domingo, 11 de agosto de 2013

Una cadena de fallas liberó a Caro Quintero

El Estado mexicano volvió a fracasar: el fundador del Cártel de Guadalajara fue liberado. Como si no bastara ir perdiendo la guerra contra el narco en las ciudades y montes, también se pierde en los tribunales. La red de corrupción e ineptitud gubernamental que Rafael Caro Quintero ayudó a tejer desde hace tres décadas dio sus frutos, a él y al crimen. En todo ese tiempo, nadie supo cortar una cadena de sandeces judiciales, y hoy los resultados le estallan al país: Estados Unidos furioso, un capo más en las calles, otra crisis de credibilidad… Para enfrentar el problema, México sólo cuenta con las mismas herramientas que lo sumieron en esas honduras.
11 agosto 2013 | Jorge Carrasco Araizaga | Proceso
MÉXICO, DF (Apro).- Cuando Rafael Caro Quintero escuchó su sentencia a 40 años de prisión, era imposible prever que su alegada víctima, el agente de la Administración Federal Antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés) Enrique Camarena Salazar, terminaría siendo una atenuante para salir de forma anticipada de prisión.

 La madrugada del viernes 9 de agosto, a los 60 años de edad (28 de ellos en prisión), el fundador del desaparecido Cártel de Guadalajara, sentenciado por el secuestro y asesinato del agente estadounidense, quedó en libertad por orden de la justicia federal. La razón: Camarena no estaba acreditado diplomáticamente como agente de la DEA, aunque operara desde el consulado de Estados Unidos en Guadalajara.

 Su muerte, por lo tanto, no debió ser juzgada por la justicia federal, sino por un juez del fuero local, en particular de Jalisco, donde ocurrió el secuestro y homicidio del agente estadounidense el 7 de febrero de 1985, aunque su cuerpo se encontró en un rancho fronterizo del estado de Michoacán.

 De acuerdo con los resolutivos del Segundo Tribunal Unitario del Tercer Circuito con sede en Jalisco (derivados de un amparo concedido a Caro Quintero dos días antes —el miércoles 7— por el Primer Tribunal Colegiado en Materia Penal del mismo circuito), el agente de la DEA actuaba en territorio mexicano sin reconocimiento diplomático del gobierno del entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado.

 El Consejo de la Judicatura Federal (CJF), encargado de informar de la resolución, no fue explícito respecto de la condición en que se encontraba el agente de la DEA en México.

 En el punto cuarto del comunicado que difundió el mismo viernes, señala que en cumplimiento de lo ordenado al Tribunal Unitario por el Tribunal Colegiado se declaró el sobreseimiento de la causa penal 82/85-II. Es decir, que se daban por terminadas las acusaciones por los delitos de privación ilegal de la libertad, en la modalidad de secuestro, y homicidio calificado cometidos en agravio de Enrique Camarena Salazar y de Alfredo Zavala Avelar, el piloto que acompañaba al agente estadounidense.

 RAZÓN DE FUERO

 El argumento fue que los tribunales federales carecen de competencia por razón de fuero para conocer de esos ilícitos, que caen en la jurisdicción de la justicia local, por lo que no debieron ser sancionados por el entonces Juzgado Cuarto de Distrito en Materia Penal en el estado de Jalisco.

 En junio de 2009, esa instancia federal condenó a Caro Quintero y a Ernesto Rafael Fonseca Carrillo Don Neto a 40 años de prisión por la muerte de Camarena, a pesar de que se trataba de un homicidio del fuero común.

 Por ese error procesal, Caro Quintero, nacido en octubre de 1952, obtuvo la libertad inmediata en el delito más grave en su contra. Esto le permitió salir del penal de mediana seguridad en Jalisco adonde había sido trasladado en mayo de 2010 desde el penal de Puente Grande. Ese mismo principio de incompetencia del fuero federal aplicaría para Don Neto, quien junto con Caro y Miguel Ángel Félix Gallardo encabezaron el Cártel de Guadalajara.

 Ante las insistentes versiones de que Don Neto también había sido liberado, el CJF informó de manera extraoficial que el narcotraficante sigue preso en el penal de Puente Grande, en Jalisco. El abogado del narcotraficante, José Luis Guízar, aseguró que, al igual que Caro Quintero, su defendido quedó libre la madrugada del viernes y se trasladó a la Ciudad de México para una revisión médica.

