
Marcos Chávez - Contralinea
Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;conozco grajos mélicos y líricos marranos…El más truhan se lleva la mano al corazón,y el bruto más espeso se carga de razón.La envidia de la virtudhizo a Caín criminal.¡Gloria a Caín! Hoy el vicioes lo que se envidia másAntonio Machado, Proverbios y cantaresPetróleos Mexicanos (Pemex) es un paradigma de la destrucción metódica por quienes deberían de velar por su destino.”
Al
término de la primera mitad del peñismo, la exparaestatal es un trágico
cascarón vacío, en proceso de extinción, sin razón de existencia. Sólo
sobrevive para tratar de ocultar tras sus ruinas la reprivatización
petrolera.
¿Le corresponderá a su director Emilio Lozoya apagar las luces?
Las
estadísticas de Pemex son irrecusables. El colapso del mercado
petrolero internacional terminó por enterrarla entre sus escombros.
Sus
hojas de balance financiero y sus estados de resultados durante el
primer trienio peñista muestran el rigor mortis de la exparaestatal.
Cada
año, sus ingresos corrientes reales totales se han reducido y acumulan
una contracción acumulada de 40 por ciento. En 2012 ascendieron a 1.8
billones de pesos (bp) y en octubre de 2015 a 1.1 bp; la pérdida de 718
mil millones de pesos reales (mmp). La baja más intensa se dio en 2015,
al caer en 18 por ciento, comparado con el mismo lapso de 2014,
equivalente a una pérdida de 231 mil millones de pesos reales (mmp). Con
su declinación al cierre del año, sus ingresos serán similares a los de
2009, el año de la recesión calderonista y neoliberal internacional.
El
56 por ciento de los ingresos perdidos en el trienio (718 mmp)
corresponden a la caída de las ventas externas reales en el lapso de
referencia (62 por ciento). El resto está asociado a la declinación de
las ventas en el mercado doméstico.
Los
ingresos acusan la drástica reducción de los precios internacionales
del crudo en 2015 –34.95 dólares por barril (db) en promedio; en
diciembre han sido de 32.70 db–, lejos de su nivel máximo observado en
2012, cuando inició su declinación –102 db–, y similar al de 2004 –31.05
db–.
También muestran la gradual y
dramática disminución del volumen medio exportado –1.174 millones de
barriles diarios (mbd)– en 2013-2015, 699 mil barriles menos respecto
del máximo histórico de 2004 –1.870 mbd–, lo que significa un deterioro
de 37 por ciento. Su volumen es equiparable al conocido en 1981 –1.113
mbd–, lo que evidencia la magnitud del retroceso histórico. Ese
quebranto, a su vez, es una manifestación de la declinación de la
producción de hidrocarburos líquidos y de petróleo. Este último problema
se agravará en los años subsecuentes, toda vez que con el ajuste fiscal
de 2015, la inversión física de Pemex se ha contraído en 23 por ciento,
en términos reales; en 70 mmp, una vez descontada la inflación.
Con el recorte del gasto, Luis Videgaray sacrificó el futuro de la exparaestatal. Pero eso no importa, ya que los planes son reducir aún más su presencia en la industria, con el objeto de que su lugar sea ocupado por el empresariado local y transnacional.
Es
natural que con el derrumbe de los ingresos de Pemex también se
redujeran sus beneficios antes de impuestos. En valores reales, éstos
cayeron de 997 mmp a 466 mmp entre 2012 y octubre de 2015, es decir, en
53 por ciento, o en 530 mmp. Entre los meses de octubre de 2014 la baja
fue de 183 mmp, o 28 por ciento.

Por añadidura, los impuestos, derechos y aprovechamientos reales pagados a la hacienda pública bajaron 40 por ciento, en términos reales entre 2012 y octubre de 2015, en 402 mmp. De octubre de 2014 y 2015 en 153 mmp, o en 21 por ciento.
Una vez descontados
tales aportes fiscales, las pérdidas reales arrojadas fueron las
siguientes: 2 mil 810 millones de pesos en 2013; 77 mil 540 millones en
2014; y 126 mil 768 millones hasta octubre de 2015.
