miércoles, 13 de agosto de 2014

Lo que el “fracking” está dejando en Texas

México está a punto de experimentar el fracking –que consiste en resquebrajar el subsuelo para extraerle hidrocarburos–, y basta con que voltee a la frontera norte para que se dé una idea de lo que puede esperar: al emplear esta práctica, diversos condados texanos han recibido más dinero, pero a costa de acoger multinacionales al por mayor, trastornar la vida de las comunidades, saturar los servicios urbanos, sufrir un crecimiento incontrolado y observar cómo aumentan las enfermedades entre sus pobladores…
10 agosto 2014 | Luis Chaparro | Proceso
CARRIZO SPRINGS/ALPINE, TEXAS.- En el verano de 2011 un grupo de hombres vestidos con overol café comenzaron a explorar las tierras que van desde la Reserva Nacional de Big Bend –casa de unos 150 pumas en peligro de extinción– hasta el pintoresco poblado de Alpine, Texas.

Recorrieron cientos de kilómetros de tierra rojiza, desértica, levantaron muestras e hicieron perforaciones en algunos puntos. Luego agarraron su equipo y, así como llegaron, con el ruido de los motores haciendo eco en las pequeñas casas de madera de Alpine, partieron rumbo a la carretera 90 de Texas. No se les volvió a ver.

Tres años después, los residentes se enteraron de que aquellos hombres habían encontrado unos 10 mil puntos bajo tierra ricos en petróleo –una mina de oro para las compañías que practican la fracturación hidráulica o fracking, método que permite obtener hidrocarburos resquebrajando el subsuelo.

Desde entonces, Lori Glover, una mujer de aproximadamente 40 años, comenzó una campaña de información y prevención contra esa técnica: difunde los riesgos de cambiar el ritmo rural de Alpine por el de una ciudad petrolera y, lo más importante, de contaminar los mantos acuíferos y el medio ambiente.

“Hasta ahora no hay perforaciones, pero las compañías petroleras, igual que nosotros, ya saben que en la zona se asienta 70% de todo el gas shale de Estados Unidos. Es cuestión de tiempo para que vengan a perforar”, dice Lori desde uno de los tranquilos parques públicos en Alpine.

Esa localidad, ubicada al sur de Texas, acomoda a ancianos retirados, universitarios, profesores y ganaderos. Hay un solo restaurante abierto las 24 horas. Los poco más de 5 mil residentes suelen irse a dormir antes de las 10 de la noche, rodeados por la reserva natural más grande de Texas, el Big Bend National Park.

Los jóvenes que asisten a la Universidad Estatal de Alpine se reúnen en sus jardines a platicar, a jugar a la pelota. Las familias se van de excursión a la reserva para admirar el río y la poca fauna que queda. De noche el pueblo no existe: los negocios apagan sus luces y las multinacionales como McDonald’s, Starbucks o Walmart cierran sus puertas.

Pero de acuerdo con el reporte Fracking by the Numbers, de la organización ambientalista Environment America, Alpine podría cambiar: es la casa de una gigantesca zona rica en petróleo y gas shale.

El informe –dirigido por Margie Alt, una activista que logró establecer la primera ley federal de reducción de usos tóxicos en Estados Unidos, en 1989– explica que en Alpine se han encontrado aproximadamente “10 mil 600 puntos con petróleo” bajo la tierra. Además, en el área de Marfa, a unos 30 kilómetros al oeste de Alpine, se concentra la mayor parte del gas shale. Paralelamente, en Presidio, a 140 kilómetros al sur de Alpine y fronterizo con Ojinaga, Chihuahua, se presume que existen reservas por 18 trillones de metros cúbicos del mismo gas.

Apenas la semana pasada, Lori reunió a los residentes de Marfa y Alpine para informarles de los hallazgos y lo que éstos podrían significar para ambos poblados.

“Les mostré algunos documentales para decirles que, desde hace años, la industria del petróleo puso la mirada en nuestra área; ha escarbado y sabe qué hay debajo de nuestra tierra”, explica.

Los residentes reaccionaron sorprendidos, la mayor parte de ellos dispuestos a firmar una petición para evitar que estas compañías se establezcan en la zona.

Sin embargo, no todos están convencidos de que el petróleo sea una amenaza. Desde el referido comedor que opera las 24 horas, Howdy Fowler sostiene que ésta puede ser la oportunidad que Alpine ha esperado desde que la ganadería dejó de ser redituable.

