La Jornada - Editorial
El primer ministro
griego Alexis Tsipras sostuvo ayer una reunión de emergencia con los
gobernantes de los otros 18 países que conforman la zona euro. Fue el
primer encuentro de los mandatarios tras el referendo en el que los
votantes de Grecia rechazaron de manera contundente las duras
condiciones para un nuevo plan de rescate impuestas por la troika,
como se conoce a la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y
el Fondo Monetario Internacional (FMI). Grecia tiene hasta el jueves
para presentar una propuesta de reformas a sus acreedores, con base en
la cual el domingo los líderes de los 28 países de la Unión Europea
discutirán una resolución, que se espera sea definitiva, a la crisis del
bloque comunitario.
Lo que todos los actores reflejan, al menos en sus declaraciones, es
el entendimiento de que están trabajando contra reloj para evitar una
situación catastrófica para todas las partes. Sin embargo, el chantaje y
las amenazas han sido la constante en el trato que algunos gobernantes
europeos y directivos de organismos multilaterales dan al gobierno de
Syriza, incluso antes de que este partido de izquierda ganara las
elecciones presidenciales del 25 de enero. Estas expresiones forman
parte de un inaceptable juego de señales que desde hace meses mantiene
en jaque a Grecia y al resto del mundo, causando una asfixiante
inestabilidad en los mercados financieros, cambiarios y de materias
primas. Para México, por no ir más lejos, las consecuencias son más que
preocupantes: en lo que los analistas consideran un efecto del impasse
entre Grecia y sus acreedores, en días recientes nuestra moneda
nacional ha acentuado su depreciación frente al dólar y, para colmo, las
cotizaciones internacionales del crudo experimentan una caída
pronunciada que se atribuye también a la situación en Europa. He ahí dos
ejemplos de la suerte de daños colaterales que está produciendo el
golpeteo político de Bruselas y Berlín en contra de Atenas.
El empecinamiento de varios actores en mostrar fuerza ante el
gobierno griego ha provocado reacciones peores de lo esperadas en las
bolsas de valores del mundo, y de prolongarse puede llevar a un crack
bursátil de dimensiones que nadie es capaz de prever. Por ello, es
urgente el reconocimiento pleno de que esta crisis dejó de ser un
problema griego y ya un desafío global que genera una enorme
inestabilidad e incuantificables costos humanitarios. Por añadidura,
como debieran saberlo el gobierno alemán y las instituciones europeas,
las presiones contra Grecia están condenadas al fracaso por una razón
simple y contundente, ya admitida por el FMI: la deuda de ese país
mediterráneo es, en sus términos actuales, impagable y, por ende,
incobrable.