Para el gobierno mexicano “hay estabilidad económica”. No importa
que haya millones sin empleo o que el salario alcance para menos. El
único indicador aceptado para decir que todo va bien es el de la menor
inflación; pero esto no es resultado de una política exitosa. La ilusión
no durará mucho tiempo. Un alza de las tasas de referencia, junto con
el recorte en el gasto público, agudizará las tendencias recesivas en
2016.
Según Manuel Sánchez, subgobernador del Banco de México, el proceso de estabilización de los precios es consecuencia de la autonomía de gestión de ese organismo que, constitucionalmente desde 1994, lo protege de las tentaciones del gobierno para obligarlo a que financie monetariamente su déficit, causante de los episodios de elevada inflación que caracterizaron al país en las décadas de 1970 y 1980; del celo de la institución para emplear los elementos monetarios disponibles para cumplir con su único objetivo dictado por su ley orgánica: procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional, a través del control de la inflación, considerada como una condición necesaria para el crecimiento económico y el bienestar social; y la transparencia en la conducción de la política monetaria, por medio de la definición clara de sus metas y de los informes de sus actividades que regularmente da a conocer.
Gracias a lo anterior, de acuerdo con el
banco central, se ha mantenido la tendencia declinante de los precios,
con sus sorpresivos mínimos históricos de 2015, a contrapelo de la
accidentada devaluación del tipo de cambio registrada desde mediados de
2014.
Sometido a fuertes presiones devaluatorias por el patológico
comportamiento de los capitales especulativos, que ha obligado al Banco
de México (Banxico) a sacrificar un volumen nada despreciable de las
reservas internacionales acumuladas en la época de bonanza: cuando los
inversionistas emigraban como parvadas de alegres golondrinas
de los países industrializados hacia los subdesarrollados, en búsqueda
de un refugio de veraneo; cuando aquellos, desde 2009 a la fecha, les
han negado ganancias financieras rápidas en sus mercados, ya que sus
bancos centrales y los bonos de los gobiernos rebajaron sus tasas de
intereses nominales pagadas a casi cero por ciento, ofreciéndoles
rendimientos reales mezquinos o negativos, a cambio de otorgarles
préstamos regalados para que especularan a placer, en lugar de
utilizarlos productivamente –el viejo método observado desde la década
de 1980 de patear las crisis hacia adelante generando nuevas
burbujas especulativas para reflotar las tasas de ganancias–; y cuando
los países “emergentes”, como Brasil o México, los recibían con los brazos abiertos en sus mercados bursátiles y de dinero, proporcionándoles ventajosos beneficios de corto plazo.
Desde la segunda mitad de 2014, empero,
ese ciclo esplendoroso empezó a desinflarse con la latente amenaza del
alza de las tasas de referencia de la Reserva Federal estadunidense y el
aún marginal aumento de los intereses pagados por los bonos del Tesoro
de esa nación.
Los ataques especulativos en contra de
las monedas –entre ellas el peso mexicano– y los mercados financieros de
más de una veintena de países, y las salidas de capitales son algunos
de los síntomas del inicio de la fase de vacas flacas en las
divisas captadas por las cuentas de capital de las balanzas de pagos (el
endeudamiento, la inversión extranjera directa y de cartera) y no
productivamente (la balanza comercial), los problemas de financiamiento
externo y la pérdida de las reservas internacionales de los bancos
centrales.
Dominados por la doctrina y la praxis
neoliberal, a los gobiernos y los bancos centrales “autónomos” no les
queda más que jugar la única opción que conocen: el ajuste sobre el
pueblo de la tuerca ortodoxa que afectará aún más al mercado
interno, el consumo popular, el empleo, la distribución del ingreso:
recortar el gasto público y la elevación de las tasas de interés para
tratar de contener la fuga en manada de capitales, una vez que la Reserva Federal inicie el alza de sus tasas de referencia.
Algunos ya empezaron.
