domingo, 15 de enero de 2017

Trump es la superficie: El problema está en la base social

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El personaje y su proyecto. La tesis es ésta: lo realmente preocupante no es el nuevo presidente de Estados Unidos sino las actitudes y demandas de quienes lo pusieron en el poder y que representan a la mitad de la sociedad políticamente activa de ese país. Hoy, la única superpotencia ha colocado en su institución más poderosa, la Presidencia, a un personaje absolutamente improbable y peligrosamente impredecible: Donald John Trump. Se trata de un constructor multimillonario (3 mil 700 millones de dólares) de 70 años, ex conductor de un programa de televisión —un reality show con una audiencia de 7 millones—, sin ninguna experiencia política y con obvios y serios problemas de personalidad.
15 enero 2017 | Lorenzo Meyer | Proceso
Los datos anteriores tienen interés por sí mismos, pero para México resultan cruciales, pues el señor Trump ha decidido caracterizar la relación con nuestro país como fundamentalmente antagónica al interés nacional del suyo. Y así, lo que desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 ha sido una situación de interdependencia asimétrica entre países vecinos, ahora es presentada por el próximo presidente norteamericano como una incompatibilidad de proyectos, como un juego de suma cero.

Al arrancar en 2015, la carrera de los aspirantes del Partido Republicano de Estados Unidos en pos de la candidatura presidencial, muy pocos consideraron que Trump pudiera llegar a ser realmente el abanderado republicano y menos aun el ganador de la elección de 2016. Se suponía que entre los 17 precandidatos republicanos iniciales, el finalista sería un político profesional como Jeb Bush —ex gobernador de Florida e hijo y hermano de presidentes— o Marco Rubio o Ted Cruz, senadores por Florida y Texas, respectivamente. Para sorpresa de casi todos, las bases republicanas le dieron ese papel a Trump, el multimillonario "no político” y estrella de televisión.

TEMAS ANTIMEXICANOS

Desde el inicio, Trump despertó el interés de los mexicanos, pero por malas razones: Porque en el arranque mismo del proceso electoral, el personaje decidió construir una parte central de su discurso alrededor de temas específicamente antimexicanos. En efecto, el 16 de junio de 2015, en la Torre Trump, en Manhattan, el rubio constructor afirmó: "Cuando México nos manda a su gente, no manda a los mejores. No los manda a ustedes. Envía a gente con montones de problemas y nos traen esos problemas. Ellos traen drogas y crimen. Son violadores. Aunque, supongo, que algunos de ellos son gente buena.” De esa caracterización tan negativa como injusta de los 5.8 millones de mexicanos indocumentados que se calcula viven en Estados Unidos, Trump pasó a proponer un remedio drástico: La erección de una gran muralla a lo largo de los 3 mil 145 kilómetros que constituyen la frontera entre México y Estados Unidos, la deportación de los indocumentados y, finalmente, la renegociación o derogación del marco en que funciona el comercio bilateral México-Estados Unidos y que asciende a 531 mil millones de dólares anuales (2015): El TLCAN.

En el primer debate público entre él y la candidata presidencial del Partido Demócrata, Hillary Clinton, en septiembre de 2016, el republicano aseguró que el TLCAN era "el peor tratado que se haya firmado alguna vez y, desde luego, el peor firmado por este país (Estados Unidos).” Desde ese punto de vista, México y China, con su mano de obra barata, se habían apropiado de trabajos que deberían haberse quedado en Estados Unidos. Trump se comprometió entonces a que las plantas industriales que habían emigrado a México, particularmente las automotrices, volverían a Estados Unidos o pena de imponerles un impuesto de 35% a las unidades exportadas desde México.

Esta última propuesta de Trump es un golpe al corazón del proyecto neoliberal en que se embarcó a México a partir de la decisión de Carlos Salinas de Gortari de firmar el TLCAN y dejar atrás el modelo económico nacionalista heredado del cardenismo. Lo que Salinas y los suyos buscaron fue integrar la economía mexicana a la norteamericana pese a la desigualdad entre las partes. Hoy, como ya se señaló, ese intercambio comercial con Estados Unidos llega a 531 mil millones de dólares, a lo que debe añadirse el rubro de servicios: Alrededor de 60 mil millones de dólares anuales. El 80% de las exportaciones mexicanas de manufacturas se dirigen a Estados Unidos y de ahí recibe 50.2% de sus importaciones (2012). Por ello la sorpresa, temor e incertidumbre que se han extendido en México ante la posibilidad de que Trump, como presidente, cumpla total o parcialmente con su proyecto de deportar a millones de mexicanos y de revertir la integración económica con México con medidas arancelarias.