 El CJF sólo confirmó la liberación de Caro Quintero, quien además del sobreseimiento por el caso Camarena logró otras cinco órdenes de liberación: una porque ya purgó la pena de 15 años por delitos contra la salud, otra porque se le absolvió de la muerte de los estadounidenses G. Radelat y John Clay Walker, otra porque ya se le había absuelto de la privación ilegal de la libertad de 4 mil trabajadores del rancho El Búfalo, en Chihuahua; una más porque los delitos de los que se le acusaba no formaron parte del auto de formal prisión, y uno más porque el Ministerio Público federal no acreditó el delito de asociación delictuosa.

 En cada uno de los casos, el Consejo de la Judicatura Federal se curó en salud al aclarar que se le liberaba "siempre y cuando no exista causa legal diferente que lo impida". La cautela tiene un motivo: el interés de Estados Unidos de llevárselo y juzgarlo allá "por los crímenes que ha cometido", según advirtió la DEA en un comunicado el mismo viernes.

 PROTECCIÓN Y AMPARO

 El CJF también subrayó que la liberación es "única y exclusivamente en lo que se refiere a Rafael Caro Quintero", a quien se le concedió la protección y amparo de la justicia de la Unión por el Tribunal Colegiado en el recurso número 180/2011.

 En el caso de las muertes de Radelat y Walker —el 30 de enero de 1985, por las que también había sido condenado a 40 años— la justicia federal determinó que se le juzgó con un criterio legal distinto al que estaba vigente al momento de los hechos.

 Sobre la privación ilegal de la liberad de 4 mil campesinos a los que según la acusación había obligado a trabajar en el rancho El Búfalo para sembrar mariguana, el Tribunal señaló que el exnarcotraficante ya había sido absuelto en otra causa penal.

 Sobre la acusación de delitos contra la salud en las modalidades de siembra, cultivo y cosecha de mariguana, además de su posesión con fines de tráfico, dijo que esos hechos ocurridos en los ranchos Los Juncos y Montesco (Chihuahua) en 1984 no fueron materia del auto de formal prisión en su contra.

 Asimismo, lo absolvió del delito de asociación delictuosa debido a que la Procuraduría General de la República no lo acreditó. Esa acusación era la que se establecía en casos de narcotráfico pues no existía en la legislación mexicana el delito de delincuencia organizada, vigente desde 1996.

 Después de 28 años de prisión, el Tribunal confirmó que el delito del que Caro Quintero sí fue responsable fue contra la salud en su modalidad de siembra, cultivo y cosecha de mariguana y posesión de la misma droga con la finalidad de tráfico, perpetrado en 1984 en la comunidad agrícola denominada El Búfalo y en los campos que la integraban, conocidos como rancho Ojo de Agua, cerro El Mogote, rancho Santa Cruz y rancho San Rafael, ubicados en el municipio de Jiménez, en el estado de Chihuahua.

 Por esos hechos fue condenado a 15 años de prisión y una multa de 1 millón de viejos pesos, pero "en la inteligencia de que en estricto cumplimiento al fallo protector, se declara compurgada la sanción privativa de la libertad y prescrita la multa". Es decir, que el capo de los años ochenta ya había pagado ese delito desde hace 13 años.

 LA IRA DE ESTADOS UNIDOS

 El agravio que representó para el gobierno de Estados Unidos el asesinato del que estaba considerado uno de los principales agentes de la DEA para México y América Latina se acrecentó con la liberación de Caro Quintero, a pesar de que la administración estadounidense –en franca violación de la soberanía mexicana– organizó distintos operativos para secuestrar en México y llevarse a varios inculpados del asesinato de Camarena, entre ellos el doctor Humberto Álvarez Machain, acusado de asistir médicamente en la tortura del agente estadounidense.

 En un comunicado difundido horas después de que se conoció la liberación del otrora capo más importante de México, la DEA expresó su "profunda decepción" por el fallo de la justicia federal mexicana, pero advirtió que "continuará de manera vigorosa con los esfuerzos para garantizar que Caro Quintero sea juzgado por la justicia de Estados Unidos por los crímenes que ha cometido".

 El asesinato de Camarena ha significado una de las etapas más difíciles de la relación entre México y Estados Unidos. A las presiones gubernamentales se sumaron las de la prensa estadounidense, que en su momento se dedicó a exhibir la connivencia del gobierno mexicano con el narcotráfico.

