La Jornada - Editorial
El Senado designó ayer a
Luis Raúl González Pérez nuevo presidente de la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos (CNDH) y puso fin de esta manera, con un periodo de
varias semanas de incertidumbre, al proceso sucesorio en ese organismo
público.
El funcionario, quien hasta ayer se desempeñaba como abogado general
de la Universidad Nacional Autónoma de México, llega al cargo en
sustitución de Raúl González Plascencia, con amplio respaldo legislativo
–97 de los 107 votos de los legisladores presentes–, lo que hace
suponer que, por lo menos en esta ocasión, el nombramiento del ombudsman nacional se superpuso al tradicional jaloneo partidista que suele acompañar los procesos de elección de este tipo de puestos.
El saldo de ese desempeño es un deterioro institucional que resulta
socialmente devastador, en la medida en que el organismo ha declinado
sus funciones de actuar como contrapeso del poder público y con
independencia y autonomía frente a éste. En los hechos, la CNDH ha
terminado por plegarse a los designios de las autoridades y se ha
convertido en distractor y encubridor de graves episodios de abuso y
atropello, como ocurrió con los asesinatos de civiles en Tlatlaya por
parte de militares, hecho frente al cual la comisión, a través de su
titular, suscribió inicialmente la versión oficial de que las víctimas
habían muerto en el contexto de un enfrentamiento con el Ejército,
cuando ha quedado documentado que los decesos fueron resultado de
ejecuciones extrajudiciales.
La complicidad con el poder ha abierto márgenes de impunidad
que permiten la reproducción de escenarios de atropello y abuso,
poniendo a los derechos humanos en el país en una de las circunstancias
más críticas de la historia.
El arribo de González Pérez a la titularidad de la CNDH abre una
ventana de oportunidad para dar a ese organismo el matiz de
independencia, sensibilidad social y compromiso con las garantías que no
ha tenido en los últimos años. Para ello es imprescindible que el nuevo
ombudsman limpie a la institución de los vicios que la
aquejan, elimine las inercias nefastas que se han acumulado en el último
lustro y supere la supeditación y sumisión con que se desempeñó su
antecesor.
Cabe esperar, por el bien de la ciudadanía en general, que Luis Raúl González Pérez tenga suerte en esas tareas.