EL FONDO DEL PROBLEMA 

En la historia mundial contemporánea hay ejemplos dramáticos del papel que un líder puede jugar en la dirección que tome la política interna y externa de su país. A la mente vienen, de inmediato, no sólo los nombres de Hitler y Stalin, sino también de Gandhi, Roosevelt o Mandela. Sin embargo, el ascenso e importancia que esas figuras adquirieron se explica finalmente por el contexto social y una situación de crisis o circunstancias de injusticia extrema en sus países o en el sistema internacional. En contraste, en los Estados Unidos de 2016 que eligió a Trump no había, no hay, ninguna crisis económica ni amenaza externa que explique al personaje. La economía creció a 3.5% en el último trimestre de 2016 y el desempleo se encuentra en mínimos (5%). Sin embargo, el sentido de injusticia sí ha anidado en una parte de la sociedad norteamericana. Finalmente, el carisma de Trump —esas cualidades personales excepcionales que, en situaciones fuera de lo ordinario, le permiten a un individuo imponer su voluntad sobre otros y transformarlos en seguidores— no parece alcanzar los niveles de ninguno de los grandes líderes históricos, pero resulta que el de su rival fue mucho menor o inexistente.

¿Cómo explicar entonces que Trump haya podido imponerse en las elecciones primarias y luego recibir 61.2 millones de votos en las presidenciales? Y todo sin haber llegado a formular un proyecto coherente de futuro, salvo el compromiso de volver a "hacer grande a Estados Unidos.” Un primer paso en la explicación es la naturaleza absurda del sistema electoral; uno que da la última palabra a un Colegio Electoral donde la representación es por estados, lo que permite que alguien sea declarado vencedor pese a no tener la mayoría del voto ciudadano. Pero dejemos de lado esa peculiaridad del sistema norteamericano y vayamos a la naturaleza misma de la contienda electoral.

La candidata demócrata, Hillary Clinton, esposa de un ex presidente, tuvo más votos directos pero nunca despertó gran entusiasmo entre sus partidarios. Además, los malquerientes de la demócrata estaban concentrados en Estados clave para el conteo en el Colegio Electoral. De ahí que muchos observadores concluyeran: Trump ganó los Estados clave no por él mismo, sino ¡por no ser Hillary Clinton!

FRUSTRACIÓN Y RABIA

Y es que la señora Clinton —y antes los precandidatos republicanos descartados por el fenómeno Trump en las primarias—, no entendió lo que el multimillonario neoyorquino sí entendió y muy bien: que en una amplia zona de la sociedad norteamericana había una fuerte concentración de malestar, frustración y rabia por la forma en que la élite política —demócrata y republicana— los había ignorado durante años y a los que la señora Clinton en un mal momento llamó "conjunto de deplorables.” Esos "deplorables” se vieron a sí mismos como injustamente relegados por las élites políticas —personificadas por la Clinton— en el proceso de evolución económica, social y cultural de Estados Unidos y tomaron su revancha.

Para los "deplorables”, Trump representó la oportunidad de dar forma a una auténtica "rebelión de las masas”, para usar el concepto acuñado hace 90 años por José Ortega y Gasset. Pero, y esto es fundamental, no de todas las masas norteamericanas, sino de unas muy específicas: las blancas, esas que consideran que el tipo de evolución que ha experimentado Estados Unidos en los últimos 30 o 40 años les ha cancelado su presente y, sobre todo, su futuro. Se trata de ciudadanos de origen europeo, que habitan en las zonas rurales de su país o en ciudades que una vez fueron el dinamo de la economía industrial como Detroit o Pittsburgh, pero que ahora ya no tienen importancia, donde las naves industriales están abandonadas o de plano son ya tierra baldía. Este grupo que fue la base del Partido Demócrata de Franklin Roosevelt y su New Deal en los 1930 y 1940, hoy no sólo se considera abandonado por el Partido Demócrata sino también por la dirigencia tradicional del Republicano. Es más, hay en ellos un sentido de traición por parte de todos los políticos tradicionales.

