
La opinión pública mundial comienza a ver más claramente la realidad
de la guerra contra Siria. Después de tanta desinformación de la prensa
comercial, aparece la cruda realidad: una guerra por encargo fomentada y
financiada por un grupo de potencias imperialistas, una guerra
geopolítica donde se lucha por el control de los corredores energéticos
del gas y del petróleo. Hasta el día de hoy, Estados Unidos y sus
aliados siguen calculando qué hacer para ganar una guerra con la que
creen poder reactivar sus desgastadas economías, pero en realidad se
trata de una aberración donde nadie va ganar ni económica ni éticamente
nada.
En medio del incesante fragor en la selva
de Washington sobre una posible aventura militar del gobierno de Barack
Obama en Siria, ha surgido más información. ¡Y qué información! Mucho
más acerca del Oleoductistán.
Imaginen al ministro iraquí del Petróleo,
Abdelkarim al-Luaybi; al ministro sirio del Petróleo, Sufian Allaw, y
al actual ministro suplente del Petróleo, el iraní Mohamad Aliabadi,
reunidos en el puerto de Assalouyeh, en el Sur de Irán, para firmar un
memorando de entendimiento para la construcción del gasoducto
Irán-Irak-Siria, nada menos.

El gasoducto, con un costo de 10 mil
millones de dólares y 6 mil kilómetros de largo, partirá del campo de
gas South Pars de Irán (el mayor del mundo, compartido con Catar) y
pasará a través de Irak y Siria y llegará al Líbano. Luego podría pasar
bajo el Mediterráneo a Grecia y más lejos, vincularlo con el gasoducto
árabe, o ambas posibilidades.
A finales de este mes de agosto, tres
grupos de trabajo discuten los complejos aspectos técnicos, financieros y
legales involucrados. Una vez que el financiamiento esté asegurado –y
eso no es nada seguro teniendo en cuenta la guerra por encargo contra
Siria– el gasoducto podría funcionar en 2018. Teherán espera que el
acuerdo final se firme antes de finales de 2013.
La hipótesis de trabajo de Teherán es que
podrá exportar 250 millones de metros cúbicos de gas diarios en 2016.
Cuando esté terminado, el gasoducto podrá bombear 100 millones de metros
cúbicos al día. De momento Irak necesita hasta 15 millones de metros
cúbicos diarios. En 2020 Siria necesitará hasta 20 millones de metros
cúbicos, y el Líbano hasta 7 millones de metros cúbicos. Queda mucho gas
para exportarlo a los clientes europeos.
Los europeos –que se lamentan incansablemente de ser rehenes de Gazprom– deberían alegrarse. En vez de eso, otra vez, se pegaron un tiro en los pies calzados por Bally.
¿Quieren guerra? Ésta es la cuenta
Antes de llegar al último fiasco europeo, combinemos este evento del Oleoductistán
con el nuevo “descubrimiento” del Pentágono, a través del director
adjunto de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), David Shedd,
según el cual la guerra por encargo de Siria podría durar “muchos años”.
Si eso sucede, adiós gasoducto.

Uno se pregunta qué han estado haciendo esos magos de
la inteligencia del Pentágono desde principios de 2011, considerando
que han anunciado la caída de Bashar al-Assad todas las semanas. Ahora
también han “descubierto” que los yihadistas del escenario sirio del
tipo de Jabhat al-Nusra y de Al Qaeda en Irak son los que dirigen
realmente el horrendo espectáculo. Shedd admitió que hay “por lo
menos 1 mil 200” facciones o bandas “rebeldes” distintas en Siria, la
mayoría irrelevantes.
Como prueba del abrumador coeficiente
intelectual promedio involucrado en el debate de política exterior en
Washington, esta información todavía tuvo que sesgarse para justificar
otra aventura militar en el horizonte, especialmente después que el
presidente “Barack Assad debe irse Obama” declarara que autorizaría la entrega de armas “ligeras” sólo a los rebeldes buenos. Como si las duras reglas de la guerra obedecieran a alguna hada madrina de las armas en lo alto.
Y entra al ring el general Martin
Dempsey, presidente del Estado Mayor Conjunto. El mismo día que Teherán,
Bagdad y Damasco estaban hablando seriamente del negocio de la energía,
Dempsey comunicó a los senadores estadunidenses belicistas, del tipo de
John McCain, que el hecho de que Estados Unidos se involucre en otra
guerra conducirá a “consecuencias imprevistas”.
