México SA-Carlos Fernández-Vega
¡Acabáramos!: La violencia y el creciente consumo de droga en el país se explica por un mayor poder adquisitivo” de los mexicanos, dijo el preclaro inquilino de Los Pinos, Felipe Ernesto Calderón Cordero. ¡Qué descubrimiento! ¡Cómo no lo registramos antes! En un país con salarios miserables, pobreza creciente, raquitismo económico institucionalizado e irrisoria generación de empleo, entre otras gracias, el elevadísimo nivel de bienestar de su población clasemediera (versión oficial) es caldo de cultivo para la violencia y el consumo de estupefacientes.
Con esa enorme capacidad analítica, a la velocidad de la luz erradicará a los malosos y desaparecerá el mercado de la droga, mientras promueve que los habitantes de esta república de discursos “progresen al estilo Noruega” (Davidow dixit).
Con esa enorme capacidad analítica, a la velocidad de la luz erradicará a los malosos y desaparecerá el mercado de la droga, mientras promueve que los habitantes de esta república de discursos “progresen al estilo Noruega” (Davidow dixit).
Al participar en la sesión del Consejo Nacional contra las Adicciones, el avezado inquilino de Los Pinos lo detalló así: “Si a principios de la década de los 90 México tenía un ingreso per cápita de 2 mil dólares y hoy tiene un ingreso per cápita superior a 10 mil, incluso con las variaciones del tipo de cambio, eso implica que en promedio, por lo menos, cada mexicana y cada mexicano tiene un mayor poder adquisitivo, lo cual hace que sea un mercado creciente, un mercado de compra creciente, para cualquier bien o servicio; para cualquier bien bueno, digámoslo así, desde un automóvil, ropa, vivienda, alimentos, hasta, y, por desgracia, también, el mercado de drogas… Por lo mismo, México se está convirtiendo en una sociedad de clase media, lo cual contribuye al incremento de la demanda de drogas, como ocurre en otras naciones y donde, también, los comportamientos del consumidor registran una variante en sus preferencias. Incluso, la violencia se presenta, sobre todo, en zonas de distribución que tienen altos mercados competitivos, como pueden ser las zonas de alto consumo de drogas, como es el caso de la zona metropolitana de Monterrey, por su poder adquisitivo; las zonas de alta migración y migración juvenil con alto poder adquisitivo, como es toda la frontera: Juárez, Tijuana, Reynosa, Matamoros; las zonas de consumo, por ser zonas naturales de esparcimiento, como es Cuernavaca y su zona metropolitana, o Acapulco y su zona metropolitana, o Veracruz. En fin. Esto explica la violencia”. ¡Qué tal! Aunque es necesario precisar que el chemo no es sinónimo de poder adquisitivo.
Tan brillante pieza oratoria de inmediato trae a la memoria otro de sus trascendentales descubrimientos científicos en torno al consumo de estupefacientes en el país: “Los jóvenes se drogan porque no creen en Dios… No creer en Dios hace a la juventud esclava de narcos… Porque no lo conocen, son caldo de cultivo para las adicciones… Una juventud que por sus condiciones sociales, familiares, educativas, por falta de oportunidades, tiene pocos asideros trascendentes, que tiene poco que creer, que no cree en la familia, que no tuvo; que no cree en la economía o en la escuela; que no cree en la sociedad ni en quien la representa. Esta falta de asideros trascendentales hace, precisamente, un caldo de cultivo para quienes usan y abusan de este vacío espiritual y existencial de nuestro tiempo” (el destacado analista de la realidad nacional, en su perorata durante la celebración del Día Internacional contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas; 26 de junio de 2009).
Con dicho criterio, los narcos pueden estar tranquilos y floreciente el negocio de la droga, mientras los habitantes de este país –herejes y creyentes, niños, jóvenes y de la tercera edad– sobreviven en una drástica realidad infinitamente alejada del discurso oficial, comenzando por aquello del “mayor poder adquisitivo”. Para no ir más lejos, el Coneval (Índice de tendencia laboral de la pobreza, tercer trimestre de 2011) lo aclara: Cada día que pasa es mayor el número de mexicanos que no pueden comprar la canasta básica alimentaria con el ingreso de su trabajo. Tal índice permite medir el deterioro del poder adquisitivo del ingreso laboral en el país; un incremento en el indicador es igual a más mexicanos sin acceso pleno a la alimentación, y en su más reciente reporte sobre el particular, la institución precisa: el citado índice aumentó 4.7 por ciento anual; del primer trimestre de 2005 (cuando se inició su medición) al tercer trimestre de 2011, la proporción de mexicanos sin posibilidad de comprar la canasta básica alimentaria se incrementó 20.3 por ciento a escala nacional (29 por ciento en zonas urbanas, en las que habita 75 por ciento de la población del país), mientras el ingreso laboral per cápita (descontada la inflación) registra una pérdida real acumulada de 22.8 por ciento en igual periodo, o lo que es lo mismo, el ingreso de la mayoría está en el peor nivel desde que se publica el índice mencionado.
El “mayor poder adquisitivo” de la mexicanada (versión inquilino de Los Pinos) se documenta con la siguiente numeralia, con información del Inegi: alrededor de 66 por ciento de la población ocupada y sus familias quedan fuera del México mágico de Felipe Ernesto Calderón Cordero, sus sesudos análisis y sus 6 mil pesos como sinónimo de “progreso tipo de Noruega”, pues sólo obtienen entre cero y tres salarios mínimos (máximo 180 pesos por día). Todos ellos no tienen posibilidad de adquirir automóvil propio, contratar un crédito hipotecario, pagar colegiaturas particulares y, mucho menos, comprar droga, y, por ende, estimular la violencia y fortalecer el mercado de estupefacientes en el país.
En los hechos, sólo cuatro de cada 100 mexicanos ocupados ganan más de 17 mil 400 pesos mensuales (10 salarios mínimos para arriba) y 10 de cada 100 entre esa cantidad y 8 mil 730 pesos (de 5 a 10 salarios mínimos), y 20 de cada 100 entre tres y cinco salarios mínimos, cantidades que tampoco alcanzan para fomentar la violencia ni fortalecer el mercado de las drogas. Lo que sí fomenta esto último es, lo que sí es caldo de cultivo para ello, la ausencia de desarrollo social, los miserables salarios y la carencia de empleo para millones de mexicanos que no tienen otra posibilidad que enrolarse en las filas del narcotráfico y subirse al tren de la violencia.
Las rebanadas del pastel
Todo eso, y más, acontece en el México que no registra el discurso oficial, aunque no hay que descartar la posibilidad de que en su sesudo análisis de ayer el inquilino de Los Pinos no se refería al espeluznante caso mexicano, sino a la terrible realidad noruega, donde también hay herejes y alto poder adquisitivo.