05 de mayo de 2011
Con el transcurso de los años los panistas, quienes gobiernan desde la ilegítima usurpación, nos enseñan que el significado de los más degradantes adjetivos logran ser insuficientes a la hora de describirlos a ellos mismos. Y es que, sin ánimos en absoluto de inventar un nuevo diccionario capaz de dimensionar las estupideces que se hacen pasar pomposamente como “políticas de estado”, es menester comprender el nivel de incapacidad que la derecha en México presume incluso hasta para ejercer de tiranos.
Resulta inevitable comprar al régimen panista con aquellos años de la dictadura priísta. Antes que esa plaga de conservadores se enraizara en las cúpulas del gobierno, los problemas sociales y obreros estaban delimitados en dinámicas de cooptación de voluntades en las que el poder, y el consecuente dinero, permeaba a las estratos más bajos de las organizaciones con el único fin de “salir en la foto” y “no hacerse bolas”. La paz social priísta estaba sustentada en las redes de corrupción y con la ayuda de muchos activistas a modo que hacían las veces de oposición y apariencia de contrapreso democrático que todo régimen tiránico requiere para vender notas amables al extranjero.
Con las administraciones panistas estas prácticas se han ido al extremo de lo perverso pues las motivaciones de la plaga de conservadores, quienes infestan los tres supuestos poderes de la república, es el evidente desprecio por aquellos sectores sociales a quienes observan como antagonistas históricos. El más reciente, y tangible, ejemplo de lo anterior son las muertes por omisión, las cuales no son siquiera ordenadas desde una presunta superioridad presidencial, sino desde una grisácea oficina de la secretaría del trabajo a manos de un también gris señoritingo con ínfulas y aspiraciones bastante hinchadas. El resultado son también deleznables: mineros enterrados, un menor de edad gravemente herido, decenas de familias sumidas en la desesperación y el abandono oficial. En resumen, con los conservadores ya ni falta hace que el presidente tenga la intención de matar a los obreros, de por sí castigados por su propia condición, sino basta la displicencia de un subalterno para causar las más dolorosas tragedias a nivel nacional.
El desprecio, el odio, el lascivo gozo de los conservadores por ejercer su doctrina de violencia y muerte es la muestra fiel que ellos son congruentes con su pensamiento; y no es que se trate esto de un reconocimiento a inexistentes cualidades de esos personajes, de hecho es un recordatorio sobre algo que no debemos olvidar: para el PAN, y demás rémoras, no dudarán en matar para asegurar su perpetuidad.
Dudar de lo anterior puede ser peligroso. El mismo Felipe Calderón ha salido en cadena nacional, mientras este servidor escribe estas líneas, a recordarnos que esta guerra “es por nosotros” y que la matanza seguirá (siempre y cuando él no ponga los muertos, omitió decir); pero es posible entender su fanfarronería ante la descomunal muestra de repudio que se cierne sobre su criminal mandato mediante las marcha nacional, e internacional, del 8 de Mayo en la cual todos los sectores de la población saldrán a las calles y plazas públicas a manifestar su hartazgo por la violencia oficial, por la violencia del narco, por la violencia que emana de la intolerancia religiosa, la violencia que nace desde la corrupción de secretarios, jueces, generales, policías y soldados.
Naturalmente Felipe Calderón, desde su púlpito mediático proclamando miedos y peligros inexistentes, se siente amenazado por ese grueso de la sociedad que está harta, ya sin contar de las atrocidades que sus muchachos armados (en la nómina y no) cometen a los largo y ancho del país, sino de su propia persona, de sus mentiras (al afirmar que el no dijo “guerra”), de su cinismo (al decir que “van ganando”) y de su miserable condición humana (al culpar a todos de sus propios errores).
No sólo estamos hartos y dolidos de la violencia en todas sus expresiones, también estamos hartos de ti, Felipe Calderón.