León Bendesky - Opinión
Una de las cuestiones
que se señalan ahora de manera destacada acerca del funcionamiento de la
economía mexicana tiene que ver con el favorable comportamiento de la
inflación.
El banco central dice al respecto que: “Durante el primer semestre de
2015 México registró inflaciones anuales en el rango de un mínimo de
2.87 a un máximo de 3.14 por ciento. Al cierre de dicho semestre la
inflación general anual fue de 2.87 por ciento, en tanto la inflación
subyacente –que excluye los precios
agropecuarios y aquellos precios administrados por el gobierno– fue de 2.33 por ciento anual. Es la primera vez, desde 1969, cuando se empezó a elaborar y utilizar el Índice Nacional de Precios al Consumidor como medida de la inflación, que nuestro país, durante un periodo tan prolongado, tiene inflaciones tan bajas de forma consistente”.
La interpretación oficial de este fenómeno de baja inflación en el primer semestre del año se aprovecha para considerar un periodo más largo de abatimiento progresivo del ritmo de crecimiento de los precios. Esta se centra en lo que considera como el significativo cambio estructural de la política monetaria que representó la autonomía del Banco de México en 1994. Tal autonomía significa en esencia que el gobierno no puede obligar al banco central a prestarle dinero.
El análisis del banco abunda apuntando que no se desdeñan
Es debatible el hecho de que la debilidad que prevalece en la actividad económica sea un tema relativo y coyuntural. El propio banco central ha hecho hincapié en otras de sus interpretaciones recientes sobre la inflación en que hay una amplia
El asunto no parece ser tampoco solo de índole coyuntural y enfocada en los primeros seis meses de este año, sino que es un asunto de tipo estructural. No se trata de un periodo específico en el que convergen factores que inciden en la expansión o el estancamiento de la economía sino, más bien, de un proceso de crecimiento insuficiente y con signos más profundos y que se extiende ya por tres decenios.
En efecto, la autonomía del banco central cambió formalmente su relación con el gobierno, aunque esto no agota la discusión acerca de su papel como rector de la política monetaria. La ley impone al Banco de México una atención exclusiva en el mantenimiento del valor de la moneda.
agropecuarios y aquellos precios administrados por el gobierno– fue de 2.33 por ciento anual. Es la primera vez, desde 1969, cuando se empezó a elaborar y utilizar el Índice Nacional de Precios al Consumidor como medida de la inflación, que nuestro país, durante un periodo tan prolongado, tiene inflaciones tan bajas de forma consistente”.
La interpretación oficial de este fenómeno de baja inflación en el primer semestre del año se aprovecha para considerar un periodo más largo de abatimiento progresivo del ritmo de crecimiento de los precios. Esta se centra en lo que considera como el significativo cambio estructural de la política monetaria que representó la autonomía del Banco de México en 1994. Tal autonomía significa en esencia que el gobierno no puede obligar al banco central a prestarle dinero.
El análisis del banco abunda apuntando que no se desdeñan
algunos factores de carácter coyuntural, como la relativa debilidad que aún prevalece en la actividad económica, o factores no recurrentes, como el efecto benéfico que las reformas estructurales en materia de telecomunicaciones y de energía han tenido sobre los precios en los primeros meses de 2015.
Es debatible el hecho de que la debilidad que prevalece en la actividad económica sea un tema relativo y coyuntural. El propio banco central ha hecho hincapié en otras de sus interpretaciones recientes sobre la inflación en que hay una amplia
holguraen ese terreno. Esto significa en castizo que la economía crece por debajo de su potencial, o sea, que los recursos disponibles –humanos, materiales y financieros– están subutilizados.
El asunto no parece ser tampoco solo de índole coyuntural y enfocada en los primeros seis meses de este año, sino que es un asunto de tipo estructural. No se trata de un periodo específico en el que convergen factores que inciden en la expansión o el estancamiento de la economía sino, más bien, de un proceso de crecimiento insuficiente y con signos más profundos y que se extiende ya por tres decenios.
En efecto, la autonomía del banco central cambió formalmente su relación con el gobierno, aunque esto no agota la discusión acerca de su papel como rector de la política monetaria. La ley impone al Banco de México una atención exclusiva en el mantenimiento del valor de la moneda.
La inflación acumulada en México desde diciembre de 1995 a
julio de 2015 es de 287 por ciento, con un promedio mensual de 0.58 por
ciento y se ha ido reduciendo, desde 2000 suma 80 por ciento (0.34
mensual), desde 2008 creció 26 por ciento ( 0.29 mensual) y así hasta
las reducidas medidas actuales.
Estos datos deben ponerse en distintas perspectivas. Una tiene que
ver con el funcionamiento autónomo del banco central. Otra se asocia con
el lento crecimiento promedio anual de la producción registrado en el
largo plazo. Otra más con el impacto de la crisis financiera de 2008 y
las abultadas corrientes de inversiones que llegaron al país y se
invirtieron en la deuda pública, recursos que han repercutido en la
gestión monetaria y permitieron mantener bajas las tasas de interés y
relativamente estable el tipo de cambio, con las consecuencias que esto
tiene para que la inflación se haya contenido hasta hacerse ahora
notablemente baja. Esta situación, empero, está ya a punto de cambiar.
Un elemento adicional aunque con un impacto decisivo en el
comportamiento de los precios este año es la reforma fiscal y el aumento
de los impuestos que llevaron a una reducción notable del gasto de
consumo e inversión.
El tema de los precios y, también, el de la gestión monetaria del
banco central tiene que ver con la naturaleza del dinero. Las relaciones
dinerarias son cruciales en la economía capitalista, incluyendo el
salario, el crédito y los mercados de capitales.
Aquí sólo señalo una cuestión que es clave y se trata de su capacidad
del dinero de mantenerse como reserva de valor en plazos largos que
hagan posible mantener elevados ritmos de ahorro, inversión, creación de
riqueza social y patrimonio de las familias. En este terreno la gestión
monetaria del banco central autónomo no parece haber conseguido un
cambio de tipo estructural favorable para el crecimiento.
Los bancos centrales tienen un poder enorme en la economía y este
tiene que ver, precisamente, con el valor del dinero. Como medio de
pago, lo que involucra la eficacia de todo un sistema para hacer
transacciones y saldar cuentas. Como reserva de valor para preservar la
capacidad de compra y el valor de los activos de las familias de todos
los niveles de ingreso.
Cuando hay estabilidad de los precios esta función pasa hasta cierto
punto inadvertida, aunque no debe perderse de vista que cuando menos se
ha perdido 3 por ciento del ingreso cada año y de manera acumulativa y
en algunos periodos mucho más. Ante cualquier desajuste mayor, el
balance de las cuentas de las familias se va a deteriorar de manera
significativa y muy desigual.