La Jornada - Editorial
Con el telón de fondo
de la incertidumbre y el pesimismo económicos que recorren el planeta,
la jornada de ayer representó un nuevo episodio de pérdidas para los
principales mercados bursátiles del mundo: las bolsas europeas sufrieron
caídas diversas (Londres, 3.46 por ciento; Fráncfort, 2.82 por ciento;
París, 3.45 por ciento; Milán, 4.83 por ciento, y Madrid, 3.20 por
ciento), lo mismo que la de Nueva York (3.01 por ciento) y Tokio (3.7
por ciento). Esta nueva oleada de pérdidas en los mercados de valores
fue atribuida a la erosión de las cotizaciones internacionales del
petróleo y a las persistentes inquietudes sobre el estado de la economía
mundial.
En el caso de nuestro país, el derrumbe en una de las principales fuentes de divisas a la economía coincide con un alza sostenida en la cotización del dólar, que ayer rondó una paridad histórica de casi 19 pesos, lo que contribuye al encarecimiento de productos y servicios diversos para el conjunto de la población.
Más allá de los elementos coyunturales que desde luego inciden en el momento presente –desde la referida caída de los petroprecios hasta la desaceleración de China y otros países emergentes–, el hecho es que se asiste de nueva cuenta a la reactivación de la crisis que sistemáticamente enfrenta el modelo neoliberal vigente.
En efecto, en el tiempo transcurrido entre el término formal de la pasada recesión (2008-2009) y el momento presente, a pesar de que el carácter insostenible del modelo económico vigente fue reconocido entonces por la gran mayoría de las autoridades políticas y económicas de Occidente y por los organismos financieros internacionales, ni unas ni otros han hecho esfuerzos sustanciales para reconstruir la economía mundial sobre bases éticas y racionales.
La pretendida superación de la crisis se limitó a una
recomposición de los indicadores macroeconómicos, pero no tocó la
inestabilidad intrínseca del modelo económico en vigor: por el
contrario, ante los desequilibrios que se han presentado en este tiempo
en naciones dependientes y en crisis, las autoridades económicas
nacionales e internacionales se han aferrado a la continuidad de los
dictados de la ortodoxia neoliberal: sacrificio de las mayorías mediante
políticas de austeridad draconiana, recorte de presupuestos públicos y
de salarios, aumento a los impuestos, depredación de la propiedad
pública y señales de tranquilidad para los capitales trasnacionales.
Esa persistencia en la aplicación de los preceptos neoliberales ha
dado paso a lo que el Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha llamado el
gran malestaren la economía global: las inequidades sociales que prevalecen en el mundo, aunadas a las políticas de
austeridadde gobiernos nacionales, desincentivan la demanda y la reactivación de mercados internos y acentúan, de esa forma, la brecha entre ricos y pobres.
Hasta ahora las estrategias que la mayor parte de los gobernantes del
mundo han implementado para paliar las crisis, con el impulso de los
organismos financieros y los poderes fácticos, no han servido para
contrarrestar la debilidad estructural de la economía del planeta; por
el contrario, la han profundizado. Ante los numerosos avisos de un nuevo
ciclo de dificultades económicas, es necesario que los encargados de
dictar las políticas planetarias en ese ámbito avancen en el sentido en
que no han podido en estos años. De no hacerlo podrían acelerar la
configuración de un escenario catastrófico en lo económico, lo político y
lo social.