 El periodista James Mills escribió el libro El imperio subterráneo, donde la delincuencia y los gobiernos se abrazan, publicado en 1986 y que estuvo dos meses consecutivos en la lista del periódico The New York Times sobre los libros más vendidos en Estados Unidos. El libro hace un recuento del narcotráfico internacional, en el que Colombia y México ya aparecen como protagonistas, en momentos en que Miami era el gran centro de recepción de la droga y lavado de dinero en Estados Unidos.

 En el caso de México, pone el acento en el asesinato de Camarena. Apoyado en informes de la DEA, exhibe la protección que los narcotraficantes mexicanos disfrutaban por parte de las ya desaparecidas Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Policía Judicial Federal (PJF). La DFS era la policía secreta del régimen priísta, que estaba bajo las órdenes de la Secretaría de Gobernación (Segob). Fue disuelta en 1985 tras el asesinato del periodista Manuel Buendía, el 30 de mayo de ese año. Fue reemplazada por lo que ahora es el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), también adscrito a la Segob.

 La Policía Judicial Federal pertenecía a la Procuraduría General de la República (PGR) y fue reemplazada en 2001 por la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) durante el gobierno de Vicente Fox, a propuesta del exsecretario de Seguridad Pública Genaro García Luna. En el sexenio pasado, la AFI fue reemplazada por la actual Policía Federal Ministerial, que sigue dependiendo de la PGR.

 Las informaciones de la DEA citadas por Mills señalaban a la DFS y a la PJF como los grandes protectores del Cártel de Guadalajara. La PJF se hizo cargo de las investigaciones del secuestro de Camarena al día de su desaparición. El responsable fue el comandante Armando Pavón.

 El periodista estadounidense refiere que, en plena persecución de Caro Quintero, Pavón acudió en compañía de agentes de la DEA al aeropuerto de Guadalajara ante la información de que el capo saldría en un vuelo privado: "Al llegar, 10 hombres vestidos de civil, con ametralladoras AK-47, rodearon un jet que estaba a punto de despegar. Ante la sorpresa de los agentes de la DEA, el comandante Pavón conversó amigablemente con el líder de esos hombres, con quien se apartó de la vista de los agentes de la DEA y se fue al otro lado del aparato. Los dos hombres regresaron, se despidieron de mano y se abrazaron. Varios de los oficiales de Pavón se acercaron a los guardias del jet y se despidieron cordialmente".

 Pavón les dijo a los agentes de la DEA que los hombres armados que vigilaban el jet eran agentes de la DFS. Pero el hombre con el que había hablado Pavón era Caro Quintero, quien según la DEA le ofreció a Pavón un pago de 300 mil dólares por dejarlo ir.

 De la alegada protección gubernamental, Mills refiere también que cuando la DEA buscó en el departamento de otro de los principales sospechosos del asesinato de Camarena, Miguel Ángel Félix Gallardo, encontraron una fotografía del agente estadunidense. "La fotografía había sido tomada de la oficina de la Policía Judicial Federal en Guadalajara".

 Cuando para la DEA era claro que algunos funcionarios del gobierno de México pudieron estar detrás del asesinato de Enrique Camarena, la administración antidrogas anunció a todas sus oficinas en el mundo que "todas las llamadas de México deberían ser consideradas comprometedoras". La DEA se declaró en guerra, dice el periodista.




Como un animal salvaje
Lejos ya del papel de capataz de los cerca de 7 mil jornaleros que participaban en las tareas relacionadas con el tráfico de drogas desde el rancho El Búfalo, Rafael Caro Quintero, quien decía hallarse “jodido” y estar “hasta la madre” tras 17 años de prisión, admitió que era “enamorado de tiempo completo”, que era rebelde desde pequeño porque le resultaba “muy difícil acatar órdenes”, y que tanto él como sus hermanos le tenían miedo a la gente. “Es mala comparación pero éramos como animales salvajes”, dijo en la entrevista que se reproduce enseguida y que se publicó en el libro Máxima Seguridad, de Julio Scherer García.

Julio Scherer García | Proceso

MÉXICO, DF (Apro).- Rafael Caro Quintero es un zombie. Dejó de vivir. Calada la gorra beige hasta las cejas, corre vueltas y vueltas alrededor del patio. No altera el paso, rítmicos los movimientos, perfectos. El cuello permanece inmóvil y el cuerpo carece de expresión. Nada lo detiene, nadie lo interrumpe.

