Carlos Martínez García - Opinión
La ciudadanía está
dando dignas lecciones de civilidad y espíritu democrático. La marcha
del 20 de noviembre contra la desaparición de los 43 estudiantes de
Ayotzinapa fue un dolido clamor contra las fuerzas que se conjuntaron
para llevarse a los normalistas. La sociedad civil tomó las
calles y las llenó de exigencias a un sistema, y su clase política de
todos los signos partidarios, que está muy alejado de la justicia que
constitucionalmente debe impartir.
Los contingentes formados por ciudadanos y ciudadanas de muy diversas condiciones sociales, económicas, religiosas y preferencias políticas se comportaron de forma ejemplar. Cuando aparecieron los enmascarados, con firmeza, pero sin agresiones, se comenzó a generalizar la exigencia de que los embozados se descubrieran el rostro. Algunos cumplieron con la exigencia, otros se alejaron al percatarse que no eran bienvenidos en la marcha.
Ante la oscuridad de la ignominia perpetrada contra los normalistas de Ayotzinapa la ciudadanía camina, exige, muestra su profunda indignación a rostro descubierto. Miles y miles así lo hicieron en el centro simbólico de la nación, el Zócalo. Otros tantos, o más, que no pudieron llegar a la plaza por encontrarse copada de gente, también dieron la cara y mostraron valiente solidaridad con los padres y familiares de los desaparecidos.
Los enmascarados, sean infiltrados o no, actuaron en sentido contrario a la multitudinaria demostración que partió de distintos puntos de la ciudad para coincidir en el Zócalo. Gran parte de los millares que abarrotaron el lugar se había retirado cuando se desató la zacapela entre embozados y granaderos y policías federales. Los del rostro cubierto, con sus acciones, sabotearon la combativa y pacífica marcha que desbordó las arterias de la capital mexicana. Por su parte, los granaderos y policías federales arremetieron contra algunos de quienes los atacaban, pero también se lanzaron a golpear y detener a personas que nada tuvieron que ver con el contingente de caras cubiertas.
En muchos medios la noticia fue el enfrentamiento en el Zócalo, y pasó a segundo plano la memorable marcha ciudadana que alcanzó una intensidad solamente comparable con la del silencio en 1968. En esta última los estudiantes decidieron marchar en silencio para evidenciar el control autoritario del régimen presidencialista encabezado por Gustavo Díaz Ordaz. La del pasado 20 de noviembre, conformada por impactantes ríos humanos, se caracterizó por la decisión abrumadoramente mayoritaria de dar la cara, y así aislar las intentonas de unos cuantos que se cubren por tener intereses ajenos a la indignación que muestra la cara y confronta los desmanes de la clase política gubernamental.
La política del rostro descubierto también ganó espacios
cuando atajó a unos cuantos encapuchados que buscaron afanosamente
ocupar violentamente la rectoría de la UNAM. Los y las estudiantes que
protestaron contra las incursiones policiacas en el campus y defendieron
la autonomía de la institución rechazaron vigorosamente al grupo
enmascarado que buscó aprovechar la movilización estudiantil para
introducirse en la rectoría y hacer destrozos dentro del edificio. Hubo
señalamientos sobre que los muy pocos con intenciones de tomar el
emblemático espacio tienen escaso entendimiento de lo que es el
anarquismo. Sus acciones los delatan como reventadores de lo que ha
caracterizado a la UNAM: una comunidad diversa y tolerante, abierta al
diálogo y respetuosa de la pluralidad en todos los ámbitos.
En otro espacio estudiantil, en el Instituto Politécnico Nacional
(IPN), se está forjando ejemplarmente la exigencia de rendición de
cuentas a los funcionarios, la transparencia que debe ser norma para
quien tenga un puesto directivo en la institución. El movimiento
politécnico ha logrado concentrar las exigencias estudiantiles y darles
cauce, y lo ha realizado a plena luz del día, dando lecciones a
políticos de colmillos retorcidos que han buscado diluir las justas
exigencias de los estudiantes.
Los representantes politécnicos en las negociaciones con los enviados
del gobierno se anotaron una rotunda victoria cuando, como se decidió
en la Asamblea General Politécnica, lograron que los burócratas fueran a
Zacatenco, al auditorio Alejo Peralta, con el fin de que unos y otros
hicieran sus planteamientos cara a cara. A los funcionarios nadie les ha
tocado un pelo, pero, eso sí, han debido escuchar agudas críticas y
brillantes exposiciones sobre cómo solucionar el conflicto y
democratizar el IPN. La firmeza del movimiento politécnico bajó de su
pedestal a los representantes gubernamentales, los puso en el mismo
plano que los delegados estudiantiles, les ha mostrado que el
verticalismo al que están acostumbrados se topa con el horizontalismo
estudiantil. Y todo esto a rostro descubierto, frente a los asistentes
al auditorio donde tienen lugar las negociaciones y los medios que les
dan cobertura.
A rostro descubierto hay que enfrentar las ignominias que han
oscurecido a México y pretenden seguirlo oscureciendo. Es el mejor
antídoto para desenmascarar las intrigas del poder que siguen
esforzándose por escamotear la justicia por la que con la cara en alto
levanta su clamor la ciudadanía.