lunes, 23 de mayo de 2011

Pagan con sangre sus estudios a falta de empleo

22 de mayo de 2011 • 09:10
ÓSCAR BALDERAS
Ciudad de México.- Natalia y Guillermo, como otros jóvenes, pagaron sus estudios universitarios vendiendo su sangre o alquilando su cuerpo para tratamientos médicos experimentales. Con su consentimiento, durante meses entregaron hasta 80 mililitros de sangre a la semana o ingirieron pastillas dentro de programas de pruebas médicas, conocidos como protocolos, en hospitales gubernamentales o laboratorios privados.
A cambio, recibían entre 2 mil y 8 mil pesos al mes.
"Es el recurso más extremo de los jóvenes por seguir estudiando cuando no hay chamba", dice Natalia, alumna de diseño gráfico en la UAM, quien a los 20 años padeció anemia debido a que durante un año dio al mes un cuarto de litro de sangre.

Guillermo refiere que para financiar su carrera de Arquitectura eligió los protocolos médicos como fuente de ingreso, método por el cual recibía hasta 8 mil pesos al mes a cambio de probar medicamentos y en ocasiones dar sangre.

Los protocolos son experimentos de bioequivalencia que convocan las farmacéuticas y pagan para monitorear qué soluciones o problemas traen las sustancias a cuerpos sanos o enfermos.

"No tenía tiempo para trabajar y tenía que comprar libros. Me pareció bien porque los protocolos duran 20 o 24 horas, en lo que monitorean el efecto del medicamento en tu cuerpo o las reacciones por sacarte sangre", narra Natalia.

Ella estudia diseño gráfico en la UAM y platica que inició sus primeros protocolos a los 19 años, en el Hospital General, donde después de varios exámenes médicos fue dada de alta como candidata en una base de datos y comenzó a "rentar" su cuerpo.

"Te dicen que sólo puedes hacerlo cada 3 o 6 meses, dependiendo de lo que hayas hecho, pero yo lo hacía a cada rato.

"Llegué a depender muchísimo de ese dinero. Era como mi trabajo, con eso pagaba la renta, la comida, mis libros, mis pasajes, todo. Pero decidí parar cuando ya estaba muy débil y me salían moretones por todo el cuerpo", narra la joven, quien recibía hasta 3 mil pesos a la semana por participar en los experimentos.

Aparentemente, de dichos estudios médicos no hay una base de datos compartida en la Ciudad, por lo que es posible asistir a varios protocolos en distintos lugares.

Pero Guillermo tuvo que abandonar sus estudios y actualmente le hacen estudios en el Hospital de Neurología para descartar un daño cerebral por la ingesta de medicamentos experimentales durante año y medio.

"También tengo hemoterapias. Me sacan sangre y me la inyectan de nuevo por las rodillas para mejorar mi circulación, que también se afectó", cuenta el joven.

A Juan Ramiro, de 24 años y vecino de la Delegación Iztapalapa, no le fue mejor. 

Narra que después de dos años de acudir cada semana a un laboratorio distinto para que le sacaran sangre por 2 mil pesos, ahora tiene problemas de coagulación; egresado de Sociología por la UNAM, actualmente estudia inglés y no tiene empleo, mide 1.72 metros y pesa 52 kilos, y sabe que una herida, por menor que sea, le provoca sangrado.

"Es ponerle precio a tu vida, pero si no hay trabajo ni escuela, ¿qué otra alternativa hay?", argumenta Juan Ramiro.

También Laura, estudiante de Ciencias de la Comunicación, probó durante varios meses desde medicamentos experimentales para la gripa hasta anticonvulsivos a cambio de 2 mil 500 pesos mensuales.

Estas prácticas, realizadas en laboratorios como Investigación Farmacológica y Biofarmecéutica (IFAB) o La Policlínica, en Iztapalapa, están reguladas por el Reglamento de la Ley General de Salud en Materia de Investigación Para la Salud, la cual exige el consentimiento informado y por escrito de quien se someta a las investigaciones.

En todos los casos, los jóvenes estuvieron de acuerdo en alquilar su cuerpo.

'Se vuelve una adicción'

Durante tres años, Laura se convirtió en una especie de adicta a vender su sangre y rentar su organismo al Hospital General y laboratorios privados.

Le urgía el dinero para seguir estudiando y ningún trabajo le daba esa cantidad al mes por las 18 horas que dura un protocolo, así que desde los 19 años probó de todo: desde medicamentos experimentales para la gripa hasta anticonvulsivos.

"Se vuelve una adicción, es una forma de ganar dinero relativamente fácil y seguir siendo estudiante de tiempo completo. Pero los riesgos son muy altos", contó a REFORMA.

Su inicio en los protocolos fue por invitación de una amiga, quien la llevó al Hospital General para realizarse estudios médicos y ser candidata a varias pruebas de bioequivalencia en medicamentos.

Y aunque en aquel nosocomio le dijeron que sólo podía asistir a los protocolos cada tres o seis meses, Laura acudía cada vez que podía a laboratorios privados que, sin algún control, le abrían las puertas a experimentos médicos a cambio de unos cientos de pesos.

"Van principalmente chavos, sobre todo los que tienen muchos problemas económicos y, pues, abusan de ellos porque a los más necesitados les ofrecen ser voluntarios de los medicamentos más fuertes como para epilepsia", dijo Laura.

La ahora profesionista vio desfilar en esos años cientos de muchachos entre 20 y 25 años, incluido su hermano, a quien le recomendó entrar cuando la familia vivió apuros económicos.

"Él fue más lejos por dinero y llegó a practicarse endoscopias con tal de seguir estudiando", narró.

Pero su estancia en los protocolos tuvo una fecha de caducidad que le marcó su propio cuerpo: su organismo estaba tan bajo en hierro que era imposible seguir donando sangre sin riesgo de morir.

"Ahora lo pienso y fue un enorme riesgo; yo invitaba a todo mundo y los alentaba a ir a los protocolos. Ya no les diría, uno no sabe qué le está haciendo a su cuerpo", dijo Laura, quien ahora está sana, pero vive con la preocupación de saber hasta dónde dañó su organismo.

"Lo triste es que si yo ahorita juntara a 10 chavos y les dijera que existe esta opción, 7 u 8 aceptarían vender su sangre. De ese tamaño es la necesidad de los chavos de buenos trabajos y estudiar", señaló.