 Desde los centímetros abiertos de una ventana horizontal de vidrios como acero, le grito:

 –¡Rafael!

 Sé que me escucha. Sigue.

 De nuevo:

 –¡Rafael!

 Sigue.

 Otra vez.

 Apenas se detiene. Me reconoce.

 Hace casi veinte años el país se asomó al escándalo del narco. Fue denunciado "El Búfalo" como una extensión inmensa sembrada de marihuana. El capataz era Caro Quintero, con dominio sobre siete mil jornaleros. Las crónicas de la época afirmaron que se trataba de mano de obra envilecida. Sueldos ínfimos y vigilancia perruna alrededor de sus barracas.

 Los tráileres con droga circulaban por la carretera al norte como un automóvil en una vía desierta. Personas importantes estaban detrás del gran negocio. De otra manera costaría trabajo explicarse la impunidad imperante en aquella región de Chihuahua.

 Se supo entonces de la vanidad de Caro Quintero. Millonario, apuesto, personaje inédito que rozó la leyenda, fue tema de corridos. Caro Quintero daba entrevistas y se gozaba con sus fotografías en los periódicos. Su sonrisa, anchos y fuertes los dientes, se correspondía con la de un actor.

 –¿Qué piensa del narco, Rafael?

 –A estas alturas no sé ni qué contestarle. Voy para 17 años preso. Es malo por tanto vicio con la juventud. Creo que ahora está más arraigado con la gente. En aquel tiempo no éramos viciosos. Yo no le pegaba a nada.

 –¿Y los demás?

 –Pues que yo haya visto, no. En aquel tiempo no era el desmadre que es ahora. No había esos pleitos de hoy, eso de cártel contra cártel.

 –¿Se pensaba inocente?

 –No le voy a decir que era inocente. Tenía veintitantos años. La necesidad y la falta de estudios me hicieron meterme. Era y soy muy pobre. A estas alturas ya está uno acabado. Ahora ya no somos las personas que caímos.

 –¿Perdió todo?

 –La mayoría de mis cosas.

 –¿Qué tenía?

 –Unos ranchos, bastante ganado, todo me decomisaron.

 –¿Cuántos ranchos?

 –Seis.

 –¿Y ganado?

 –Como cinco mil cabezas. Era muy bueno. Tenía Indobrasil, Angus, Bravo.

 –¿Para quién trabajó?

 –Para nadie.

 –¿Trabajó para Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa? Miles de jornaleros estaban bajo sus órdenes y había soldados en El Búfalo.

 –Para nada. Yo no tengo relación con toda esa gente.

 –¿De qué complicidades se valió para hacer tanto como hizo?

 –A puro valor. A puro valor tonto, porque no era otra cosa. Nada más ir por allí para ver si pegaba, ¿me entiende?

 –No, no entiendo.

 –A ver si se podía. Pero yo no estaba bien con nadie, con ningún policía.

 –¿Y cómo pasaban los tráilers de un lado para otro?

 –En aquel tiempo no estaba tan duro como hoy. Y sobre cosas así no me gustaría tocar el tema.

 –Cuente.

 –No tengo que contar sobre eso. Yo empezaba.

 –¿Y hubiera seguido?

 –No sé qué habría pasado.

 –¿Saldrá de Almoloya?

 –Pues si Dios quiere. Tengo muchas esperanzas. Tengo que salir. Tengo una familia que me está esperando. Tengo que ayudarle a mi esposa con mis hijos.

 –¿Cuántos?

 –Cuatro.

 –¿Sólo cuatro?

 –Hay otros cuatro por fuera.

 –¿Reconoció a los ocho?

 –A la mayoría. Aquí es complicado porque sólo pueden entrar doce personas. Mi esposa, mis cuatro hijos, mi mamá, mi suegra y mis cinco hermanas. A mis hermanas les es difícil venir acá. Las atacan por la prensa, la tele, por todos lados.

 –¿Recuerda a Julia Sabido? Trabajaba con el doctor Alfonso Quiroz Cuarón y a usted le hizo el examen psiquiátrico cuando ingresó al Reclusorio Norte.

 No la recuerda.

 –Yo le pedí que me mostrara el estudio psiquiátrico que hizo sobre usted. Me respondió que no. Era confidencial. Le pedí entonces que me dijera cómo es Caro Quintero.