Brasil, por ejemplo, cuyo banco central, liderado por Alexandre Tombini –como parte de la izquierda civilizada, aceptada por el estatu quo,
Lula y Dilma Rousseff siempre han preferido a un “técnico” neoliberal
en ese puesto para garantizar la “confianza” de los “mercados”, es
decir, de los capitalistas, como prueba de que carecen de ímpetus
radicales–, ha subastado, sin éxito, unos 10 mil millones de dólares de
sus reservas internacionales para tratar de atenuar las presiones sobre
su moneda, el real, que acumula una devaluación de 35 por ciento en lo
que va de 2015. De momento, dispone unas reservas internacionales nada
despreciables (372 mil millones de dólares al 22 de octubre) para
defender al real, aunque éstas eran de 376 mil millones de dólares en
octubre de 2014. Su baja no es dramática.
Para enfrentar el vendaval y el
alza de la inflación, el gobierno de Rousseff ha preferido seguir
fielmente el manual ortodoxo. Por un lado, el banco central ha elevado
su tasa de referencia en cinco ocasiones entre finales de 2014 y julio
de 2015: de 11.75 por ciento a 14.25 por ciento, ubicándola en su nivel
más alto desde agosto de 2006 (14.25 por ciento). Entre octubre de 2012 y
marzo de 2013 ella fue de 7.25 por ciento.

A
mediados de octubre, la tasa de inflación se ubicó en 9.8 por ciento,
lejos del objetivo oficial de un 4.5 por ciento. En 2013 había sido de
5.6 por ciento. Su nivel previo más alto se había registrado en 2002,
cuando fue de 12.5 por ciento. Para 2016 se estima que sea de 6 por
ciento.
Por otro lado, ha recortado el gasto
público. En lo que va de 2015 se ha reducido en el orden de 28 mil
millones de dólares, y para 2016 se prepara un ajuste adicional por 6.8
mil millones de dólares, además de un aumento de impuestos, en aras de
convertir el déficit fiscal de 0.5 por ciento del producto interno bruto
(PIB) a un superávit primario de 0.7 por ciento (excluye el pago del
servicio de la deuda pública).
Como es previsible, ambas medidas, junto
con la pérdida de dinamismo de las exportaciones, han provocado la
recesión brasileña. Se espera que el PIB real se contraiga por 2 años
consecutivos: 3 por ciento este año y en 1.2 por ciento en 2016,
fenómeno que no se observaba desde 1948. Ambos signos negativos serán
los peores desde 1990, cuando la economía se desplomó 4.7 por ciento. En
2010 había crecido 7.6 por ciento.
Como es natural, se ha disparado la tasa
de desempleo brasileña. En diciembre de 2014 fue de 4.3 por ciento, y
en septiembre se ubicó en 7.6 por ciento, similar al contabilizado en
marzo de 2010. No será extraño que ella se eleve aún más en los meses
subsecuentes.
Ése es el costo de la ortodoxia. El
mismo que sufrirá México que ya aplica una de las dos medidas recetadas
por la terapia neoliberal: el draconiano ajuste fiscal. En 2015 se
recortaron 124 mil millones de pesos. En 2016 el gasto programable se
reducirá otros 221 mil millones de pesos.
Sólo falta el alza de la tasa de referencia del Banxico, al que le seguirán los demás intereses cobrados por la banca.
El objetivo es simpáticamente definido por el señor de las tijeras,
Luis Videgaray: “El objetivo principal de estas medidas es preservar la
estabilidad de nuestra economía ante el panorama internacional”
incierto, principio confuso y rara vez definido con precisión.
Pero mientras el fatalismo se cumple,
los peñistas pueden regodearse en un dato que, en apariencia, sigue la
ruta trazada por el Banxico: la caída de la inflación, variable a la que
se limita la estabilidad señalada por Videgaray.