En 2015 y 2016 los blancos resentidos se volcaron en apoyo a un candidato sin carrera política, que se supone hizo su fortuna según las reglas del mercado y que deliberadamente se propuso usar un lenguaje políticamente incorrecto y vulgar —similar al que emplean sus votantes— y abiertamente machista. Los resentidos estuvieron dispuestos a dar por buenas las vagas promesas de Trump y a creer un montón de exageraciones o francas falsedades sobre la candidata demócrata: "Hillary Clinton viola y mata niños”, "es una alcohólica”, "los Clinton han asesinado al menos a veinte personas”, etc., (Mark Danner, The real Trump, New York Review of Books, 22 de diciembre, 2016).

TRUMP FUE SELECTIVO

Trump supo leer muy bien y explotar mejor el resentimiento y la ira acumulados en esa parte de la sociedad norteamericana blanca, trabajadora, sin grado universitario, habitante del mundo rural o de centros urbanos en decadencia y con bastante consciencia de lo injusto que es que hoy una minoría de minorías de los norteamericanos —0.1%— reciba un ingreso promedio de 184 veces el que llega a los bolsillos de 90% de quienes se encuentran en el fondo de la pirámide social, (Institute for Policy Studies. Inequality.org, Boston).

Pero hay más. Si bien Trump, el multimillonario exitoso y creador de empleos, se identificó con los perdedores, no lo hizo con todos. Fue selectivo. Se identificó con los blancos y no con los pertenecientes a las minorías de color: afroamericanos e hispanos. Así, de manera no muy velada, el ahora presidente electo reavivó y se benefició de un viejo fenómeno de su país: el racismo. Fue Trump el que insistió en que Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos, no era en realidad norteamericano y no tenía derecho a estar en la Casa Blanca, lo que resonó muy bien entre su electorado que, con Trump como presidente, consideran "reconquistada” la mansión presidencial, construida por esclavos negros pero para que la habitaran norteamericanos de cepa: blancos como Trump y su familia.

Y es aquí donde entra de lleno en la arena política norteamericana "el factor mexicano.” Trump identificó a los millones de mexicanos indocumentados no sólo como criminales y violadores sino como ladrones de empleos de los verdaderos norteamericanos. Y, por extensión, también se vio igual a los mexicanos en México, al considerar que las empresas norteamericanas que al amparo del TLCAN abrieron plantas en México eran responsables de la falta de empleo y de vitalidad en las regiones industriales deprimidas de Estados Unidos. Por eso en sus mítines se pudo escuchar el estribillo "built the wall, kill them all” ("construyamos el muro y matémoslos a todos”). En suma, el antimexicanismo fue una fuente de energía política del trumpismo.

La demagogia de Trump hace caso omiso del hecho de que la pérdida de empleos en los centros industriales tradicionales norteamericanos se explica fundamentalmente por el cambio tecnológico y no por lo barato de la mano de obra mexicana o china. Tampoco hace referencia al TLCAN como creador de empleos en Estados Unidos: alrededor de 200 mil al año.


En el horizonte, una época negra

El viernes 20 marcará el inicio de ‘una muy mala relación, tal vez de las peores que México haya tenido con Estados Unidos’ 
15 enero 2017 | Mathieu Tourliere | Proceso
CIUDAD DE MEXICO (Apro).- La llegada del republicano Donald Trump a la Casa Blanca el viernes 20 marcará el inicio de "una muy mala relación, tal vez de las peores que México haya tenido con Estados Unidos, que nos va a estar agrediendo y hostigando”, sostiene Miguel Basáñez Ebergenyi, ex embajador de México en el vecino país.

Lo deplorable es que, durante los ocho meses que Basáñez estuvo al frente de la legación —de septiembre de 2015 a abril de 2016—, la campaña de Trump, especialmente agresiva contra los mexicanos, tomó fuerza, mientras las diferencias de Basáñez con la entonces canciller Claudia Ruiz Massieu se exacerbaron.

La jefa de la diplomacia mexicana ni tomaba las llamadas del embajador. La hostilidad hacia Basáñez rompió el canal de comunicación y frustró los intentos de movilizar actores políticos en Estados Unidos.

Desde Boston, donde es profesor en la prestigiosa Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia, dependiente de la Universidad de Tufts, Basáñez analiza para Proceso el fenómeno Trump y los cambios que implica para la diplomacia mexicana.

Habla sobre los errores del gobierno mexicano durante el ascenso del magnate; estima que el nuevo canciller Luis Videgaray Caso, nombrado el miércoles 4, "no tiene el mejor perfil” para negociar con la administración que encabezará Trump y aprovecha para ajustar cuentas con Ruiz Massieu.

