sábado, 4 de abril de 2015

San Quintín, el otro Ayotzinapa

Siempre - Editorial
El paro laboral y las protestas de los jornaleros del Valle de San Quintín, Baja California, puede derivar en otro Ayotzinapa si las autoridades federales no hacen uso de sus reflejos políticos.
El asunto es serio. No se trata de un paro más. Está involucrada la violación a los derechos laborales y derechos humanos de los trabajadores.
Acusan a los dueños de las empresas agroindustriales de darles trato de esclavos, de obligarlos a trabajos forzados, de no pagarles horas extras, de no atender sus derechos sociales; incluso de abuso sexual, discriminación y trata de personas. En esa situación se encuentra el 89 % de los jornaleros.
Algunos han denunciado que los obligan a hacer un determinado número de surcos para pagarles únicamente 100 pesos diarios, cuando sus connacionales en Estados Unidos reciben un pago mínimo de 15 dólares la hora.
Todo esto ante la indiferencia del gobernador de Baja California, Francisco Vega de Lamadrid, y de la tibia respuesta de las autoridades federales.
Las empresas agrícolas del Valle de San Quintín son productoras de frutas y hortalizas, algunas son trasnacionales, otras mexicanas, y tienen como propósito fundamental satisfacer las necesidades de consumo del mercado norteamericano. Para decirlo de otra manera: los campesinos trabajan a destajo, en condiciones de explotación, para satisfacer el hambre de los ricos.
Hay un dato que explica, que no justifica, el mal trato a los jornaleros: las empresas agrícolas de San Quintín se establecieron del lado mexicano para bajar sus costos. Y bajan los costos pagándole una miseria a los indígenas que ahí trabajan, con la permisividad de las autoridades.
Hoy irrumpe en el escenario nacional un tema que, sin duda, es viejo, pero que adquiere especial notoriedad bajo los nuevos reflectores de los tratados internacionales en materia de derechos humanos que México ha firmado.
En esos campos agrícolas —como lo ilustra la portada de Siempre!— hay niños “contratados”, si así se puede decir, ilegalmente, para trabajos forzados. Niños que migran constantemente con sus padres de un campo agrícola a otro sin que exista, de parte del gobierno, un programa que les permita ir a la escuela y no interrumpir sus estudios.
El caso es tan grave que ya despertó la solidaridad de varias organizaciones del país y del extranjero. El sindicato de campesinos fundado por César Chávez durante los años sesenta en Estados Unidos, para obligar a los patrones a mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, ya les ofreció su solidaridad para iniciar un boicot contra la venta de hortalizas y frutas.
Y la CNTE de Oaxaca, para variar, ya se les unió para apoyar la movilización. Nada más falta la CETEG de Guerrero y los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa para completar el cuadro.
Las autoridades tienen que sentar a la mesa a los dueños de esas empresas para corregir a fondo un caso de injusticia social, sólo digna del siglo XIX. De no hacerlo, el costo y sus consecuencias lo volverá a pagar, como en el caso de Ayotzinapa, el gobierno.