En la eurozona y la Unión Europea, y en
especial en países como Estados Unidos, Japón, Estonia, Finlandia,
Francia y Grecia, entre otros, la desinflación, con decrementos en
diversos meses (en 2015 promedian una tasa cercana a cero por ciento),
es vista con recelo, por ser la manifestación de un fenómeno económico
preocupante: el infierno de la deflación por todos tan temido.
Es decir, de la recesión y estancamiento económico acompañados por una
baja generalizada y prolongada de los precios, debido a la contracción
de la demanda, asociada al desempleo, el deterioro de los salarios, la
postergación del consumo y la inversión productiva ante la incertidumbre
reinante. Ello pese a que la Eurozona y la Unión Europea han mejorado
modestamente su crecimiento en 2015 (tasas reales de 1.4 por ciento y
1.9 por ciento, en cada caso, luego de la recesión que siguió al colapso
de 2008-2009).
Las exportaciones también han declinado: al mes de julio, estas divisas decrecieron a un ritmo anualizado de 2.6 por ciento, sobre todo por la caída de las ventas del petróleo”
A principios de este año, Paul Krugman,
premio Nobel de Economía 2008, señaló que la Eurozona había “entrado en
una trampa de deflación y liquidez al estilo de la de Japón”. Lo que
refleja que los capitales inyectados por los bancos centrales en poco
–por no decir en nada– han contribuido para estimular la reactivación
económica. La decisión de los gobiernos europeos por reducir masivamente
el gasto público, con el objeto de abatir los déficits fiscales a 3 por
ciento del PIB, ha restado fuerza al potencial económico.
Como se recordará, Japón inició su
deflación a principios de la década de 1990, y sólo pudo superarla a
principios de este siglo, aunque recientemente volvió a hundirse en esa
fase, a raíz del derrumbe neoliberal sistémico.
La declinación económica de los países
periféricos como Brasil, Rusia, Argentina o Rusia, por citar a alguna,
podría ser un indicio de otra fase de la crisis global pasada.
Andy Haldane, el exótico economista jefe
del Banco de Inglaterra, señaló recientemente que la crisis en Grecia y
ahora en China no son eventos fortuitos o meras “tormentas de verano.
Por el contrario, son parte de una secuencia causal de perturbaciones
financieras que han afectado el sistema económico y financiero mundial
en la última década”. “Los recientes acontecimientos constituyen la
última etapa de lo que podría llamarse una trilogía de una crisis. La
primera parte fue la crisis ‘anglosajona’ de 2008-2009; la segunda fue
la crisis de 2011-2012 de la ‘zona euro’; y ahora podemos estar entrando
en las fases iniciales de la tercera parte de la trilogía, la crisis de
los ‘mercados emergentes’, de 2015 en adelante” (Michael Roberts, La flexibilización cuantitativa, las tasas de interés y el dinero helicóptero).
En el caso de México, la reducción de
los precios está asociada no al éxito del banco central, sino a la
contracción económica y la menor demanda interna y externa.
En la primera mitad de octubre, la
inflación registró un nuevo nivel mínimo histórico desde 1988 (0.46 por
ciento), desde que se inició su medición quincenal, acumulando 11
quincenas ubicándose por debajo de la meta de 3 por ciento, +/- un punto
porcentual, fijado por el Banxico como objetivo en lo que va del siglo
en curso, y 20 quincenas por abajo de 4 por ciento, que ha sido el
límite máximo programado. Así, la tasa anualizada es de 2.47 por ciento.
El comportamiento de la inflación y sus efectos son, inicialmente, sorpresivos. Con la macrodevaluación nominal del peso frente al dólar estadunidense, 21 por ciento en promedio en lo que va de 2015, o 28 por ciento desde mayo de 2014, se esperaba que los precios se elevaran, dada la importancia adquirida por los bienes y servicios importados.
De paso, lo anterior evidencia que el
banco central sólo es exitoso en la defensa de la moneda mientras los
especuladores se mantienen tranquilos deglutiendo las ganancias
proporcionadas por los diferenciales entre las tasas de interés internas
y externas. Pero una vez que se ponen nerviosos, empiezan a especular y huir, todo se va al bote de la basura.
