MÉXICO, D.F. (Proceso).- Hay que canalizar de la manera
más efectiva la justa rabia y repudio al sistema corrupto y asesino que
hoy se presenta como “gobierno” en México. En los albores de la
Revolución Industrial, los artesanos ingleses desataron su furia en
contra de las nuevas máquinas fabricantes de telas que estaban
eliminando sus fuentes de trabajo. En su desesperación, los dignos
“luditas” confundían las herramientas de la explotación con los
autores de la dominación. No eran las máquinas sino sus dueños los verdaderos adversarios. Esta confusión fue uno de los motivos por los cuales se quedó corto el desarrollo político de Inglaterra en comparación con los vecinos revolucionarios de Francia.
autores de la dominación. No eran las máquinas sino sus dueños los verdaderos adversarios. Esta confusión fue uno de los motivos por los cuales se quedó corto el desarrollo político de Inglaterra en comparación con los vecinos revolucionarios de Francia.
Hoy ocurre algo similar con
respecto a las elecciones y los partidos políticos en México. El enorme
hartazgo con la clase política y los constantes fraudes electorales han
llevado a muchos a abogar por un “boicot” electoral, así como a demandar
la cancelación de las elecciones en Guerrero. Si bien se entiende y se
comparte la enorme indignación que motiva estos posicionamientos,
también se vale cuestionar respetuosamente la utilidad de las
estrategias que proponen.
Lo que nos tiene sumidos en la más absoluta ignominia no
son las elecciones o los partidos en sí mismos, sino el fraude y la
corrupción política. No fue el voto lo que llevó Enrique Peña Nieto,
Ángel Aguirre y José Luis Abarca a sus puestos, sino la dictadura
mediática, la compra de voluntades y la parcialidad de las instituciones
electorales. Y hoy no somos gobernados por partidos políticos, sino por
una clase política absolutamente podrida que ha logrado corroer y
destruir por dentro a cada uno de los institutos políticos que hoy
malgobiernan el país.
Si los ciudadanos críticos dejan de votar u obstaculizan
la celebración de las elecciones, hacen el trabajo aún más fácil a los
corruptos. Las televisoras, el Instituto Nacional Electoral (INE) y el
Pacto por México avanzarán juntos con toda tranquilidad en la
consolidación de la dictadura mediático-militar bajo el mando de
Washington y los mercados financieros internacionales.
La evidencia más clara de que la esfera electoral todavía
implica una amenaza para el sistema es la enorme cantidad de dinero que
se invierte en propaganda engañosa, en “chayotes” mediáticos, en el
acarreo de votantes y en la alquimia electoral. Si las elecciones fueran
exclusivamente una ceremonia de legitimación no sería necesario gastar
tanto en las campañas o llenar al INE con tantos soldados leales al
sistema. Al contrario, el sistema podría darse el lujo de garantizar un
“juego limpio” y equitativo entre los diferentes candidatos, además de
fomentar los debates públicos y una plena libertad de expresión.
Si la esfera electoral estuviera totalmente controlada por
el sistema no hubiera sido necesario, por ejemplo, despedir a Carmen
Aristegui de MVS Noticias 15 días antes del inicio de las campañas
federales. Tampoco haría falta la abusiva, engañosa e ilegal campaña del
Partido “Verde”.
Votar libremente por los pocos candidatos que valen la
pena no es entonces “legitimar el sistema”; es precisamente rebelarse en
contra del mismo. Votar de manera informada tampoco es “extender un
cheque en blanco”, como señala nuestro distinguido colega de Proceso
Javier Sicilia, sino solamente no dejar un estratégico campo de batalla
totalmente libre al adversario. No deberíamos hacer tan fácil a los
corruptos su trabajo de robarnos la esperanza y cancelar nuestros
derechos ciudadanos. El gran dirigente popular Rubén Jaramillo tenía
esta lección sumamente clara cuando compitió por la gubernatura de
Morelos dos veces, en 1946 y 1952, aún en un contexto del más profundo
autoritarismo de Estado.
Ahora bien, resulta evidente que el ejercicio del voto no
podrá por sí solo salvarnos del naufragio nacional. El poder del Estado
nunca fue lo que algunos imaginaban que era, y hoy, después de tres
décadas de entreguistas políticas neoliberales, se encuentra más
debilitado y vulnerable que nunca. Para que el relevo en los cargos
públicos pueda tener un verdadero impacto, hace falta construir
simultáneamente una alternativa social independiente que de una vez por
todas obligue a las autoridades a rendir cuentas y a responder a las
demandas ciudadanas.
Los importantes esfuerzos de construcción de poder popular
al nivel municipal en Guerrero, Chiapas, Michoacán y Oaxaca deben ser
el modelo para los niveles estatales y federales. Los policías deberían
ser “comunitarios” tanto en los municipios como en todos los niveles de
gobierno y en el país entero. Y el modelo de “Concejos Populares” que se
aplica en pueblos indígenas tendría que extenderse a toda la nación.
Luchemos para que todo México sea territorio autónomo y rebelde, no
solamente algunas localidades.
Y en el camino para lograr esta necesaria transformación
del poder público es crucial saber reconocer y valorar a los amigos y
aliados. Específicamente, en cada elección tenemos la obligación de
preguntarnos cuál de los candidatos estará más dispuesto a escuchar las
demandas ciudadanas o, en su caso, simplemente será utilizado para
reprimir a los inconformes.
Para esta evaluación habría que considerar tanto el
talante autoritario y las trayectorias de cada candidato como los
compromisos políticos que pesarán a la hora de tomar decisiones clave.
En consecuencia, la gran pregunta no es cuál de los candidatos resulta
“mejor” o “menos peor”. Es: ¿Cuál encabezará un gobierno menos agresivo
para el florecimiento y el empoderamiento de la sociedad combativa y
exigente que necesitamos para poder solucionar juntos los grandes
problemas nacionales.