domingo, 18 de octubre de 2015

Estafa Volkswagen: naturaleza del capitalismo

18 octubre 2015  | Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidarias | Contralínea
Timar es hurtar con mentira, engañar con promesas, que no se cumplen ni cumplirán, en beneficio del timador. La empresa Volkswagen tima desde hace años a quienes han comprado algunos de sus modelos. Manipuló millones de vehículos para ocultar que emitían más gases contaminantes de los que permite la ley, instalando en los motores un programa informático que falsea los resultados de las pruebas oficiales que miden esos gases.

Desde mayo de 2014, la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos (EPA, por su sigla en inglés) investigaba las emisiones de gases de automóviles Volkswagen en California. La investigación demostró que algunos vehículos de esa marca emiten más dióxido de nitrógeno que el permitido, y la EPA acusó a la firma alemana de falsear las emisiones de casi medio millón de vehículos en Estados Unidos. Sorprendida en fraude, Volkswagen admitió la manipulación de vehículos diésel y reconoció que el fraude no sólo afectaba a vehículos estadunidenses, sino a 11 millones de automóviles en todo el mundo.

Un ministro sinvergüenza (no diré de qué país) ha osado decir que el caso Volkswagen es algo aislado… Pero justamente es todo lo contrario. Es sistemático y sintomático. Un timo de grandes proporciones, con premeditación y alevosía, además de grave delito contra la salud pública.


El caso Volkswagen certifica que no hay capitalistas buenos y capitalistas malos. No es el problema de una minoría codiciosa que estafa y delinque. Esas actuaciones son parte esencial del sistema. No hay capitalismo bueno y capitalismo malo. Ya lo advirtió David Harvey: “Quizás el capital funcione indefinidamente, pero provocará la degradación progresiva del planeta y el sufrimiento de la gente”. Más contundente y gráfico es Manuel Freytas cuando escribe que “el capitalismo no es otra cosa que una empresa de ladrones con un ‘sistema’ económico, político y social en el mundo para legitimar con leyes el robo masivo y planetario del trabajo social y de los recursos naturales”.

El timo de Volkswagen abona esas afirmaciones. Ante situaciones así, la cuestión es sencilla: priman los derechos humanos de la gente, incluido el derecho a la salud y al medio ambiente limpio, o los beneficios de unos pocos. Una cosa u otra. Ambas no son posibles.

Recordemos la historia reciente para comprender qué pasa. La principal razón del progresivo ‘endurecimiento’ del capitalismo y el porqué del auge del llamado neoliberalismo, el capitalismo más cuatrero, es la reducción de beneficios en la inversión productiva. A finales de la década de 1960, tras el crecimiento económico y la prosperidad que se dispararon después de la Segunda Guerra Mundial, los beneficios de los capitalistas empezaron a bajar. Ahí comenzó todo.

Esa reducción de ganancias en la inversión productiva en los países desarrollados llevó a una financiarización de la economía a partir de la década de 1970. Todo lo que hay u ocurre sobre la Tierra puede convertirse en activo financiero y, por tanto, ser vendido y comprado en los mercados financieros como producto financiero. Sin relación directa con la incertidumbre de la inversión productiva.

Además de esa financiarización galopante, como recuerda Harold Meyerson, “cuando se frenó el aumento de beneficios en la década de 1970, los ricos cambiaron los códigos fiscales, las reglas financieras y la negociación colectiva de los trabajadores para apropiarse de una porción sin precedentes de renta nacional”. Pero no bastó. La corrupción, el fraude y la evasión fiscal se convirtieron en medios sistemáticos para conseguir esos beneficios que la inversión productiva ya no proporcionaba porque había llegado la sobreproducción para quedarse.

Por todo eso, acabar con la nefasta financiarización de la economía, el fraude y la corrupción institucionalizados no es cuestión de mayores controles a la banca, entidades financieras y grandes empresas. No basta. Es el propio sistema el que está podrido, porque lleva en su ADN la trampa y finalmente la devastación. Ocurre como en la fábula donde un escorpión pide a una rana que lo lleve en su lomo a la otra orilla de un río caudaloso; en medio de la travesía el alacrán pica al batracio y ambos se ahogan. Cuando la rana pregunta, mientras se hunden, por qué la ha picado, si él también morirá, el escorpión responde: “Es mi naturaleza”.

Todo el capitalismo es depredador y peligroso. La única manera de evitar el desastre hacia el que vamos es eliminar el capitalismo, es decir, suprimir la propiedad privada de medios de producción, servicios y entidades financieras. Que no será fácil ni rápido, desde luego.


Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidaria

*Periodista y escritor

[BLOQUE: OPINIÓN] [SECCIÓN: ARTÍCULO]