 –Muy bronco, le debió haber dicho.

 –"Es un hombre muy sensual. Yo le diría que es un sexo que camina, duerme, sueña, platica". ¿Es usted así?

 –Pues no le sé decir.

 –Pues dígame.

 –Pues yo no sé de esa palabra.

 –¿Es usted un enamorado de tiempo completo?

 –Para qué le voy a decir que no.

 –¿Nunca se detuvo?

 –La verdad, no.

 –¿Quería usted el billete para las mujeres?

 –Yo ayudé a mucha gente pobre, necesitada, nomás que se me hizo un escándalo, un caso político.

 –¿Por qué el escándalo?

 –Sería porque cayó mucha gente al mismo tiempo. Cayó Fonseca, caí yo y se hizo un gran mitote.

 Vuelve al pasado.

 –En el Reclusorio Norte se nos dio la oportunidad de arreglar una "íntima". En el dormitorio donde estábamos metimos una sala y acondicionamos nuestro espacio. Hacíamos talacha diaria y el piso relumbraba. Los muchachos y yo lavábamos con jabón, con pino. Teníamos refri y tele.

 El módulo era precioso.

 –¿Tenían botellas?

 –No, pero nosotros preparábamos la comida. Teníamos cocina.

 –¿Invitaban a las muchachas?

 –Venían algunas novias. Y una vez, cuando se casó uno de los muchachos, tuvimos música que él llevó.

 –¿Cuánto le dieron al director para que permitiera la música?

 –Era una boda. El novio hizo los preparativos y habló con el director. Le dieron el permiso. La música duró cinco o seis horas.

 –Tenían la cocina, la íntima, su propia celda. ¿Qué más tenían?

 –La íntima se compartía entre los seis que éramos. Un día cada quien. Un dormitorio lo dividimos en dos partes. En una estaba mi compadre Fonseca y su gente, y la otra me tenía a mí con mi gente.

 –Me dijo que Fonseca está muy jodido.

 –Así estamos todos. Yo ando mal de la próstata, traigo una colitis que no me la pueden quitar por los nervios.

 –Ésta es una cárcel que se hizo como un filtro. Una cárcel de pasada. Nos iban a tener un tiempo y conforme fuéramos evolucionando nos iban a mandar a nuestro lugar de origen o de donde viniéramos. Cuando llegamos nos aseguraron que nuestra estancia sería por seis meses. Yo en tres días tengo nueve años aquí. Ya no aguanto. Aquí no pueden venir mis sobrinos ni un amigo, nadie fuera de la lista. Para incluir a uno nuevo hay que borrar un nombre de los originales.

 "Mi madre anda cerca de los setenta años, cansada de estar viniendo. Ésta es una cárcel muy dura que te afecta mentalmente, te afecta la vista, los órganos, poco a poco. Los medicamentos salen más caros que la comida. Padezco también de la vista y tengo una hernia. Cuando llegué me dieron medicamentos controlados. No los quería tomar. Nunca había tomado pastillas. ¿Cómo se llaman? Psicotrópicos, ¿no?

 "Los psicotrópicos me dejaron una depresión que olvídese, una tristeza que no se la deseo a nadie. Se pone uno totalmente triste, sin ánimos, no quiere ver a nadie, sin ganas de nada."

 –¿Ni de la esposa y los hijos?

 –De nada. Cuatro años estuve corriendo diario, diario. Hacía otros ejercicios. Jugaba mucho volibol. Dije: "Ya nos van a cambiar, ya mero, espérate, tranquilo". Y nada. Me puse a correr otra vez. El mes que entra tengo otros tres años corriendo diariamente.

 –¿No le aburre correr?

 –Estoy hasta la madre. La cárcel es un campo de concentración. Cuando me trajeron a Almoloya mandé a mi abogado, Efraín García Ramírez. Hizo un estudio de esas prisiones que son parecidas a ésta: el sesenta por ciento se suicidó y el otro cuarenta por ciento quedó todos locos.

 "En las cárceles francesas había terroristas, gente de ese tipo. Aquí cuánta gente no se ha ahorcado, se ha muerto. Uno oye nada más. Yo tenía un amigo que vivía con nosotros en el módulo y nos llevábamos muy bien. Se llamaba Jorge Zaid Aparicio. Un compañero y yo fuimos a los servicios médicos. Oyó que ahí estábamos y nos gritó. Dijo que ya no aguantaba, que estaba muy malo y que no sabía qué tenía. Se lo llevaron a Santa Marta, su familia lo sacó y lo trasladó a un hospital. Hace unos 20 días nos dijeron que había muerto. Aquí te dejan ir cuando ya no hay nada que hacer."

