martes, 21 de junio de 2016

Sólo la policía disparó, aseguran en Nochixtlán

FotoUn grupo de agentes, vestidos de civil, prendieron fuego a los vehículos 
Arturo Cano / Enviado Periódico La Jornada / Martes 21 de junio de 2016, p. 2 
Asunción Nochixtlán.
El viejo profesor deja por un momento su coraje y se permite una sonrisita socarrona cuando se le pregunta si él votó por Gabino Cué: Te va a sorprender si te digo a cuál partido pertenezco. No espera la nueva pregunta: Soy del PRI desde 1964. Entré al partido cuando lo dirigía el gran Carlos Madrazo.
La charla ocurre en el bloqueo intermitente –retienen los vehículos durante 15 o 20 minutos y los dejan pasar tras las revisiones de rigor– que maestros y normalistas mantienen en Tamazulapan. El reportero ha pedido hablar con algún secretario general o un líder estudiantil, pero los jóvenes prefieren que hable este maestro, que no da su nombre aunque ofrece todos los datos de su biografía.
El viejo maestro acaba de regresar de Nochixtlán, a unos 40 minutos de camino. Fue con una comisión a llevar medicamentos para los heridos del pasado domingo. Los compré yo, de mi bolsa, dice, sin afán de presumir.
Maestros, normalistas y pobladores se reparten agua y comida, escuchan la radio alternativa y se turnan para cuidar el artefacto que garantiza que ningún vehículo pase sin detenerse: un enorme tablón repleto de clavos.
El hombre que habla sumaba ya 15 años como docente cuando el secretario de Educación, Aurelio Nuño, vino al mundo. Y aunque milita orgullosamente en el mismo partido que el titular de la SEP, el viejo profesor es su duro crítico: “No puede haber reforma educativa sin los maestros, la sociedad y los especialistas, sin los que enfrentamos a diario la tarea de educar. Pero el señor secretario está empecinado en que quiere ser el próximo presidente de la República, ya no se diga el candidato, el presidente…”
–Probablemente el gobierno calculó que ustedes no aguantarían tanto tiempo.
–El señor secretario no conoce este país, menos a los estados del sur. Y no sabe nada de la escuela pública. ¿Cuándo lo hemos escuchado hablar de educación? Sólo habla de reprimir. Nosotros solamente queremos diálogo, y él piensa que la educación se resuelve con balas, con muertos y heridos.
¿De dónde viene?, preguntan en el siguiente bloqueo, en el bello pueblito de Santo Domingo Yanhuitlán. Mientras revisan las cajuelas de los vehículos, dos hombres piden que se diga que sí están dejando pasar y que aquí no nada más hay maestros. Yo soy autoridad aquí en mi pueblo, suelta uno de ellos. Pero lo que más les interesa es lo que ha quedado atrás: ¿Vio federales en el camino? Porque nos dijeron que vienen más.
Los mismos rumores corren kilómetros adelante, en Nochixtlán, donde el palacio municipal todavía humea, coronado por una manta con la palabra Asesinos y los nombres del presidente de la República, el gobernador y Daniel Cuevas, a quien aquí identifican como el cacique local (su familia nomás se turna los cargos).
Solamente las fonditas y los puestos de productos perecederos están abiertos. En la explanada del templo conversan en grupos maestros y pobladores. Encima de unas mesas hay montones de gasas, vendas y botellas de alcohol que sirvieron para atender a los más de 100 heridos.
Un hombre revisa dos cartulinas en la pared. Están escritos ahí los nombres de niños que perdieron a sus padres en el momento del ataque de la Policía Federal y que fueron resguardados por otros manifestantes.
Ponga ahí que en Nochixtlán fue el pueblo. Es más, de los maestros nada más estaba el 20 por ciento, porque ellos así se organizan, dice.
A un par de calles, los letreros afuera de un negocio ilustran a qué se refiere con el pueblo. Es un negocio de transporte: Esta terminal está apoyando a profesores, padres y pueblo en general. La otra cartulina reza: Nota: Esta empresa no presta servicio a la Policía Federal.
El encargado del negocio dice: Hay que elegir bando, y nosotros estamos con el pueblo. Luego señala el edificio de enfrente, un hotel que está cerrado: Ahí se quedaron los federales la vez pasada, y luego no querían pagar. Por eso ahora el señor prefirió cerrar. Otro hotel, que sí hospedó a los federales y que según lugareños es propiedad de un pariente del cacique, sucumbió al fuego de las protestas.
Fueron disparos directos
A corta distancia, rumbo a la salida de la población, la escena que dejó la actuación de las fuerzas federales parece una escenografía de miniserie de zombies. Esqueletos de tráilers y otros vehículos, montones de restos de llantas quemadas, vidrios y piedras que volaron de un lado a otro, bombas molotov que nunca se usaron.
Pobladores y reporteros caminan sobre el tiradero buscando restos, alguna pista, casquillos de bala, indicios de los disparos que, según la versión gubernamental, salieron de los grupos más radicalizados.
No crea nada de eso, dice el profesor Roberto quien, como otros testigos de los hechos del domingo, insiste en que sólo la policía disparó.
Una parte de su relato corre así: “Yo vi bajar a un grupo de policías, pero iban de civil. Cargaban garrafones y fueron rociando de gasolina los vehículos que estaban a los costados de la carretera. Cuando avanzaron, los uniformados fueron prendiendo fuego. Y después comenzaron a disparar. Los disparos fueron directos. A uno de los compañeros lo ejecutaron a corta distancia y a otro le dispararon cuando estaba escondido debajo de un coche”.
Unas horas antes, los habitantes de Nochixtlán hicieron un homenaje de cuerpo presente a tres de los ocho muertos.
Un orador menciona al presidente y al gobernador. ¡Asesinos! ¡Asesinos!, es el grito que acompaña sus nombres.
El padre de David Jiménez Santiago dice que este gobierno ya se apropió el lema de Ulises Ruiz de que en Oaxaca no está pasando nada. Habla también de defender la educación pública y pregunta: ¿Qué nos toca hacer? Seguir adelante.
A esa hora nadie sabe que las más altas autoridades del país y el estado ofrecerán por la noche una conferencia de prensa para decir que se investigará (agregue a fondo o la palabra de su gusto) para saber quién disparó, aunque en las primeras horas la Comisión Nacional de Seguridad Pública hubiese dicho que sus elementos no pudieron porque iban desarmados.
A unos pasos de donde habla el padre de familia está la estatua de Abraham Castellanos Coronado, educador preferido de Salvador Alvarado. Sobre la efigie hay un gran libro abierto con la frase más célebre del hijo predilecto de esta población: Para formar patria, el secreto está en la educación de las masas populares.