Los
beneficios acumulados reales antes del pago de impuestos sumaron 2.1
billones de pesos (bp) y se le confiscaron 2.2 bp, 209 mmp de más.
La
situación de Pemex se agrava si se agregan el pago de los intereses
reales que se han elevado sistemáticamente, como reflejo de los réditos
internos y externos y la devaluación cambiaria, entre otros factores. En
2013 se pagaron 36.8 mmp; en 2014, 43.1 mmp; 56.5 mmp hasta octubre de
2015.
Al sumar los impuestos pagados y
el costo financiero de la deuda de Pemex, las hojas de balance de Pemex
arrojan las siguientes pérdidas: 32 mmp en 2013; 114 mmp en 2014; 182
mmp en 2015. En total, 328 mmp reales, es decir, después de descontada
la inflación.
La única manera de
sobrevivir de la exparaestatal ha sido endeudándose. Al inicio del
peñismo su deuda financiera consolidada total era de 60.5 mil millones
de dólares (mmd). En septiembre de 2015 se elevó a 87 mmd, 44 por ciento
más. En 2003 había sido de 32 mmd. Así, en 2003-2015 se incrementó en
55.2 mmd, 172 por ciento más. En octubre de 2015 la deuda externa bruta
del gobierno federal fue de 82.9 mmd. La total del sector público fue de
164 mmd.

Con
ingresos que se mantendrán declinantes lo que resta del peñismo, debido
a los bajos precios internacionales del petróleo, con el saque fiscal y
la sangría financiera asociada al servicio de su deuda, con una
participación del capital privado más libre: ¿qué productividad y
competitividad puede esperarse de la empresa “productiva”? ¿Qué futuro
puede esperarse de Pemex?
Sólo uno: un lugar (in)digno en el cementerio de la Revolución Mexicana.
Las pérdidas
En
su discurso del 18 de marzo de 1938, Lázaro Cárdenas del Río, entonces
presidente de la República, solicitó “a la nación entera un respaldo
moral y material suficiente para llevar a cabo una resolución tan
justificada, tan trascendente y tan indispensable”.
Cárdenas
pidió “al pueblo confianza plena” ante una decisión que su gobierno
había tomado, de acuerdo con “el interés social de la clase laborante”,
el “interés público de los mexicanos y aun de los extranjeros que viven
en la República”, de “la soberanía y de la dignidad de la nación”, por
la consolidación del “acto esencial y profunda liberación económica de
México”.
Cárdenas demandó a la
población un “respaldo absoluto” ante “un caso evidente y claro que
obligó al gobierno a aplicar la Ley de Expropiación” vigente en ese
entonces: la nacionalización de la industria petrolera como “la única
solución” para “someter” al imperio de la ley “a las empresas
petroleras” y evitar que sus desmanes provocaran “la paralización
inmediata de la industria petrolera, ocasionando males incalculables al
resto de la industria y a la economía general del país”.
“Se
ha dicho hasta el cansancio –agregaba Cárdenas– que la industria
petrolera ha traído al país cuantiosos capitales para su fomento y
desarrollo”. Pero esa “afirmación es exagerada” y opacada por otras
“razones más que justificadas para proceder” a la nacionalización, según
Cárdenas; y ellas estaban asociadas al comportamiento de las empresas
petroleras extranjeras en el país. Diecisiete en total. Entre ellas
Pierce Oil Company-Standard Oil Company, ahora Exxon-Mobil; Mexican
Petroleum Company of California, ahora Chevron-Texaco; Compañía Mexicana
de Petróleo El Águila, y London Trust Oil-Shell.
Garras fieras en las pulidas manos
Entre
tales razones puede citarse su negativa de “obedecer el mandato de la
justicia nacional, que por conducto de la Suprema Corte”, las obligaba a
cumplir con las demandas económicas de los obreros mexicanos, y por la
campaña de desprestigio que organizaron interna y externamente, con el
objeto de “lesionar seriamente los intereses económicos de la nación,
pretendiendo por este medio hacer nulas las determinaciones legales
dictadas por las autoridades mexicanas”. “Si pudieran”, maniobrarían
“impunemente para no cumplir con sus obligaciones ni reparar los daños
que ocasionaran con sus procedimientos y con su obstinación”.
