miércoles, 27 de marzo de 2013

Proyecto de Energía... Porfirio Muñoz Ledo

Contraste - Opinión | Miercoles 27 Marzo 2013
La cuestión petrolera ocupa una vez más el centro del debate público, en olvido de que el horizonte es más amplio en el tiempo y en la materia. Comprende no sólo los hidrocarburos sino todas las modalidades de generación de energía, las reformas institucionales, las modificaciones fiscales y los avances científicos que permitan su expansión, transformación y sustentabilidad durante varios decenios. Un proyecto de país, en suma.
La expropiación petrolera compendió un cambio fundamental en la evolución del país porque nos apartó de un modelo neocolonial de explotación y exportación de materias primas y, aunado a  otras reformas trascendentales, hizo posible la industrialización en el marco de un programa de desarrollo endógeno. No olvidemos que desde 1939- en las proximidades de la segunda guerra mundial- nuestro país dejó de exportar petróleo crudo y así lo hizo durante casi seis sexenios:los tiempos del “milagro mexicano” en que la tasa de crecimiento fue tres veces mayor que la que tuvimos después.
No fue sino hasta mediados de los setentas que se replanteó el esquema del uso del petróleo exclusivamente para fines de desarrollo interno. El proyecto exportador fue primero rechazado, junto con sus componentes de crédito externo e inversión  foránea y se optó por la construcción de refinerías –Tula,1975- y la erección de una importante industria petroquímica. Poco más tarde entraríamos en el delirio de la “administración de la abundancia”, aplazando una reforma fiscal ingente, desordenando el gasto público y  cayendo después en un endeudamiento abultado, a causa del desplome  del precio internacional de  los hidrocarburos.
Fue así como en el plano global se transitó de una “crisis petrolera”, superada por la sobreproducción, a una “crisis de la deuda” que otorgó supremacía a los círculos financieros internacionales y estuvo en la raíz de la imposición del ciclo neoliberal, con su cauda de privatizaciones, desregulaciones, apertura desventajosa del comercio, caída estrepitosa de la tasa de crecimiento, profundización de la desigualdad y migración galopante de mano de obra hacia el extranjero.
México mantuvo durante algunos años altos niveles de exportación de petróleo pero las ganancias de PEMEX fueron secuestradas por el fisco y con ello ocurrió la desinversión y la caída estrepitosa de las reservas y de la producción. La rapiña también, que se ha convertido en pasatiempo favorito de la “cleptocracia”.
Las reformas que deben efectuarse en el sector son inaplazables. Desde luego la reintegración de la empresa y su autonomía financiera y de gestión, incluyendo la absorción de las deudas acumuladas, ampliar la exploración denuevos yacimientos, disminuir la sobreexplotación de los existentes, construir las refinerías pendientes, retomar en serio la expansión petroquímica, relanzar la investigación científica y tecnológica, disminuir  gastos superfluos y establecer sistemas rigurosos  de rendición de cuentas.
Nada de ello tiene que ver sustancialmente con la búsqueda de inversión privada nacional o extranjera, a no ser que el objetivo que realmente se persiga sea elevar en proporciones considerables la plataforma de exportación de hidrocarburos. Debiéramos en cambio emplear todas las capacidades disponibles para incrementar en valor agregado de lo que producimos y vendemos al exterior. Ello es lo que merece ser nombrado como “modernización”.  Abandonar el doble lenguaje que nos presenta en el  exterior como adalides del combate al cabio climático mientras nada sustantivo hacemos para reducir a escala nacional y mundial el empleo de  combustibles fósiles y la generación de gases de efecto invernadero.
México requiere una política energética integral que se funde en estimaciones verificables y en objetivos cuantificados y de largo plazo sobre nuestras capacidades no sólo en petróleo y gas sino en todas las energías alternativas que resulten asequibles. Esa es además la puerta ancha para nuestro acceso a la sociedad del cocimiento. Hacer con dinero ajeno lo que ya veníamos haciendo con el propio, no es, como quiera que se le disfrace, sino un reforzamiento de la dependencia.

Fuente: Contraste