
Al responder los cuestionamientos de los diputados durante su comparecencia frente a la Comisión Especial para revisar el proceso de licitación del tren México-Querétaro, el titular de la SCT no tuvo ningún empacho en prohibir la participación de las empresas del cuestionado Grupo Higa en los procesos de licitación de obra pública, porque no le “…queda duda de que está imposibilitada desde el punto de vista de opinión pública, de debate político y, simple y sencillamente, de debate público; no queda duda de que la empresa no volverá a participar en este tipo de licitaciones”.
El funcionario enfatizó que ninguna de las tres empresas mexicanas
participarán en la nueva licitación: Constructora Teya, parte del Grupo
Higa, propiedad de Juan Armando Hinojosa Cantú, amigo del presidente
Enrique Peña Nieto y propietario de la Casa Blanca en Las Lomas, que le
vendió en un contrato muy favorable a la esposa de éste, Angélica
Rivera, y dueña originaria de la casa en un campo de Golf en Malinalco
que le vendió a Luis Videgaray; Edificadora GIA+A, de Hipólito Gerard,
cuñado del expresidente Carlos Salinas de Gortari y del director del
IMSS José Antonio González; y Prodemex, del empresario Olegario Vázquez
Raña.
Ruiz Esparza no explicó por qué la firma China Railway Construction
Corporation, que encabezaba al único consorcio que presentó las ofertas
técnicas y económicas para la construcción y operación del citado tren,
es totalmente ajena al debate público y, por lo tanto, no tiene ningún
problema para intervenir en la nueva licitación.
Al explicar por qué se decidió no firmar el contrato con el ganador,
el funcionario expuso que “…días antes del fallo se generó un ambiente
poco favorable, se cuestionó que sólo hubiera un participante, que había
un sobreprecio, y también se hicieron señalamientos de que en el
consorcio estaba gente vinculada a servidores públicos. Las dudas
crecieron y tomaron tintes políticos, se cuestionó la legalidad de las
empresas y se mostraron suspicacias, y se insinuó que hubo información
privilegiada hacia la empresa ganadora y que por eso declinaron las
demás participantes. También se hizo mención de la vinculación con un
expresidente de México por su parentesco con un miembro del consorcio”.
Pero nunca argumentó por qué los impactos de la opinión pública
adversa y el “ambiente poco favorable” únicamente afectaron a las
empresas mexicanas y no a la china. Y mucho menos refirió por qué los
daños sólo alcanzaban a las empresas privadas y sus accionistas sin
causar ningún efecto negativo en los funcionarios públicos y sus
familias.
Por lo que se refiere a las empresas particulares, bastan los efectos
de una opinión pública adversa para excluirlas, sin ninguna
justificación legal, de futuras licitaciones; y en cuanto a los
servidores públicos, el señalamiento de expertos en la materia de que
violaron diversas disposiciones legales no les afecta en lo más mínimo y
siguen aferrados a sus puestos y al jugoso presupuesto que reparten a
través de licitaciones altamente cuestionadas.
La opinión pública adversa se generó porque ni él ni el presidente
Enrique Peña Nieto escucharon los reiterados cuestionamientos que se
hicieron a una mal diseñada licitación. La preconvocatoria se dio a
conocer el domingo 27 de julio; las bases se publicaron el 15 de agosto,
y en las mismas se estableció un plazo hasta el 15 de octubre (62 días
naturales) para presentar las propuestas técnicas y económicas.
El 1 de septiembre, durante la primera junta de aclaraciones, la
francesa Alstom pidió una ampliación del plazo para presentar las
propuestas; la alemana Siemens destacó el riesgo de que en caso de que
no fuera atendida dicha demanda se eliminara la competencia; en total
fueron 13 firmas las que solicitaron la ampliación, que iba hasta los
ocho meses, es decir, cuatro veces más que el plazo establecido.
El otro aspecto que cuestionaron Siemens y Nacele (mexicana) fue la
exigencia de formar consorcios bajo la modalidad de responsabilidad
solidaria, lo cual implicaba que compartieran los riesgos y
responsabilidades de todo el proyecto.
La SCT fue inflexible. El resultado, que recibieron 16 cartas de
disculpa y el 15 de octubre se presentó únicamente un consorcio, que
precisamente incluía a las empresas mexicanas ya mencionadas. Ante los
hechos, el 21 de octubre, el Grupo Parlamentario del PAN en el Senado
presentó un punto de acuerdo para exhortar a la SCT a suspender el
proceso de licitación.
Pero Ruiz Esparza no escuchaba razones, y en una entrevista con
Carmen Aristegui, en la primera emisión del Noticiero de MVS el 27 de
octubre, fue contundente: “…tenemos prisa (…) no vamos a dar ampliación
de plazos (…) Yo no me voy a detener; si tengo una oferta o dos ofertas,
las voy a tomar si son buenas”.
Y así procedió. El 3 de noviembre dieron a conocer el resultado de la
licitación y éste fue favorable al único consorcio que se presentó.
Pero tres días después la SCT tuvo que emitir un comunicado en el que
indicaba: “Con la finalidad de dar un tiempo más amplio y propiciar la
posible participación de un mayor número de fabricantes de trenes, así
como de fortalecer la absoluta claridad, legitimidad y transparencia, el
Ejecutivo federal determinó que se convoque a un nuevo proceso de
licitación”.
Los hechos y la secuencia no dejan lugar a dudas: Desde la SCT (por
incapacidad, negligencia, corrupción o complicidad; motu proprio o por
instrucciones del presidente) se equivocaron en la convocatoria,
propiciaron la conformación de una opinión pública desfavorable y, por
ende, sobrevino el fracaso de la licitación; pero, aunque seguramente no
participaron inocente e ingenuamente, los únicos que pagarán las
consecuencias (sin importar que esto sea contrario a la legislación
vigente, según señaló el mismo secretario) serán las empresas mexicanas.
La comparecencia de Ruiz Esparza, ante una Comisión Especial de la
Cámara de Diputados, retrata fielmente la realidad mexicana: decisiones
arbitrarias y discrecionales y total desprecio del estado de derecho;
desde luego, con la participación y complacencia de los primeros
obligados a cumplirlo: las autoridades.