Juan Carlos Ruiz Guadalajara* - Opinión
El 2 de octubre de 1968
la India inició un año de festejos dedicados al advenimiento del
centenario del natalicio de Gandhi. Lo hizo mediante la publicación de
un libro que congregó la reflexión de políticos, filósofos y científicos
de todo el mundo sobre la herencia del Mahatma a la humanidad. El mismo
día, al otro lado del mundo, un grupo de personajes (impunes hasta hoy)
ejecutaron la masacre de Tlatelolco sobre población civil que se
manifestaba pacíficamente contra el autoritarismo que en México ejercía
el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) encabezado
entonces por Gustavo Díaz Ordaz. Tlatelolco se
convirtió así en el acontecimiento más doloroso de un movimiento que, por más de cuatro meses, transitó de la resistencia estudiantil contra los abusos de los cuerpos policiacos hacia el reclamo de diálogo, justicia y apertura democrática. En palabras de Raúl Álvarez Garín, el movimiento fue como la cauda de un cometa y su huella se volvió indeleble como símbolo de una resistencia civil pacífica que terminó violentamente aniquilada.
convirtió así en el acontecimiento más doloroso de un movimiento que, por más de cuatro meses, transitó de la resistencia estudiantil contra los abusos de los cuerpos policiacos hacia el reclamo de diálogo, justicia y apertura democrática. En palabras de Raúl Álvarez Garín, el movimiento fue como la cauda de un cometa y su huella se volvió indeleble como símbolo de una resistencia civil pacífica que terminó violentamente aniquilada.
Con ello el 2 de octubre, aniversario del natalicio de Gandhi
(paradigma de la no violencia universal en el siglo XX), representaría
para México un hito de la violencia de Estado. Veleidades de la historia
aparte, lo cierto es que el PRI y sus aliados quisieron borrar la
memoria del 2 de octubre mexicano, intento que fracasó gracias al grito
tenaz del Comité 68 y de su líder histórico Raúl Álvarez Garín. A
diferencia del influjo cardinal que Gandhi irradió sobre el movimiento
de Martin Luther King, asesinado en abril de ese mismo 68, no
encontramos una influencia explícita del legado del Mahatma en el
movimiento estudiantil en México. Sin embargo, compartieron principios
comunes: su vocación no violenta, su capacidad de oponer la razón y la
verdad a la violencia, la creatividad de las expresiones de protesta y
la defensa de la dignidad humana.
Otros paralelismos los encontramos en la violencia extrema que ambos
movimientos recibieron como respuesta de los poderes que enfrentaron. En
1919, por ejemplo, Gandhi organizó su primera gran acción de
desobediencia civil pacífica en India, convocando a un paro nacional
para exigir la suspensión de las Leyes Rowlatt, aplicadas por los
ingleses en la Primera Guerra Mundial para perseguir presuntos
sediciosos, y vigentes aún tras el fin de la guerra. La acción recibió
violencia extrema cuando el 12 de abril las fuerzas del general inglés
Dyer dispararon contra una concentración pacífica en el baldío de
Jallianwalla, Amritsar, masacrando a 379 personas. Gandhi declaró
entonces la no cooperacióny el rechazo total al imperio británico, iniciando un camino de casi tres décadas de trabajo constructivo con periodos de desobediencia civil, encarcelamiento y ayunos extremos para preparar a la población en la lucha no violenta por la Independencia.
Por su parte, en agosto de 1968 el movimiento estudiantil mexicano había definido los seis puntos de su pliego petitorio, cuya cuarta demanda era la eliminación del delito de disolución social, introducido al Código Penal Federal en 1941 por Manuel Ávila Camacho para perseguir presuntos sediciosos y perturbadores del orden público en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Finalizada ésta, el delito fue preservado por el PRI y usado como instrumento de persecución de opositores; dos años después de la masacre de Tlatelolco fue derogado; sin embargo, la conquista no violenta de una sociedad democrática y justa se frustró. De hecho, tras el 68 algunas vertientes de lucha optaron por la vía armada y fueron aplastadas durante la guerra sucia de Echeverría.
Mas la asociación entre Gandhi, México y el 2 de octubre tiene
otra faceta poco conocida: en uno de sus intentos por lavar la sangre
de Tlatelolco que marcó la Olimpiada de México, y semanas antes del
inicio del Mundial de Futbol, Díaz Ordaz asistió el 24 de febrero de
1970 a Chapultepec para inaugurar la estatua de Gandhi que la comunidad
de la India en México había encargado al escultor Francisco Canessi.
Díaz Ordaz estuvo acompañado del regente Alfonso Corona del Rosal,
protector de operadores de la matanza en Tlatelolco y fundador de los
infelizmente célebres halcones. Fieles a la característica
mendacidad del PRI, estos artífices de la violencia de Estado
aprovecharon la ocasión para intentar mostrarse como promotores de la no
violencia gandhiana.
Treinta años después, en 2001, llegaría a México el programa de
extensión de la Gujarat Vidyapith, universidad fundada por Gandhi en
1920, para crear un laboratorio por la no violencia. Los gandhianos
pronto comprendieron la carga significativa del 2 de octubre mexicano y
decidieron construir una fraternidad con los sobrevivientes de
Tlatelolco. La idea encontró respaldo inmediato en Raúl Álvarez Garín,
quien se reconoció en la disciplina de Gandhi para solucionar todo tipo
de problemas a la luz de valores universales que, como la justicia,
consideraba eternos. A partir de 2006 la Vidyapith y el Comité 68
sellaron su alianza y comenzaron a conmemorar el 2 de octubre ante la
efigie del Mahatma en Chapultepec.
Ese año Álvarez Garín pronunció un discurso para reivindicar la no
violencia, la eficacia de la resistencia pacífica, el poder
transformador de la moral política y de la solidaridad humana, señalando
que “hay quienes, con enorme incomprensión, suponen que las acciones de
Gandhi y las del movimiento estudiantil de 68 fueron ‘derrotadas’
porque no lograron en ese preciso momento sus objetivos. Sin embargo, el
tiempo ha demostrado que la muerte violenta de Gandhi, así como la
represión en contra del pueblo de México, fueron verdaderamente
ineficaces en su propósito de destruir a la oposición, y que por el
contrario, potenciaron notablemente los ánimos, las convicciones, las
ideas y la disposición de lucha”.
Y esa es precisamente la herencia de Gandhi y de Raúl Álvarez Garín:
ánimos, convicciones, ideas y disposición de lucha. Por ello seguirán
siempre entre nosotros.
* Investigador de El Colegio de San Luis AC