Dempsey escribió que el suministro de armas y el entrenamiento de los rebeldes buenos
(suponiendo que la Agencia Central de Inteligencia, CIA, estadunidense
tenga la menor idea de quiénes son) costarían “500 millones de dólares
anuales en principio”, requeriría “varios cientos o varios miles de
soldados” y correría el riesgo de suministrar armas a yihadistas del
tipo de Al Qaeda, así como de llevar a Washington, según el pentagonés de Dempsey, a una “asociación accidental con crímenes de guerra debidos a las dificultades de los análisis”.
En el caso de que el gobierno de Obama
cediera a la opción favorita de los belicistas –una zona de exclusión
aérea–, Dempsey dijo también que los ataques aéreos “limitados”
necesitarían “cientos de aviones, barcos, submarinos y otros medios”,
con un costo de “miles de millones” de dólares, y todo para lograr poco
más que una “degradación significativa de las capacidades del régimen y
un aumento de las deserciones del régimen”.
Dempsey por lo menos fue franco; a
diferencia de Gadafi, en Libia, las fuerzas de Bashar al-Assad no se
replegarían por una zona de exclusión aérea. Y nada cambiaría
sustancialmente, porque el gobierno sirio “se basa sobre todo en el
fuego terrestre (morteros, artillería y misiles)”. E incluso una zona
limitada de exclusión aérea –la que la exestrella del
Departamento de Estado, Anne-Marie Slaughter, definió de manera
eufemista “zona de exclusión de asesinatos”– costaría “más de 1 mil
millones de dólares mensuales”. ¿Y quién pagará todo esto? ¿China?
Incluso si Dempsey se presenta como el policía bueno y “voz de la razón” –un hecho bastante sorprendente en sí mismo, aunque estuvo en Irak y vivió en primera persona la pateadura infligida por un montón de turbantes armados
con Kalashnikovs de segunda mano– los expertos estadunidenses siguen
disfrutando del debate interno del gobierno de Obama sobre la sensatez
de embarcarse en otra guerra.
Junten a todos los yihadistas vestidos de Prada,
y mientras se prevé que el debate de la sensatez continúe, la Unión
Europea decidió actuar sometiéndose humildemente a la presión de Estados
Unidos e Israel, por un lado, y a la presión interna del Reino Unido y
Holanda, por otro, poniendo en la lista negra de las organizaciones
terroristas al brazo armado de Hezbolá.
El pretexto fue el atentado a un autobús
de israelíes en Bulgaria en 2012. Hezbolá dijo que no tuvo nada que ver.
Los investigadores búlgaros afirmaron que sí, luego que tal vez y ahora
admiten que incluso la evidencia circunstancial es débil.
Por lo tanto, el pretexto es un engaño.
Es la Unión Europea –después de negar vilmente los derechos de vuelo al
avión presidencial boliviano– haciendo una vez más el juego de la mascota con
los británicos y holandeses, tratando de debilitar a Hezbolá
precisamente cuando ha reforzado su posición en la frontera
siria-libanesa y ha combatido realmente contra esos yihadistas del tipo
de Jabhat al-Nusra y Al Qaeda en Irak.
Como una ilustración gráfica de la
extrema ignorancia –algunos dirían estupidez– de la Unión Europea, Gran
Bretaña, Holanda y Francia especialmente, seguidas de otros, acaban de
calificar de “terrorista” a la organización que combate sobre el terreno
en Siria y Líbano a los “terroristas”, mientras los yihadistas se salen
con la suya. Basta de hablar de ignorancia y arrogancia europeas.
Entonces, ¿qué será lo siguiente? No es
exagerado imaginar que la Unión Europea olvide totalmente el gasoducto
que en última instancia beneficiaría a sus ciudadanos y emita –bajo
presión de Estados Unidos– una directiva calificando a Irán-Irak-Siria
de eje terrorista cabildeando por una zona de exclusión aérea para todos
y reclutando yihadistas por todas partes para una Guerra Santa
contra ese eje, con el apoyo de una fatua emitida por el jeque Yusuf
al-Qaradawi. Pero primero necesitaría la aprobación de Washington. En
realidad, incluso podría obtenerla.
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