“Los rancheros tuvieron que vender todo su ganado por la sequía y por la economía y se quedaron sin nada. Ahora es una oportunidad para hacer dinero”, dice Howdy, un cowboy de unos 60 años.

El hombre sabe de los mantos acuíferos alrededor de la reserva federal de Big Bend. Él mismo opera uno de los pozos más importantes de la zona. Los rancheros, abunda, han vendido agua a las compañías petroleras asentadas en distintas zonas de Texas e incluso a subsidiarias de Pemex, del lado mexicano de la frontera. “La gente tiene pozos acuíferos comprados por ellos mismos y tienen su derecho si quieren vender agua a Pemex o a quien quieran”, afirma.

El ranchero asegura que “los cambios en el pueblo son inevitables, pero el negocio del petróleo no va a destruir el medio ambiente, eso arruinaría sus propios negocios”.

El futuro los alcanzó

A unos 500 kilómetros al este se puede divisar lo que podría ser el futuro de los pocos lugares donde el fracking no se ha asentado: Carrizo Springs.

En ese pueblo texano la mayoría de los residentes compró o heredó terrenos aptos para criar vacas de engorda, y la minoría descubrió que el negocio del aceite de oliva tenía futuro. Pero cuando la industria del petróleo anunció que, varios metros bajo del ganado y los olivos, se asentaba una gigantesca reserva de petróleo y gas shale, los habitantes decidieron cambiar la vocación de Carrizo Springs. Ahora es territorio del fracking.

Desde la entrada por la carretera 90 –un camino de dos carriles maltratado por el tráfico de los camiones de transporte pesado y la maquinaria– el olor a gas impregna la ropa, el cabello, flota a kilómetros de distancia. Si se llega de noche, la carretera se convierte en una fila de pequeñas torres incendiadas por la punta que señalan los ranchos de excavación y fractura.

Cada propiedad es resguardada por hombres jóvenes de todas partes de México y Estados Unidos, a quienes se les da una casa móvil para que ni por un segundo quiten su atención de las ahora millonarias propiedades.

La maquinaria se enciende cuando el sol apenas empieza a salir, a las cinco de la mañana en punto. Los camiones de transporte rugen, suenan sus bocinas porque no caben por las angostas calles de Carrizo: el negocio arranca.

El alcalde de Carrizo Springs, Adrian Deleon, un latino de alrededor de 40 años, reconoce que el crecimiento del negocio rebasó el desarrollo urbano de la ciudad.

“Desde 2011 hemos crecido mucho en materia económica y carecemos de un control de tránsito. Lamentablemente no tenemos hasta ahora caminos para este flujo vehicular”, dice Deleon a Proceso.

Pero las calles y carreteras son la menor de las preocupaciones para la administración de Deleon, a pesar de que hay un accidente automovilístico diario, al menos.

“Tenemos un problema de contaminación en el agua: básicamente el agua es toda química. Tenemos gente enferma que está recibiendo diálisis y no hay que ser un genio para darse cuenta que, hace tres años, antes de que se asentara aquí el negocio, eran muy pocos los enfermos. Definitivamente ha crecido la situación”, acepta cabizbajo.

Aunado a esto, el pueblo de aproximadamente 5 mil residentes –es decir, sin contar a los miles de trabajadores temporales que operan las empresas petroleras– ha resentido más de un terremoto por año desde el comienzo del fracking. “Sí, tenemos pequeños temblores, que también empezaron desde entonces. Aún estamos aprendiendo de todo esto”, relata Deleon.

Y hay mucha gente aprendiendo. En tres años se han asentado más de 50 consorcios dedicados a la exploración, extracción y fracturación. Esta cifra no incluye las compañías de transporte de material y maquinaria, excavadoras de pozos de agua, compañías de seguridad privada ni los parques de casas móviles que hospedan a unos 3 mil empleados.

“Desde luego que esto deja una derrama económica importante. Los hoteles tienen 80% de ocupación permanente, trabajadores viviendo ahí. Eso, por otra parte, nos complicó el censo, no sabemos ya quiénes son residentes y quiénes no”, continúa.

Los residentes de Carrizo, empleados de gasolineras, tiendas de conveniencia o restaurantes, parecen estar en paz con el crecimiento y el rumbo de la ciudad, tal como cuenta una joven cajera de una estación de gasolina local: “A mí no me afecta ni me molesta. Creo que está bien que la ciudad haya crecido. Es obvio que ha cambiado muchísimo, pero a mí me parece normal”.