 –¿Son frecuentes los suicidios?

 –Tengo 47 años y no cualquiera aguanta esta cárcel. Mire cómo traigo el pelo. Aparte de mi familia, tenía como nueve años sin hablar con nadie. Ya no coordina uno una conversación, ya no enlaza igual que antes, cuando estabas en un reclusorio donde había mucha gente. Aquí tiene uno el teléfono tres veces al día, diez minutos. Y hay que estar pendiente de los hijos. Ahí van. Ya se recibió el mayor en administración de empresas. La segunda se recibe en mercadotecnia, si Dios quiere, en mayo. El que sigue lleva dos años en medicina. Con el que estoy batallando es como un carajo, porque es gordo. Tiene 18 años.

 –No hace ejercicio.

 –Ni un carajo. Pesa ciento y tantos kilos y traemos pleito porque no hace la dieta. Ayer le dije a mi esposa que le quitara el carro.

 –¿Se tiene autoridad frente a los hijos estando aquí?

 –Pienso que sí. Tuve suerte con ellos y quiero que se fijen en mí para que no se me descarrilen. Tanto año yo sufriendo aquí, que ellos no me vayan a hacer una tontería. Por necesidad, por vaquetones, por lo que sea.

 –Por las señoras.

 –No pensaba en eso. Mis hijos llevan una carrera limpiecita.

 –El gordo no tanto.

 –El gordo también.

 –¿De veras tiene autoridad sobre sus hijos?

 –Hace dos o tres años, en junio, les pregunté a los dos más chicos: ¿Pasaron los exámenes? ¿Seguro? No me echen mentiras. Pidieron permiso para ir al rancho en Sinaloa, donde nací. Ahí tengo caballos. Le dije a su mamá que fuera a la escuela a averiguar. Uno reprobó tres materias, el otro dos.

 "Llegando a Culiacán con su otra abuela, ya tenían orden de regresarse a Guadalajara y hablar acá, conmigo. Ya tenía un tiempecito de quererlos mandar a un colegio militar. ‘Como ustedes me echan mentiras, yo también voy a ser cabrón con ustedes. Me están engañando, los voy a chingar’. Los mandé por un año a un colegio militar durísimo en San Luis Missouri. Uno volvió malo de la presión, con ciática. Han tenido una mamá muy buena."

 –Me dicen los choferes, allá afuera, que su señora es muy guapa.

 De pronto, Caro Quintero me desconcierta. Algo le da vueltas en la cabeza, se fue lejos.

 –¿Cómo me dijo que se llamaba?

 –¿Quién?

 –Julia, Julia qué.

 –Julia Sabido.

 –¿Qué le dijo? A ver, ¿cómo? Me levantó el ánimo con eso.

 –"Julia, usted le hizo el examen psiquiátrico a Caro Quintero. Por qué no me lo muestra". Fue imposible. El estudio era confidencial. Bueno, Julia, ¿cómo es Caro Quintero? No me dijo es un sexo. Me dijo: "Es una verga que camina, corre, sueña, se alimenta, vive". Así más o menos. ¿De qué se ríe?

 –De eso que me está contando.

 –¿Así era usted?

 –Yo creo que sigo siendo igual.

 –¿Igual, igual?

 –No me gusta el pelo blanco.

 –No le queda mal. Es usted cobrizo, de una piel brillante.

 –Desde muy joven soy canoso. Decían los periódicos que me pintaba rayos. (También decían que pagaba a un masajista en el reclusorio para que le limpiara la cara de barros y espinillas.)

 –¿Cómo era usted cuando era bronco?

 –Era rebelde. Se me hacía muy difícil acatar órdenes, hasta de mis padres. Me cuereaban mucho de chiquito. Yo soy de una sierra. No entraban los carros, era un barranco donde vivíamos. Cuando oíamos el ruido de las bestias o de los perros era que iba a llegar gente. Mis hermanos y yo corríamos al monte.

 –¿Por qué?

 –Le teníamos miedo a la gente. Es mala comparación pero éramos como animales salvajes.