DECISIONES ‘NEFASTAS’

Ella tomó decisiones "nefastas” desde la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), dice, bajo las instrucciones de su tío, el ex presidente Carlos Salinas de Gortari:

"La familia Salinas tenía mucha preocupación respecto a Hillary (Clinton), porque había sido muy enfática sobre el cumplimiento del derecho —el rule of law, en inglés—, la campaña anticorrupción y el respeto a los derechos humanos. Estos tres pilares de Hillary, a los Salinas simplemente no les va”, sostiene Basáñez.

La peor acción de Ruiz Massieu —a la que el entrevistado se refiere como "la canciller Ruiz Salinas”— fue el cambio de adscripción de 35 de los 50 cónsules de México en Estados Unidos en febrero pasado, en pleno ascenso de Trump.

"Los cónsules en sus adscripciones ya conocen toda la red local. Este cambio fue nefasto. Ahí me empezó a nacer la sospecha de que la familia Salinas estuviera de alguna forma conectada con Trump. Me pareció un movimiento muy dañino para México.”

Recuerda que los 50 cónsules de México en Estados Unidos se apoyan en 500 confederaciones, las cuales, a su vez, cuentan con el respaldo de 5 mil clubes de migrantes mexicanos en todo el país. "Es una red poderosísima”; existen además siete organizaciones nacionales de latinos, las cuales son muy activas a nivel político”, afirma el entrevistado.

Relata que intentó empoderar a esta red, pero "como ni la Cancillería ni la Secretaría de Hacienda le asignaban recursos”, buscó financiamiento en el sector privado.

La respuesta de la canciller fue que México no debía intervenir en la política interior (de Estados Unidos). Pero yo no estaba interviniendo en política interior. Estaba protegiendo a los mexicanos”, aclara.

‘ESO ES IMPOSIBLE’

Durante su periodo en Washington, Basáñez observó el ascenso imparable del "fenómeno” Trump en las primarias republicanas. Asumió el cargo en septiembre de 2015, tres meses después de que el magnate se declaró candidato —con un discurso en el que calificó a los mexicanos de "delincuentes” y "violadores”—, y fue removido en abril de 2016, un mes antes del triunfo de Trump en el juego interno del Partido Republicano.

Cuando advirtió a la cancillería con meses de anticipación sobre la posibilidad de que Trump ganara la candidatura del partido y probablemente la Presidencia, le decían: "¿Cómo crees? Eso es imposible”, recuerda.

Y añade: "Propuse formar un equipo con los ex embajadores y los embajadores eméritos para discutir cuáles eran las mejores estrategias. Jamás quiso (Ruiz Massieu).”

Trump endurecía su discurso contra los trabajadores mexicanos en Estados Unidos y el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), pero Ruiz Massieu lo ignoraba, cuenta Basáñez.

"En los ocho meses que estuve como embajador no pude tener cinco minutos con ella. Nunca. Nos veíamos en las giras, andábamos en los eventos. Y siempre le decía: ‘Oye, regálame cinco minutos para que arreglemos esto’. Y ella me respondía ‘Sí, sí’. Ese ratito nunca llegó”, deplora el entrevistado.

Tan "hostil” fue la relación con Ruiz Massieu, que la cancillería aún le debe a Basáñez los gastos de viaje cuando fue embajador. "El oficial mayor no me tomaba la llamada por órdenes de ella”, dice.

NADIE ALZA LA VOZ

A Basáñez le sorprende la reincorporación de Luis Videgaray Caso al gabinete peñanietista, ahora como titular de la SRE. El amigo y consejero de Peña Nieto, recuerda, organizó la visita de Trump a Los Pinos el pasado 31 de agosto, entre bambalinas y a pesar de que, en sus discursos de campaña, el magnate atacaba con dureza a México y los mexicanos.

El 8 de septiembre, en reacción a las críticas que recibió el gobierno federal por la visita del candidato republicano, Videgaray presentó su renuncia. De inmediato Trump escribió un tuit en el que lamentaba la pérdida de "un ministro de finanzas brillante y un hombre maravilloso.” "Con Luis (Videgaray), México y Estados Unidos hubieran hecho tratos maravillosos juntos”, añadió.

Trump actúa en el entorno político como en los negocios: Utiliza la agresividad, la arrogancia y la grosería para amedrentar y endurece su postura cuando ve debilidades en la contraparte, sostiene Basáñez.

Y advierte: "Que Trump piense que el nombramiento del nuevo canciller es un éxito de sus acciones, no conviene para la mejor estrategia de defensa de México… No me parece conveniente mantener una posición de colaboracionismo, de entreguismo.”

Fuente: Proceso