Necaxa, Pue.- Sin perder la esperanza de recuperar su trabajo, ex empleados de la Compañía de Luz y Fuerza que no aceptaron liquidarse, se han convertido en cultivadores de hongos, vendedores ambulantes, cocineros, estilistas, abarroteros y coinciden que con la extinción de la empresa tomaron conciencia de los problemas de este país.
Nota del 11 octubre 2011 | Leticia Animas Vargas | Radio Expresión
Las últimas horas del sábado 10 octubre 2009 son recordadas en Necaxa como “la noche en la que nadie durmió”, el 80 por ciento de sus habitantes trabajaba en la paraestatal y el 20 por ciento restante dependía de manera indirecta de las actividades de generación de energía eléctrica.
A 24 meses, pocos son los que han recuperado el sueño, pero no han perdido la esperanza de regresar a su fuente de trabajo que, consideran, les pertenecen "por herencia”, no de balde, dicen, fueron sus antepasados los que cedieron las tierras donde se construyó la presa que alimenta a la primera planta hidroeléctrica de América Latina hace más de 100 años.
Después de ser “obreros privilegiados” ahora venden dulces y chicharrones en la puerta del edificio sindical, otros hacen pasteles o cortes de cabello, manicures y rayitos a mitad de precio; algunos, como Francisco Garrido, tuvieron que aprender a cocinar y vender mole de panza y mixiotes en las calles del Distrito Federal.
Otros optaron por iniciar proyectos colectivos, como los cultivadores de setas o los que venden productos de primera necesidad a bajo costo.
Y aunque no se han repuesto del shock que significó perder su “zona de confort” de la noche a la mañana, coinciden en que tanto el programa de liquidaciones, como el ofrecimiento de trabajo para las primeras 100 personas que aceptaran ese pago, fue un engaño; y dicen que continuarán resistiendo.
TRECE DIAS PARA JUBILARSE
A Julieta Ramírez le faltaban trece días para jubilarse, luego de más de 24 años de trabajo en Luz y Fuerza, cuando declararon la extinción y cuenta que tuvieron que pasar muchos días para que entendiera los alcances de la determinación de Felipe Calderón de cerrar la paraestatal en la que también laboraban tres de sus hermanos y un sobrino.
“No sabíamos qué hacer, si irnos a liquidar, buscar culpables. Entonces tomamos la decisión, de continuar luchando hasta recuperar nuestro trabajo. Sabemos que va para largo, pero no voy a regalar más de 24 años de mi vida. La medida fue injusta, como injusto fue el manejo que se hizo en los medios de comunicación”.
Julieta oficinista en la central de Tulancingo, se encarga, junto con ocho compañeros de un invernadero improvisado en la cancha de la oficina sindical ubicada en el centro de Necaxa, donde cultivan setas. “Son totalmente orgánicas. No usamos abonos o fertilizantes. Tenemos muchos pedidos, pero la primera siembra nos falló porque faltaba calor, luz, y la incubación la hicimos sobre palos de bambú, ya nos dimos cuenta de que resulta mejor colgar las bolsas con paja”.
Es una producción rápida y no se necesita mucho capital, queremos usar el estadio 14 de Diciembre para el cultivo porque aquí es muy rudimentario, explica al tiempo que sonrojada confiesa que ella votó por Vicente Fox y Felipe Calderón, que creyó que habría un cambio “pero fue peor, no sabes lo arrepentida que estoy”.
“No vemos a Necaxa como pieza de museo, no la vemos como una empresa eco turística, la vemos como una industria productora de electricidad, queremos que esas plantas de más de 100 años sigan funcionando.
ELECTRICISTA POR HERENCIA
Francisco Garrido es un fortachón y elocuente ingeniero electricista con 19 años de servicio que no esconde el coraje que aún le produce recordar el cierre de su fuente de trabajo, donde se desempeñó en el área de proyectos-estimadores, que atendía las solicitudes de instalación del servicio. “Nosotros buscábamos los precios desde un tornillo hasta un cable”.
“Yo soy la quinta generación de trabajadores de Luz y Fuerza en mi familia, el día que tomaron las instalaciones de la compañía estaba con mi hijo más pequeño en el DF, llegamos a las oficinas del sindicato a la medianoche, pero no alcanzábamos a entender que era lo que estaba pasando, no nos dábamos cuenta de la magnitud del golpe”.
Traía a idea de vender algo, asíque terminó revendiendo la barbacoa que hacía un señor en San Juan Teotihuacán y pollos en penca; luego empezamos a cocinar mole de panza en una colonia de electricistas que se llama La Quebrada, “compramos 10 kilos de pancita y la vendimos toda, así hicimos todos los sábados y domingos, luego hicimos mixiotes, aprendía cocinar, a lavar la pancita a picar la cebolla”.
“Me di cuenta de lo laborioso que es cocinar. Aprendes a escoger que el libro, que el callo que le tienes que poner pata de res y qué chile le tienes que poner. Hacemos mixiotes verdes con nopales y rojos, aprendí a envolverlos, hasta que me hice experto”.
Reconoce que para obtener ganancias sus jornadas son más intensas que cuando trabajaba en la Compañía de Luz y asegura que su decisión de no liquidarse, de esperar a ser reincorporado a su fuente de trabajo, es firme. “Es la herencia de mi tatarabuelo, no les voy a regalar 19 años de mi vida, es lo que nos dieron y, Necaxa, es toda mi vida”.
EL MUNDO SE NOS VINO ENCIMA
Yo creo que a todos nos pasó, sentimos que el mundo se nos venía encima. No podíamos pensar en nada, nunca creímos estar en esta situación, dice sonriendo tímidamente Tania Ibarra, parada frente a la mesa de madera en que vende dulces, cuando recuerda la noche del 10 de octubre de 2009 en que se enteró que su esposo, a quien sólo le faltaban diez días de trabajo para poder jubilarse, se había quedado sin empleo.También quedó cesante su hijo mayor, quien había ingresado a Luz y Fuerza 15 meses antes del decreto.
Tania revive con coraje la campaña mediática desatada contra los empleados de la Compañía de Luz. “Dicen que eran flojos, que tenían salarios onerosos, que eran privilegiados, nunca hubo eso, pero cuando menos teníamos algo seguro cada ocho días para vivir, teníamos el refri lleno y mis hijos, aunque no con lujos, no se quedaban con ganas de vestir y comer algo.
“Hemos tenido muchas lecciones: primero, el apoyo de mis familiares y de los compañeros; después, terminar con la pena que me daba cada día salir con mi carrito de dulces para vender. Es muy poco lo que entra, pero cuando menos decimos, es algo, los $100 los $50, los $20, los $30”.