Sólo es buen marinero de buen tiempo.
El costo de tratar de estabilizar el
tipo de cambio, a través de la subasta de la moneda estadunidense, ha
sido de 12.9 mil millones de dólares entre agosto y mediados de octubre,
y de 18.4 mil millones si se considera lo que va en todo 2015. Si se
considera, además, la decisión del Banxico por reducir el ritmo en la
acumulación de reservas internacionales, éstas se han reducido en 15.6
mil millones de dólares, al pasar de 196 mil millones de dólares, en
enero, a 180 mil millones de dólares en septiembre.
La estabilidad y la apreciación de la
moneda descansan en los flujos de capital más que en la defensa que de
ella realiza el Banxico. Pero cuando éstos se vuelven influjos aparecen
las presiones cambiarias. La inversión extranjera en la primera mitad de
2015 se cayó a casi la mitad con relación al mismo lapso de 2014: de 32
mil millones de dólares a 18 mil millones de dólares. La directa pasó
de 15 mil millones de dólares a 14 mil millones de dólares. La de
cartera de 17.4 mil millones de dólares a 4.3 mil millones de dólares.
En especial, la inversión en el mercado de dinero se desplomó de 10 mil
millones de dólares a 878 millones de dólares. El endeudamiento privado
no financiero también se contrajo de 6.4 mil millones de dólares a 469
millones de dólares.
Las divisas por concepto de
exportaciones también han declinado, sumándose a los problemas de
divisas. A julio decrecieron a un ritmo anualizado de 2.6 por ciento. En
el mismo mes de 2014 habían crecido 4.6 por ciento. La declinación se
debe sobre todo al petróleo, cuyas ventas cayeron en julio de 2014 un 20
por ciento, y en el mismo mes de 2015 en 36.8 por ciento. Las ventas
externas no petroleras se desplomaron de 8.3 por ciento a 1.2 por
ciento.
Por esa razón, en agosto, Agustín
Carstens, gobernador del Banxico, dijo que la entidad haría todo lo
posible para evitar que la depreciación de la moneda se traslade hacia
los precios y estos se desvíen de la meta señalada. En octubre, en el
mismo tenor, el subgobernador Manuel Sánchez agregó que una persistente
depreciación del peso mexicano ante el dólar podría alimentar un mayor
traspaso a los precios y afectar las expectativas de inflación. Los
empresarios, por su parte, han advertido que podrían elevarse la
inflación debido al mismo problema.
Sin embargo, los precios han seguido un curso distinto hasta el momento.
Pero ello no es resultado de la política
monetaria del banco central, de la definición de las metas de precios
que sólo trata de influir en las expectativas inflacionarias de la
economía, ya que éstas no influyen significativamente en los factores
estructurales que la determinan.
Tampoco puede asociarse a la evolución
de su tasa de referencia. De hecho, su alza en 2008 y 2009, de 7.2 por
ciento a 7.8 por ciento, en promedio, sólo sirvió para agravar la
recesión de 2009 (el PIB cayó de 3.1 por ciento en 2007 a 1.4 por ciento
y -4.7 por ciento en los siguientes años). Si bien la inflación bajó de
6.5 por ciento a 3.6 por ciento, ello se debe más a la recesión que a
la política desinflacionaria.
La subsecuente baja gradual en la tasa
de referencia hasta ubicarse en 3 por ciento en 2015, tampoco explica la
menor inflación. Una de las críticas a la política monetaria (de
precios y de tasas de interés) es que sus efectos tardan en
manifestarse, si es que llegan. Los analistas Andrés Felipe Londoño y
Jorge Andrés Tamayo, del banco central de Colombia, dicen que: “En
particular, se observa un rezago de la política monetaria que oscila
entre 12 y 18 meses para las variables reales, y alrededor de 2 años
para las variables de precios”.