Sus
“tendencias antisociales”; los “exiguos salarios” que pagaban a los
trabajadores mexicanos, condenados a la insalubridad, la miseria, los
atropellos y asesinatos cometidos por sus policías privados, encargados
de salvaguardar sus intereses particulares y egoístas, algunas veces
ilegales. Los “grandes privilegios económicos” que “han gozado durante
muchos años para su desarrollo y expansión”. Para “explotar los mantos
petrolíferos que la nación les concesionó, muchas veces contra su
voluntad y contra el derecho público”; las franquicias aduanales, la
exención fiscal y otras prerrogativas y abusos innumerables, concedidos y
tolerados por los gobiernos precedentes, creados “al amparo de la
ignorancia, la prevaricación y la debilidad de los dirigentes del país”
que no tomaron “en cuenta las consecuencias que tienen” sobre las masas
populares y la nación.
Su
intervención en la política nacional, por medio del financiamiento de
las “facciones de rebeldes” de la “Huasteca veracruzana y el Istmo de
Tehuantepec, durante 1917 a 1920”, que lucharon en “contra el gobierno
constituido”. Esas empresas que en “distintas épocas, casi sin
disimulos, alentaron la rebelión, [con] dinero para armas y municiones,
[las] ambiciones de descontentos [en] contra [d]el régimen del país,
cada vez que ven afectados sus negocios, ya con la fijación de impuestos
o con la rectificación de privilegios que disfrutan o con el retiro de
tolerancias acostumbradas”. Dinero que también fluyó “para la prensa
antipatriótica que las defiende. Dinero para enriquecer a sus
incondicionales defensores”.
¿Qué diferencia existe entre aquellos medios de (in)comunicación con los que actualmente alaban –previamente aceitados con publicidad gubernamental y otros beneficios– la reprivatización petrolera neoliberal priísta-panista?
¿Cuál
es la desemejanza entre las empresas petroleras nacionalizadas por
Cárdenas con las beneficiadas por las invasiones y golpes de Estado
instrumentados por la Casa Blanca y otras potencias (Standard Oil,
ExxonMobil, Chevron, Gulf y Texaco, Amoco y demás) en países ricos en
esa materia prima, respaldados por las elites locales (Irán, 1953;
Venezuela, 1945-1948 y la fallida asonada de 2000; Irak, 2003; Libia,
2011, o la actual desestabilización de Oriente Medio) y las
trasnacionales que participan en la reprivatización petrolera mexicana?
La nacionalización petrolera cardenista recuperó los hidrocarburos para la nación, los convirtió en la columna vertebral
de la economía y las finanzas del Estado, en uno de los símbolos
fundamentales del nacionalismo, la soberanía, el desarrollo nacional.
La
recuperación de los hidrocarburos representó una virtud soberana del
régimen postrevolucionario, autoritario, de un país subdesarrollado y
pobre. Con la rectoría estatal, la industrialización, la economía
protegida, los ingresos fiscales y las divisas generadas por ese
energético, entre otros factores, aspiraron al mito del desarrollo
capitalista. Fue la antítesis del despotismo porfirista y su
“modernización” basada en la economía de enclave: la entrega al capital
extranjero de los recursos naturales y el aparato productivo.
Pero lo anterior ya son polvos de otros tiempos.

El círculo petrolero: del porfirismo al neoporfirismo
La virtud nacionalista petrolera se convirtió en vicio, y el vicio porfirista se transformó en la virtud neoliberal.
La metamorfosis
se inició en 1983, con el extremado saqueo fiscal y el castigo
presupuestal al que sometió Miguel de la Madrid a la exparaestatal, y se
intensificó en 1986, cuando ese individuo procedió al desmantelamiento,
la destrucción y la reprivatización de la industria petrolera pública,
con la cesión al empresariado de poco más de la mitad de los productos
petroquímicos básicos. El retroceso se intensificó con la santa hermandad gubernamental priísta-panista, de Carlos Salinas a Felipe Calderón.

