21 agosto 2012 | Axel Didriksson | Proceso

En la realidad, lo que viven los jóvenes es verdaderamente estrujante, sobre todo quienes están fuera del sistema educativo, de un empleo formal y digno, y los que tienen que sobrevivir en condiciones de pobreza, que son la mayoría. De la población del país, una cuarta parte, 29.7 millones de individuos, pertenecen a este sector, que va de los 15 a los 29 años, y de ellos 7 millones se encuentran en una condición de abandono, inseguridad y falta de oportunidades educativas. Otro millón y medio se ubican en empleos temporales y en la informalidad laboral; cientos de miles de ellos buscan emigrar hacia Estados Unidos u otros países, y les va bastante peor a los que padecen de alguna discapacidad o se encuentran en situación de calle.
De aquí a los próximos 20 años esta población crecerá considerablemente, y su potencialidad, si las cosas siguen como van, se perderá históricamente. Lo que se denomina “bono demográfico” será un referente que tendremos que lamentar profundamente si continúan los discursos sin hechos y los programas como retórica.
La escolaridad de los millones de jóvenes que son el activo de capacidades productivas, ciudadanas y culturales de México está por los suelos. El atorón de más de la mitad de ellos ocurre en el brinco de la secundaria al bachillerato, y de allí se estrecha el embudo de forma extrema para que sólo unos cuantos puedan ingresar a programas de educación superior. Recientemente el secretario de Educación, José Ángel Córdova, señaló que se había alcanzado un alto crecimiento en estos niveles y que hasta había lugares vacíos en las instituciones y escuelas privadas, sin ninguna conciencia ni responsabilidad de lo que ocurre.
Demagogia pura, porque pasa exactamente lo contrario: El gobierno actual, deprimente y perdedor, no sólo metió al país en una vorágine de violencia extrema e inseguridad, sino que impidió la realización de reformas en el sistema educativo que hicieran posible ampliar el acceso al nivel superior a miles de escolares; impidió que se mejoraran la calidad de los aprendizajes y el desarrollo de innovaciones curriculares de fondo y de la oferta académica de las instituciones; mantuvo reducidos los recursos presupuestales para elevar la capacidad de la educación pública y favoreció la mercantilización educativa; no ayudó en nada a mejorar las trayectorias académicas para mejorar aprendizajes y conocimientos imprescindibles, actitudes, carácter y valores para la formación de una ciudadanía moderna y participativa; redujo drásticamente los recursos para la investigación científica y el desarrollo de la ciencia local, y no hizo gran cosa para asegurar la obtención del grado escolar correspondiente en tiempo y forma. Pero, eso sí, le garantizo al SNTE y a burócratas de medio pelo su enriquecimiento, la puesta en marcha de programas equivocados y obsoletos, negocios millonarios fracasados como el de Enciclomedia, o bodrios como el currículum por competencias.
Estos fracasos y limitaciones deben atribuirse de manera directa a quienes ocuparon los cargos principales y secundarios en la SEP, comenzando por la ineficacia e ignorancia de los últimos tres secretarios del ramo, así como de los subsecretarios, que no han dado una y se han mantenido, como en el limbo, escondidos en su torre burocrática de marfil “nadando de a muertito”; a la familia encumbrada por el SNTE, que impuso sus intereses políticos y personales por encima de los educativos, y a un gobierno que termina tan cuestionado como comenzó.
No hay prioridad mayor en este país que la atención a los jóvenes y estudiantes, pero las propuestas de quienes pretenden gobernar desde la ilegalidad por encima de la democracia no garantizan nada bueno para ellos. Estamos parados encima de una bomba de tiempo, y un estallido juvenil debería preocuparnos a todos. Urge un cambio de rumbo para ellos y una nueva estrategia, porque el fracaso constante, la desesperación, la humillación, la pérdida de un proyecto de vida, calan hondo, muy hondo.
Fuente: Proceso
Fuente: Proceso