Ahora bien, quienes fueron “básicamente corridos” de Carrizo, como lo define Deleon, opinan diferente. “En Carrizo teníamos una vida tranquila, como cualquier pueblo en Texas, y como no nos quisimos dedicar al negocio del petróleo ni teníamos tierras, nos fuimos de ahí, es horrible ahora”, dice una anciana que, junto con su esposo, se mudó el año pasado.

El mismo alcalde, quien además es propietario de uno de los restaurantes más concurridos del lugar, asegura que quien no está envuelto en el negocio del petróleo “será básicamente corrido porque no hay otra cosa aquí”.

Dinero contra salud

La fracturación hidráulica –un proceso que logra sacar los hidrocarburos profundos, ésos que hasta hace 10 años no podían alcanzarse con la perforación convencional– consiste en agrietar el terreno mediante agua a presión y una serie de químicos. El proceso ofrece a las compañías la posibilidad de perforar lo mismo en vertical que en horizontal.

Lo más importante, empero, es que el fracking ofrece una buena rentabilidad. De acuerdo con el Departamento de Energía de Estados Unidos, la Tasa de Retorno Energético (TRE, es decir, la cantidad de combustible que se gasta en comparación con el que obtiene) en la década de los setenta era la siguiente: la energía de un barril de petróleo permitía sacar 100 barriles de dicho producto. Pero conforme las reservas se fueron agotando y el acceso al petróleo de buena calidad se hizo más complicado, el TRE sufrió cambios: en 2013 dicha tasa era de apenas un barril gastado por cada 10 extraídos. El fracking revirtió esta tendencia, ya que utiliza agua y químicos baratos. Hoy, el TRE es de un barril por cada 30, en el peor de los casos.

Lo anterior ha permitido dar altos salarios. Por ejemplo, quienes menos perciben en todo el proceso del fracking son los “veladores” de los ranchos con hidrocarburos: ellos obtienen, al menos, 10 dólares por cada hora del día, los siete días de la semana, más el pago de su vivienda y manutención, según los reportes de distintas compañías en Texas. Una corporación como Exxon Mobil obtiene ganancias netas anuales de 32 mil 600 millones de dólares, según los registros públicos de la firma.

En Carrizo Springs, Texas, el negocio funcionó para los propietarios de ranchos con petróleo y gas shale en el subsuelo. Las leyes de Estados Unidos ofrecen desde hace décadas la posibilidad de comprar tanto el terreno como los minerales en el subsuelo o solamente la superficie del predio. Los rancheros que compraron la licencia por los minerales son quienes ahora obtienen los mayores ingresos por rentar sus terrenos a las compañías petroleras, como es el caso del exgobernador texano Dolph Briscoe, uno de los terratenientes más ricos de Estados Unidos.

Briscoe es propietario de los más de mil pozos en el gigantesco Briscoe Ranch, a las afueras de Carrizo Springs. La renta por un acre (4 mil metros cuadrados) de terreno con permiso de subsuelo es de 15 mil dólares mensuales. Briscoe posee 560 mil acres (más de 226 mil hectáreas).

A pesar de los hallazgos de activistas como Lori y Alt, quienes afirman que uno de cada 20 frackings son poco controlados y los químicos utilizados en el proceso se filtran a los mantos acuíferos, hay quien declara que no hay pruebas contundentes para determinar si este proceso daña la salud.

Madelon Finkel, del departamento de Salud Pública en Nueva York, apunta que los estudios han sido poco rigurosos y, por tanto, no hay conclusiones hasta ahora: “La gente llega y te dice que tiene una serie de síntomas que no se presentaban antes del fracking, pero sin un estudio completo se trata de puras conjeturas”.

Pero el Parlamento de Europa, en donde el fracking se ha practicado por más años que en Estados Unidos, emitió un informe en 2011 donde concluía que la fracturación hidráulica “produce una emisión de contaminantes a la atmósfera, contaminación de las aguas subterráneas debido a caudales de fluidos o gases provocados por escapes o vertidos, fugas de líquidos de fracturación y descargas no controladas de aguas residuales, así como la utilización de más de 600 productos químicos para liberar el gas natural”.

En Estados Unidos, por el contrario, un estudio de la Universidad de Austin, Texas, publicado en 2009, asentó que no se había confirmado ningún caso de contaminación de acuíferos. Sólo que a finales de 2012 ese reporte fue cuestionado debido a un supuesto conflicto de intereses: se reveló que el profesor a cargo del análisis trabajaba para una empresa de perforación cuando realizó y publicó el texto. Tras ello, el académico renunció a su cátedra en la universidad.

Fuente: Proceso