Recién,
Pedro Joaquín Coldwell, empleado titular de la Secretaría de Energía,
calificó lo anterior como el “proceso de modernización y apertura
energética que protagoniza México”, a “gran escala”.
Lo
dijo a finales de noviembre, cuando firmaba un contrato con la empresa
pública-privada italiana Ente Nazionale Idrocarburi, que empezará la
explotación de petróleo (en tres campos con reservas de 107 millones de
barriles de aceite ligero y 69 mil millones de pies cúbicos de gas, con
una inversión estimada en 1 mil 100 millones de dólares, bajo el esquema
“producción compartida”, en la Cuenca del Sureste, frente a las costas
de Tabasco) y que, históricamente, acaba con el monopolio estatal de
Petróleos Mexicanos en esa materia. El último reducto que conservaba,
después de la apertura de la industria petrolera a la depredación
privada, local y transnacional. Nada importó la turbia estela que rodea a
las actividades internacionales de esa transnacional.
A
esa empresa le seguirán dos mexicanas, otra italiana, una del Reino
Unido, dos argentinas con inversión británica y dos estadunidenses. Para
2018, según Coldwell, se agregarán muchas más que usufructuarán desde
la extracción hasta la comercialización de los derivados.
La
medalla Belisario Domínguez 2015 entregada por la mayoría del Congreso
de la Unión a Alberto Baillères, del grupo Bal, es la expresión
elocuente del maridaje neopofirista del poder político y
económico-oligárquico, de la razón de la contrarrevolución neoliberal a
escala mundial. Las acusaciones a ese grupo por su violación de los
derechos laborales de sus trabajadores, como ha denunciado el Sindicato
Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares
de la República Mexicana, el despojo de tierras (como el caso de los
campesinos del ejido Tenochtitlán, ubicado en el desierto de Ocampo,
Coahuila), o su depredación ambiental, entre otras anomalías, carecieron
de importancia.

Baillères
es uno de los nuevos símbolos del empresariado del proyecto de nación
neoliberal. Como familia procreó al semillero de los neoliberales
criollos (el Instituto Tecnológico Autónomo de México), donde estudió
Miguel Mancera Aguayo, Pedro Aspe, Agustín Carstens o Luis Videgaray,
entre otros funcionarios que se han encargado de instrumentar dicho
proyecto. Es un sentimental “filántropo”, como dirían los legisladores
priístas y panistas, cuya fortuna estimada asciende a 10.4 mil millones
de dólares, con las privatizaciones de sectores estratégicos (como
neolatifundista minero controla 2.2 millones de hectáreas en 21
estados), los beneficios fiscales y la protección estatal.
Ahora
es un flamante petrolero, ya que su empresa Petrobal, en asociación con
la estadunidense Fieldwood Energy, explotará el cuarto bloque de la
segunda licitación de la Ronda Uno. Para ello contó con los oficios de
Carlos Morales, exdirector de Pemex Exploración y Producción.
Otros
exfuncionarios públicos como Pedro Aspe, Luis Téllez, Carlos Ruiz
Sacristán, Juan José Suárez Coppel, Georgina Kessel, Luis Ramírez Corzo,
que operaron la reprivatización petrolera, se preparan para disfrutar
de sus despojos.
Así se cierra el círculo, con sus extremos porfiristas y neoporfiristas neoliberales, que estrangula
y elimina la anomalía histórica de la industria petrolera
nacionalizada, acompañado de un México más subdesarrollado, pobre entre
las naciones pobres, neocolonizado, despótico. Sin industria petrolera
nacional, que se ha convertido otra vez en un jugoso negocio privado.
A Enrique Peña Nieto le corresponde el título del sepulturero petrolero.
O,
para ser precisos, como dijo el senador Manuel Bartlett: Enrique Peña
es el héroe neoliberal de la “demolición de dos grandes empresas
energéticas [Pemex y la Comisión Federal de Electricidad], otrora
sustento de la soberanía”.
Marcos Chávez M*, @marcos_contra
*Economista
TEXTOS RELACIONADOS: