicanos, sino en manos de extranjeros que no tienen ningún sentido de solidaridad con nuestro país y su pueblo y que sólo quieren llevarse las ganancias a sus metrópolis.
Una razón más para luchar en forma pacífica y del lado del pueblo organizado, por un cambio de estructuras políticas y económicas, en el próximo proceso electoral, es precisamente desterrar o disminuir al máximo la corrupción y acabar con el contratismo y los sobornos que tanto daño nos causan.