Miguel Concha
Este es parte del lema de la inédita –por venir desde abajo y desde el sufrimiento y frustración de las víctimas de las instituciones gubernamentales del país– Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad que en silencio llega esta tarde a Ciudad Universitaria.
La otra: ¡Alto a la guerra!, explica con agudeza la exigencia de la sociedad frente a la espiral de violencia en que de manera inconsulta e irresponsable se le ha envuelto por el crimen organizado y los poderes institucionales y fácticos que han secuestrado a México. Y por fin la otra: ¡Estamos hasta la madre!, expresa con contundencia en el argot nacional el hartazgo a que nos ha llevado la falta de respuesta de las autoridades frente a un cambio integral, propio, respetuoso de los derechos humanos, imparcial y eficiente de lucha contra la delincuencia, incluida la de cuello blanco.
En silencio, no porque se quiera acallar a los miles de ejecutados, desaparecidos, secuestrados, lisiados, vilipendiados y huérfanos –delincuentes o no– que ha dejado esta guerra en los últimos años, y cuya presencia y memoria se quiere justamente rescatar, sino porque, como dice el poeta, activista por la no violencia y defensor de los derechos humanos, Javier Sicilia, el dolor que se ha infligido a las víctimas y sus familiares es antinatural, y por lo mismo no se puede decir. En silencio, como él también dice, porque la violencia de los criminales ya no puede ser nombrada, y porque el sufrimiento que provocan tampoco tiene un nombre y un sentido. El silencio, entonces, como señal de protesta, como grito de alarma a toda la ciudadanía por la nación desgarrada, y como reclamo a las autoridades, la clase política, los empresarios, los sindicatos, las iglesias, contra su insensibilidad, indiferencia, egoísmo y silencios.
No se trata, pues, de los silencios impuestos con los mecanismos de violencia de los autoritarismos y del imperialismo, sino del silencio digno que aglutina, que propicia la escucha de los otros y la reflexión común, que unifica en propósitos fundamentales para reconstruir la convivencia y el tejido social, y, sobre todo, para decir: ¡Ya basta, ya no podemos seguir así!
Un silencio, en fin, porque ya hay muchas palabras que se lleva el viento, y mucho ruido que a nada conduce, cuando lo que se requiere urgentemente son hechos, resultados, no acciones que nos sigan llevando más a la tragedia. Como afirmó Pietro Ameglio en el último número de la revista Proceso, “el silencio es un arma moral y no violenta que habla; no es el ‘silencio de los sepulcros’, sino el grito de indignación de los vivos que luchan para que no haya más sepulcros inútiles. No se trata de un silencio pasmado, aterrado, sino activo, de lucha. Es un silencio incluyente, que une, que ayuda a escuchar y a organizarnos, a tomar conciencia de la catástrofe o emergencia nacional en que nos hallamos, una señal de luto por el piso de sangre de 40 mil muertos sobre el que todos caminamos en México”.
Por ser una población cada vez más discriminada y criminalizada en nuestra sociedad, y porque por su condición y circunstancias actuales la mayoría de ella engrosa las filas de la migración, el crimen organizado y las víctimas de esta guerra, las juventudes de México son el actor privilegiado en la convocación de esta marcha. Máxime cuando a finales de abril muchos de ellos y ellas, provenientes de nueve entidades de la República, ya habían respondido en un Encuentro de Jóvenes ante la Emergencia Nacional, que reconocen ser parte de un momento histórico adverso y profundamente violento, resultado de las acciones de un sistema neoliberal que impulsa una guerra que rechazamos, porque es contra nuestros barrios y comunidades, contra nosotros y nuestros familiares, contra todas las generaciones de este país.
Por ello da gusto que en estos días cientos de jóvenes, sobre todo de universidades e instituciones públicas, han estado trabajando con entusiasmo en y por esta marcha que nos involucra a todos, a través de sus redes sociales por Internet, las radios comunitarias, sus organizaciones civiles y colectivos, y sus movimientos estudiantiles. Para ello han estado estableciendo logística, preparando y brindando alimentos, atención médica, llevando a cabo producciones artísticas e intervenciones comunitarias y, sobre todo, haciéndose escuchar por quienes los han olvidado y hecho a un lado en el compromiso de construir un México diferente.
Y ya que para un cristiano y católico practicante, como Javier Sicilia, la Iglesia ha sido también aludida como uno de esos actores sociales importantes, visiblemente omisos o remisos en este compromiso ético, da también gusto que la Conferencia de Superiores Mayores Religiosos de México se haya sumado oficialmente el primero de mayo a la marcha y a la exigencia de basta ya de tanta violencia y crueldad, vengan de donde vengan; basta ya de tanta sangre derramada, basta ya de corrupción e impunidad. Y que se haya unido a quienes están reclamando la participación activa y vigilante de la ciudadanía, como el principal medio para crear caminos de futuro y esperanza para nuestro querido México. Para ello, este nuevo esfuerzo no puede quedarse, como antes, en mesas de diálogos y pactos estériles, sino trascender a un diálogo ciudadano, plural, serio e incluyente de la perspectiva integral de los derechos humanos, que obligue a poner fin a la impunidad y a garantizar la seguridad para la sociedad, no para los gobiernos y sus poderes fácticos.