viernes, 4 de octubre de 2013

En La Pintada “está cabronsísimo”: rescatistas

Siguen bajo el lodazal unos 90 cadáveres en La Pintada
Lento avance en el rescate que realizan militares y topos
Habitantes de Guerrero apoyan a voluntarios con agua y alimentos
Héctor Briseño | Corresponsal | Periódico La Jornada | Viernes 4 de octubre de 2013, p. 11
Atoyac de Álvarez, Gro., 3 de octubre.- El deslave que sepultó a decenas de pobladores de La Pintada, en el municipio de Atoyac de Álvarez, en la Costa Grande, sigue imponente, casi intacto, un gigante de tierra roja que cubre decenas de casas y callejuelas de la comunidad cafetalera, donde reina la desolación, sólo interrumpida por el sonido del río que desciende con fuerza desde la parte alta de la sierra, casi en el corazón de Guerrero.

Por tierra o por aire, el alud domina desde cualquier lugar que se le mire, y por encima de él sobresalen la llanta de una camioneta, un vehículo arrasado, una estufa, el techo de una casa, un zapato de tacón, una cochera, rocas, arena y ramas.

“Está cabronsísimo”

Los 20 topos que desde el 22 de septiembre realizan labores de rescate parecen insuficientes para retirar el lodo “traicionero” que descendió con fuerza, como escupido por el cerro, el pasado 16 de septiembre, el cual no ha podido ser retirado, más que en unos cuantos sitios contados con los dedos de una mano. Los sobrevivientes calculan que aún hay unos 90 cadáveres bajo el lodo, pues era día de fiesta cuando quedaron sepultados.

A un costado del zocalito de La Pintada, en un quiosco que mantiene pintados los colores patrios, el jefe de grupo de Topos Azteca, veterano del sismo de 1985 en la ciudad de México, Héctor Méndez Rosales, describe con dos palabras la operación que han emprendido como voluntarios: “está cabronsísimo”.

Calculó que en los dos deslaves del Día de la Independencia, cuando la mayoría del pueblo estaba reunido para comer pozole, se sepultó la comunidad con cien mil metros cúbicos de fango en un área de 400 por 400 metros y unos seis de profundidad.

Los rescatistas han colocado tablas, puertas y piedras sobre el lodazal para no hundirse al caminar, porque “te absorbe, te metes hasta la cintura y no puedes salir”. Por eso se suspenden las excavaciones mientras llueve, que es todos los días, además de las noches, pues existe riesgo de otro deslave.

Con el paso de los días, el lodo se ha endurecido y es más difícil retirarlo. “El trabajo es artesanal”, detalla el jefe de los topos. Señala que aún hay poblados serranos incomunicados, como Nueva Delhi, Puerto Gallo, El Molote, Las Delicias, Arrayán, Toro Muerto, Piloncillo, El Tambor y El Iris, a cuyos habitantes llevan víveres y agua mediante helicópteros.

Méndez Rosales detalló que los topos, hombres y mujeres ataviados con trajes naranja, han ayudado a rescatar 10 cuerpos del alud. Explicó que “vienen las personas y nos dicen dónde piensan que sus familiares pudieron estar al momento del deslave. Haces tuyo su dolor”.

“Venimos a ayudar porque teníamos amigos aquí”

Un grupo de 10 soldados hace excavaciones en otro costado del pueblo, a unos 50 metros de la roca grabada con jeroglíficos que da nombre a la comunidad, fundada hace casi 50 años, en la que habitaban unas 600 personas al momento del deslave.

Un destacamento de casi 40 elementos del Ejército y 10 más de la Secretaría de Marina acompañan a los 16 habitantes de La Pintada que han decidido quedarse a buscar a familiares y formar guardias nocturnas, divididos en dos grupos, para evitar que saqueen las casas solitarias que sobrevivieron, pues el alud dividió el poblado en dos.

Todas las personas que llegan caminando a La Pintada deben anotarse en una lista, “por su seguridad, no vaya a ser que haya otro derrumbe y no sepamos cómo se llamaban”, explicó un oficial del Ejército.

La carretera que une La Pintada con El Paraíso, comunidad con la que ya se restableció la comunicación por carretera desde Atoyac, está invadida por derrumbes y deslaves.

Por el camino de aproximadamente 10 kilómetros de ascenso constante y uno que otro valle, caminan grupos de personas que van desde Atoyac y El Paraíso, con picos, palas y ollas con comida.

“Venimos a ayudar en lo que se pueda, venimos porque teníamos amigos”, expresan Francisco e Israel Bautista, voluntarios de la parroquia Santa María de Guadalupe, de El Paraíso, quienes ofrecen agua al reportero y al fotógrafo de La Jornada, mientras los conducen por un atajo en un cerro boscoso.

“Aquí es el camposanto. Ayer enterramos a una mamá y a sus dos hijas; antier, a una niña de tres años”, dice Francisco mientras señala un grupo de cruces en una vereda junto a la carretera. Agrega: “venimos todos los días, llevamos tortillas a los topos, vamos a ayudar en lo que sea, tenemos que ayudar”.

El muchacho camina sin detenerse hasta La Pintada para jalar carretillas con tierra y lo que pueda ofrecerse a militares y rescatistas vestidos de naranja.

Fuente: La Jornada