En realidad, la baja en los réditos de
referencia ha seguido la tendencia de los precios, más que tratar de
estimular a la alicaída economía. Sus efectos contracíclicos no aparecen
por ningún lado. En el primer trienio peñista se programó una tasa
media de crecimiento de 3.7 por ciento y apenas ha alcanzado una de 2
por ciento. En parte, la desaceleración observada en 2015 explica la
reducción de la inflación.
Aun cuando fuera sincero ese objetivo, al banco central le ha pasado lo mismo que a Don Quijote de la Mancha,
que topaba con la iglesia. Dicho organismo tropieza con una banca
comercial cuyos intereses nada tienen que ver con las necesidades del
crecimiento. Ante todo, desde su reprivatización y extranjerización,
esos intermediarios han concentrado la mitad del crédito al consumo, la
vivienda y al Estado. Los intereses cobrados no siguen el ritmo de la
tasa de referencia del Banxico. Según datos de la Comisión Bancaria, en
2001 la diferencia entre la tasa de interés implícita anualizada de la
banca comercial era de 1.3 puntos porcentuales con relación a la tasa de
referencia, en promedio (13.24 por ciento contra 11.9 por ciento). En
2015 es de 8.6 puntos (11.58 por ciento y 3 por ciento).
Un elemento que determina la caída del
índice de precios al consumidor y el de la canasta básica son los
precios de las importaciones. Contra lo esperado por la devaluación, en
2013, 2014 y 2015, estos últimos han sido de -0.2 por ciento, -0.8 por
ciento y -3.3 por ciento hasta agosto de 2015. El banco central no
influye en esos precios. Su baja se debe al desplome de los precios de
las materias primas.
La menor inflación se explica, asimismo,
por el menor ritmo de la demanda local. Datos del Instituto Nacional de
Estadística y Geografía indican que en 1994 el consumo privado en el
mercado interno creció a un ritmo medio de 4.9 por ciento, y en lo que
va de 2015 en 3.3 por ciento. La demanda de bienes y servicios de origen
nacional registra tasas de 4 por ciento y 3.2 por ciento en los años
señalados. La de bienes importados de 30 por ciento y 4.1 por ciento.
De otra manera. Entre 1960 y 1982, cuando la economía estaba cerrada,
el consumo total creció a una tasa media anual de 6.2 por ciento y la
inversión productiva en 7.9 por ciento. Con los neoliberales (1983-2015)
ellas se desplomaron a 2.4 por ciento y 3.3 por ciento. En aquel
periodo la economía creció 6.4 por ciento y en el segundo en 2.2.
Ello explica más la desinflación que la política monetaria del Banxico.

Sin embargo, para una economía cuya dependencia de las importaciones de bienes y servicios se ha incrementado significativamente (pasó de 9 por ciento del PIB en 1982 a 33 por ciento en 2015), en cualquier momento empezarán a manifestarse los efectos devaluatorios sobre el índice de precios. Gabriel Pérez, catedrático en la Universidad Panamericana, señaló en septiembre: “Estamos viendo productos que se han incrementado entre 8 y 10 por ciento que pertenecen al índice de la canasta básica de precios al productor”. Según el analista, las industrias no resistirán más el alza en el tipo de cambio, por lo que ya han empezado a trasladar el alza al precio de los productos, y los primeros brotes inflacionarios empezarán en los bienes que afectan directamente el bolsillo de las familias (http://eleconomista.com.mx/finanzas-publicas/2015/09/20/fortaleza-dolar-afecta-productos-importados).
La debilidad de la demanda ha obligado a postergar esa situación, pero no por mucho tiempo.
Un alza de las tasas de referencia, junto con el recorte en el gasto público, agudizará las tendencias recesivas en 2016.
Marcos Chávez M*, @marcos_contra
*Economista
TEXTOS RELACIONADOS:
Contralínea 461 / del 02 al 08 de Noviembre 2015